jueves, 21 de noviembre de 2013

Un corredor de diez minutos

Sigue, a partir de hoy, las historias de "Un corredor de diez minutos".


¡Sólo en la web www.ensolo10minutos.com!

lunes, 18 de noviembre de 2013

Epílogo

Que éste no es un relato épico de personas que una y otra vez son capaces de superar exitosamente las circunstancias más adversas ha resultado más que evidente. Tal vez por eso, ni siquiera en el día de hoy me voy a permitir el lujo de terminar escribiendo que fui a Valencia, corrí y superé con creces mis expectativas más optimistas. Más bien, la maratón de Valencia fue una prolongación realista y exacta de mi estado actual: el de agotamiento físico y psicológico más absoluto. Por eso, terminó con mi abandono en el kilómetro veintidós, sin ganas ni fuerzas para continuar luchando con los dolores musculares y mi propia cabeza.
Pero también sería injusto decir que fui a Valencia para nada. En realidad, el viaje tenía el casi único y exclusivo motivo de volver a reunirme con tres amigos afganos, Alberto, Pascual y Tabu, y sellar una amistad cuyos vínculos se fraguaron bajo el abrasador sol de Herat y la dureza de cinco kilómetros y doscientos metros de hormigón recorridos en infinidad de ocasiones. En ese sentido, la maratón de Valencia fue todo un éxito.
Los días posteriores a mi regreso han sido un mar, a veces en calma, a veces revuelto, de sentimientos y emociones encontradas. Cada noche, entre las cuatro y media y las cinco, he abierto los ojos, y han venido a mi memoria infinidad de recuerdos y momentos que han quedado atrás, pero que aún están latentes en el subconsciente. La felicidad de encontrarme de nuevo entre los míos se ha visto asaltada a ratos por la incómoda sensación de desubicación. Supongo que, con el paso de los días, esa sensación se irá desvaneciendo, pues la rutina lo devora todo, tarde o temprano.
Tal vez por este último motivo, cerrar estas páginas resulta sencillo y difícil al mismo tiempo. Sencillo, por el íntimo deseo de poner un punto y final a la larga aventura afgana; también por el hecho de saber que aunque esto, ahora sí, ha terminado, queda constancia escrita de mucho de lo que allá aconteció, para nostálgicos y futuros rescates.  Difícil, porque las líneas de este Diario de un corredor afgano han llenado muchos huecos, no sólo temporales, y me han supuesto una mayúscula experiencia personal, gracias única y exclusivamente a todo aquel que, en un momento dado, se ha acercado a ellas.
Es por ello que no puedo finalizar sin dar nuevamente las gracias a todos los que me han acompañado a lo largo de estos ciento noventa y cuatro días, o al menos en algún momento de la travesía, que en ocasiones resultó dura y tortuosa pero que en otras, la mayoría, fluyó como el agua entre piedras cubiertas de polvo marrón. Sin ese interés manifiesto, escribir cada palabra, cada línea, cada entrada, habría supuesto un enorme esfuerzo que, gracias a todos, se convirtió en un agradable y satisfactorio ejercicio de introspección diaria.
Ni qué decir tiene que he de particularizar estos agradecimientos en varias personas: aquellas que me dieron los buenos días cada mañana de una forma especial, soportando mis cambiantes estados de ánimo, o me apremiaron de vez en cuando a escribir la entrada del día "porque se tenían que ir a dormir". También a todos los que, de forma asidua o eventualmente, dejaron unas palabras de ánimo al final de una entrada cualquiera. En todos los casos, seguramente no saben lo mucho que me ayudaron en el día a día.
A ellas y a todas las demás que salpicaron mi vida durante este periplo: GRACIAS.
El corredor afgano.


jueves, 14 de noviembre de 2013

Día 193: ¿en qué pienso?

Km recorridos (día/total): 5,2/1710,9         Vueltas dadas al perímetro (día/total): 1/415
Por primera vez en ciento noventa y cuatro días no he sido fiel a este Diario de un corredor afgano. La idea que tenía de escribir en la sala de espera de la terminal o en el avión de regreso se vio desbaratada por mi naturaleza desordenada, que me llevó a meter todo lo que fue posible en mi equipaje de mano. Si hubiese sacado el ordenador de la mochila en algún momento habría sido un espectáculo digno de contemplar: dudo que hubiese habido forma humana de reintegrarlo todo nuevamente a su lugar.
Además, dicho sea de paso, el ambiente en esos momentos, los últimos de verdad con todos los compañeros y amigos, invitaba mucho más a charlas distendidas, abrazos e intercambio de direcciones, teléfonos y demás, que a sentarse delante de la pantalla y aislarse en el contenido de una entrada que bien podría escribir un poco más tarde. También es cierto que si durante la primera noche en España hubiese tenido el portátil a mano cuando me desperté con los ojos como platos a las cuatro y media de la mañana, seguramente me habría lanzado a escribir el resumen de lo que supuso la última ocasión en que, para mis ojos, amaneció en Herat.
Alberto y yo madrugamos para rodar, como habíamos soñado desde hacía meses, nuestros últimos kilómetros en Afganistán. Probablemente por primera vez desde que comenzamos a correr juntos, Alberto no me tuvo que esperar ni un sólo minuto, y me vio salir con la sonrisa pintada en la cara a través del refugio de siempre. Lo único negativo de la jornada es que, a mitad de recorrido, había una patrulla de italianos que nos impidió el paso hacia el sur, por lo que tuvimos que hacer varias idas y venidas en un tramo más reducido. Como si fuésemos a atentar nosotros contra alguien.
No hay mal que por bien no venga, pues gracias a eso pudimos ver aterrizar el avión que nos llevaría de vuelta a casa y Juan, que había salido un poco más tarde, se pudo incorporar a la última carrera en Herat. ¿Qué mejor compañía que él y el Gorra para cerrar nuestro periplo afgano? Luego, lo ya narrado: charlas, emotivas despedidas, impaciencia, nervios y algún que otro personaje en busca de su minuto de gloria, eso sí, a destiempo, después de haber dispuesto para ello de más de ocho horas de vuelo en los que no se movió de su butaca de clase business. No habría estado de más un paseo entre la plebe, después de tantos meses...
Curiosamente o no, incluso en mis primeros sueños en España mi mente me traslada al lugar del que durante tanto tiempo he deseado salir. Acuden a mí las vívidas imágenes de acontecimientos, personas y lugares: los desayunos al sol de los domingos, las carreras con el #peazoteam, las horas de oficina, los capuccinos en el Ciano, las últimas charlas al sol con Kevin, el contenedor que hacía las veces de habitación, los pretendidos saludos militares de Said desde la puerta de su joyería, cuando se afanaba en salir al verme pasar,...
Me preguntan a veces en qué pienso, cuando ni yo mismo lo sé. Sólo me embarga la extraña sensación de que hay una parte de mí que se ha quedado para siempre en Herat, sabiendo que será difícilmente posible que regrese a por ella. Tal vez sea eso lo que me entristece: sé a ciencia cierta que lo vivido forma parte ya del pasado. Un pasado reciente, pero pasado a fin de cuentas.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Día 192: el último día en Herat

Km recorridos (día/total): 5,2/1705,7                                 Vueltas dadas al perímetro (día/total): 1/414
 
El último día completo en Herat no ha sido, ni mucho menos, de descanso. De hecho, me alegro de haber planeado la salida con Alberto a las siete de la mañana, en lugar de dejarla para media mañana, pues la jornada ha sido tan densa en tantos sentidos que a duras penas habríamos encontrado un hueco para salir a rodar, y habría sido a costa de ir más agobiado en todos los trámites que debía cumplimentar antes de mi partida.
 
Eso sí, la carrera de por la mañana ha sido un auténtico disfrute. Alberto y yo hemos pasado tanto tiempo juntos, a ratos de forma divertida, a ratos apoyándonos el uno en el otro cuando las cosas marchaban bien pero las mirábamos desde la perspectiva inadecuada, que a estas alturas apuramos los pocos minutos que nos quedan, emplazados, no obstante a vernos el próximo sábado (se me llena la boca al decirlo) en Valencia, con unos vaqueros y una camiseta en lugar del uniforme de árido.
 
Así, el día ha transcurrido entre despedidas y emotivos abrazos. Hay personas con las que me volveré a encontrar (con algunas de ellas con muchas ganas, después de lo vivido), y personas a las que, probablemente, no volveré a ver jamás. Por ello, el día de hoy ha sido especial y a la vez un tanto triste, pues después de tantos días uno se da cuenta, casi de repente, de que ya no habrá más vasos de té servidos a media mañana por Jabbar en la oficina, ni más masajes de Maya en la zona italiana, ni más bolsas de fruta afgana traída de Herat por Musa o Said.
 
A pesar de que seis meses y medio han dado para muchas cosas, me queda la sensación, por extraño que parezca, de que podría haber aprovechado un poco más el tiempo. Pero luego, cierto es, me doy cuenta de que, después de todo, este más de medio año en Afganistán ha dado para llenar muchas páginas que, aunque no relatan todo lo acontecido, sí me ayudarán a rememorar, más adelante, determinados días en los que ocurrió algo especial: el primer viaje a Qala-i-Nao, las visitas de los niños afganos, Herat, la carrera de San Fermín, las tardes veraniegas de carrera con Alberto, Tabu y Pascual, los encuentros casuales, las orientaciones, los momentos difíciles, las risas, los llantos (que también los hubo),...
 
A día de hoy, puedo decir que la experiencia, además de un ejercicio de paciencia infinita, ha sido realmente positiva. Eso, a pesar del trabajo ininterrumpido de lunes a domingo, mañana y tarde, desde el pasado tres de mayo. Lo mejor de todo es que he conocido a gente estupenda: Mario, Kevin, Asís, Carlos, Antonio, Alberto, Nacho, Max, Manu, Juan, Edu, Rocío, Carmen, David, Jose, Iván, Mar, Pedro, Fructu, Luis, Chema, Juan Carlos, Ricardo, Fran, Mariajo, Toni, Lorenzo, Homayún, Dani, Juanjo, Lele, Umberto, Piero, Sandro, Mónica, Ángel, Cañete, Rafa, Víctor, Tabu, Pascual, Sheryl, Rochelle, Reinaldo, Marifé, Beverly, Rowena,... y un larga lista de nombres con los que podría llenar una página entera, aún después de lo cual seguiría dejándome a muchos.
 
Es muy tarde, y mañana a las seis y media saldré, por última vez aquí, atravesando el refugio que hay en el lateral de mi alojamiento, para encontrarme con Alberto y rodar muy tranquilos antes del viaje. Será un día muy largo y muy especial. Será el día que llevaba esperando desde el diecinueve de marzo, fecha en que supe que, irremisiblemente, pasaría en Herat una larga temporada. Parecía que no llegaría nunca. Qué largo se ha hecho... 
 
 
 

domingo, 10 de noviembre de 2013

Día 191: desactivado

Km recorridos (día/total): 12,6/1700,5                               Vueltas dadas al perímetro (día/total): 3/413
 
Llevaba mucho tiempo deseando que llegase este día que hasta hace bien poco, incomprensiblemente, ni siquiera tenía fecha. Hoy a mediodía, por fin ha cambiado mi status en Herat: ya estoy desactivado. He pasado a la categoría de lo que aquí se denomina "walking dead", en referencia a los caminantes de la famosa serie de televisión, gente sin rumbo y sin ocupación definida, a la espera, en nuestro caso, de un avión que llegará, si todo marcha según lo previsto, en breve.
 
La sensación ha sido bien rara, tal vez porque el día ha comenzado, como de costumbre, con una suave carrera que ha desperezado mis piernas y mi corazón. De nuevo la mañana ha sido fría, nada insoportable e incluso agradable, diría yo. A pesar de que ayer me fui tarde a dormir, antes de las seis tenía los ojos abiertos, así que aproveché para sentarme al borde de la cama y ponerme un poco de calor en el pie derecho antes de salir.
 
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Aún así, todavía he tenido tiempo de rodar un par de kilómetros extra antes de la hora a la que había quedado con Alberto. Luego, inmerso en la vorágine del último día de trabajo, con muchas cosas que hacer y poco tiempo y ganas para ello, casi no me he dado cuenta de que las horas han volado, enredado como estaba en mil detalles que han ocupado mi atención y consumido mis últimas reservas energéticas hasta la tarde.
 
Después de comer he disfrutado de una de las mejores carreras de mi estancia en Afganistán. Durante los últimos días se había organizado para hoy una pequeña quedada de despedida con otros corredores de la base, en su gran mayoría italianos con los que a menudo nos cruzamos en la carretera o camino de un capuccino. En este punto, he de agradecer especialmente a Piero y a un nutrido grupo de corredores italianos su empeño en que esto saliese adelante. También a Lele Spigolón y a todos los que se han animado a compartir conmigo un rato estupendo: Mario, Nacho, Víctor, Juan, Alberto, Pepe, Álvaro, Fran y Walter. Sin duda, ha sido la carrera más amena y divertida de todas las que llevo de aquí.
 
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Son ya mil setecientos kilómetros. Estoy cansado y con la urgente necesidad de un cambio de aires, de un paseo y de un baño en el mar. Mañana comienza mi última jornada en Herat. Parecía, por momentos, que no iba a llegar nunca y, sin embargo, aquí está. Esta tarde, al salir de mi habitación, me he sorprendido sin nada que hacer y he experimentado una extraña sensación. Ya había atardecido y en el cielo había nubes altas. Qué ganas tengo de volver a casa...
 
 

sábado, 9 de noviembre de 2013

Día 190: camino de Herat

Km recorridos (día/total): 5,2/1687,9                                 Vueltas dadas al perímetro (día/total): 1/410
 
El trayecto hasta Herat transcurre por una carretera de dos carriles, flanqueada a ratos por eucaliptos (u otro tipo de árbol que no sabría muy bien determinar). En cuanto desaparece el asfalto la tierra y el polvo lo inundan todo. Cada cruce es un atentado contra los buenos usos de la circulación a motor: los vehículos, grandes y pequeños, de dos, tres y cuatro ruedas, se atraviesan peligrosamente sin orden ni concierto.
 
El número de pasajeros en cada uno de ellos excede por mucho la capacidad máxima permitida. Hay un tipo tumbado sobre un colchón, cargado a su vez sobre un motocarro que se desplaza penosamente. En otra furgoneta que circula con las puertas traseras abiertas viajan diez o doce personas en asientos enfrentados en la parte posterior del vehículo. Por la cuneta caminan dos mujeres, una de las cuales está cubierta por un burka azul de pies a cabeza.
 
Las edificaciones son rudimentarias, aunque en algunas zonas se erigen edificios de tres o cuatro plantas con aparatos de aire acondicionado colocados en la fachada. La carretera atraviesa dos puentes. Por debajo del primero de ellos, en sentido Herat, discurre un río. Algunos coches se hallan metidos en el agua hasta media llanta, mientras sus propietarios se afanan en la limpieza de los mismos. Un perro flaco y de largas patas camina lentamente por el margen de la calzada. Más adelante, un anciano barbudo se sienta en cuclillas sobre el césped que recubre la mediana.
 
Hay un coche detenido en la cuneta, con el capó levantado y su dueño sumergido entre las piezas del bloque motor. La gente va y viene sin orden alguno. En una motocicleta viajan dos hombres. El de atrás está enfundado en un uniforme verde y porta un fusil de asalto soviético AK-47. Levanta la mano en un saludo desganado cuando le sobrepasamos. Se nota que es sábado y hora de comer en Afganistán, pues hay mucho menos tráfico que en otras ocasiones, especialmente al adentrarnos en la ciudad. Me pregunto lo qué debe ser vivir en ella siendo occidental, adónde ir sin poder pasear tranquilamente.
 
Mi último viaje a Herat lo he pasado mirando por la ventanilla del todoterreno, mi contemplación interrumpida periódicamente por los intercomunicadores. Hacía calor, y el chaleco antifragmentación impedía que me sintiese cómodo. El pañuelo palestino amarillo y negro caía sobre la manga derecha del uniforme, por el lado de la ventanilla.
 
Después de seis meses y medio de vivir en un oasis en medio de este desierto, uno se da cuenta de que fuera hay vida. Una vida difícil, pero vida a fin de cuentas, con niños que van a la escuela, comercios, puestos callejeros y gente que pasea, que se mueve, que siente debajo del burka, del sol abrasador, del cielo estrellado.
 
Ignoro si algún día esta ciudad estará libre de amenazas, si se podrá pasear libremente y sin miedo. No sé si algún día alguien pavimentará los márgenes de la calzada, si la circulación será menos caótica, si se podrá adentrar uno en ese caos sin temor, dejando atrás la tranquilidad relativa. Ni siquiera sé si, por entonces, seguirá existiendo este oasis, tal y como hoy lo conozco. Me da la impresión de que se cierra para siempre un capítulo de mi vida, sin opción a una nueva y rápida lectura. Y me da pena.
 
 
 

viernes, 8 de noviembre de 2013

Día 189: que me quiten lo bailao

Km recorridos (día/total): 10,4/1682,7                               Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/409
 
Cuando comencé a escribir este Diario de un corredor afgano me preguntaba si sería capaz de escribir cada día sobre algo distinto, en un sitio donde cada día es igual al anterior, o al menos muy parecido. Lo cierto es que esta última afirmación es revisable Las jornadas son muy parecidas unas a otras: despertador, carrera, desayuno, oficina, carrera (ahora que se está bien al sol de mediodía), comida, descanso, oficina, algo de deporte, cena, internet, un par de capítulos de algún libro, y a dormir.
 
Sin embargo, me atrevería a decir que en muchos aspectos cada día de misión ha sido diferente al anterior, lo que ha posibilitado que esto esté llegando a su fin manteniendo el propósito inicial de no caer en la monotonía diaria. Sinceramente, no sé si he conseguido siempre esto último: me temo que, si revisase todas las entradas publicadas a día de hoy, me encontraría con que muchas son muy similares entre sí, aún a pesar de mis intentos.
 
Pero por otro lado, también es cierto que mi día a día se ha visto jalonado de pequeños acontecimientos que han convertido cada jornada en algo único y especial, distinto a la anterior: una conversación, una carrera en una u otra compañía, un evento, un estado de ánimo,... En ese sentido, creo que lo que cuento en este diario ha reflejado mi día a día de una forma veraz y sincera.
 
Por encima de todo, me alegro de haber dedicado un tiempo diario a escribir, pues a buen seguro los días transcurridos habrían caido en el olvido al cabo del tiempo, como recuerdos sin fecha concreta entremezclados en mi mente, arrinconándose cada vez en un espacio más reducido hasta su completa aniquilación. También escribir ha supuesto para mí una íntima terapia de introspección con la que dar salida a un montón de emociones, inquietudes y miedos que me asaltaban día sí, día también. Por último, ir anotando mis evoluciones deportivas ha servido de entretenimiento en más de una ocasión en la que me he entregado a sumas, restas y proyecciones de kilómetros y vueltas.
 
Esta mañana hacía, al igual que esta tarde, muchísimo frío. El cielo ha estado permanentemente despejado, lo cual, aparte de resultar un espectáculo para los sentidos cuando ha oscurecido, ha provocado un brusco descenso de las temperaturas nocturnas. Por la mañana nos costó arrancar tanto a Alberto como a mí (nos hemos quedado solos en nuestras salidas matinales, después de la partida de Pascual). Luego, a mediodía, la calidez invitaba a ritmos más vivos y a que el grupo fuese más numeroso: hoy volvieron a repetir con nosotros Juan, Víctor y Rober. En ese sentido, la carrera resulta mucho más amena.
 
No quiero aventurarme a hablar sobre mi estado físico actual, pues temo confundirlo con mi estado de cansancio mental. No obstante, las sensaciones de cara a la maratón de la semana próxima no son las que cualquier atleta desearía. Eso, unido al hecho de enfrentarme a una distancia nueva para mí, hace aflorar una retaíla de dudas al respecto de mis prestaciones para entonces.
 
En cualquier caso, estar en la línea de salida y posteriormente cruzar la de meta será un éxito, independientemente del resultado final. Eso, junto al hecho de reencontrarme nuevamente con el #peazoteam, hace que merezca la pena el intento, incluso si los resultados no son los esperados. Cualquiera que haya pasado por aquí sabrá a lo que me refiero. Cualquiera que haya leído este diario, seguramente también.
 
Acabo de hacer cuentas, y me sale una media de 8,85 kilómetros diarios desde el tres de mayo hasta hoy, que se convierten en 10,7 kilómetros diarios de promedio durante los últimos ciento treinta días. En pleno verano afgano. Después de esto, ¿de verdad importa que el día diecisiete logre (o no) imponerme al cronómetro? Que me quiten lo bailao. O más bien, lo recorrío.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Día 188: ens veurem a València!

Km recorridos (día/total): 5,2/1672,3                                 Vueltas dadas al perímetro (día/total): 1/407
 
Esta mañana se nos ha ido Pascual, que todavía a estas horas estará metido en el avión y deseando llegar a casa. Lo ha hecho de una forma muy especial, tal y como es él en realidad. A eso de las siete nos hemos regalado un abrazo de despedida y le he dado las gracias por un regalo que me hizo el día antes de partir, toda una sorpresa para mí que consiguió emocionarme, pues probablemente ha sido uno de los regalos más bonitos que he recibido nunca.
 
Ahora que se han ido él y Tabu me doy cuenta de que la recta final de esta larga carrera está llegando a su fin. El próximo será nuestro turno para abandonar este país que, tras seis meses y medio, me ha enseñado tanto sobre mí mismo y donde he conocido a personas que de verdad, y creo no equivocarme, merecen la pena.
 
Estos últimos días están resultando ser los peores de todos, no tanto en lo personal como en lo que a intensidad de trabajo se refiere. Si alguno creía que habría una ocasión final para relajarse un poco y disfrutar de la tranquilidad de una mañana o una tarde sin que sonase el teléfono, estaba totalmente equivocado, pues estas jornadas están siendo realmente exigentes.
 
Así, y dado que hoy desde las seis de la mañana he tenido que atender mil y un compromisos laborales, el rato de carrera de mediodía ha supuesto una verdadera liberación, incluso cuando he sentido de golpe todo el cansancio acumulado a lo largo de los últimos días. Abrigado a pesar de la temperatura tan agradable que hacía (no me apetecía ir rápido para tener que calentarme), he progresado torpemente por la cuneta de esta carretera que tantísimas veces hemos recorrido a lo largo de estos meses. Puede que queden seis o siete salidas, tal vez ocho, no más.
 
Lo bueno de que finalmente se haya retrasado nuestra salida del martes un par de horas es que Alberto y yo podremos salir a rodar a primera hora, como de costumbre. Intuyo que será un momento muy especial para ambos, y que nuestros sentidos se impregnarán de cada metro del camino, de cada bache, de cada huella que reconozcamos como nuestra. El momento está muy próximo.
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Con Pedro Chaves, esta semana.
 
Es muy tarde ya, y lo cierto es que las carreras en solitario, unidas a las muchas horas que llevo despierto, no son una gran fuente de inspiración, al menos en lo que respecta al día de hoy. Mañana será otro día. El último fin de semana en Herat comenzará con un buen puñado de kilómetros junto a mi buen amigo Alberto. Ni que decir tiene que tendremos presentes a los que recién partieron rumbo a un merecido descanso. Ens veurem a València!

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Día 187: despedidas

Km recorridos (día/total): 10,4/1667,1                               Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/406
 
Llegan los días de las despedidas. Mañana partirá el penúltimo avión de relevo, en el que viajarán muchos de los compañeros con los que he compartido mi vida durante los últimos meses. Hoy, por ejemplo, disfrutaba de la última carrera junto a Pascual, que regresa por fin a casa, donde se pondrá a tono para rendir al máximo en Valencia. También se marcha mañana Pedro, con quien he pasado muy buenos ratos, en una especial sintonía casi desde que nos conocimos, y al que echaré de menos en estos últimos días de misión.
 
Muy atrás quedan ya aquellos primeros días de caras nuevas y miedo a lo que quedaba por delante. También las carreras del verano, cuando nos cruzábamos cada con grupos de caminantes que nos animaban. A veces Pedro se destacaba del resto, luciendo orgulloso su camiseta del Sevilla C.F., la eterna sonrisa pintada en la cara. Entre Pedro Chaves y yo ha habido una conexión especial desde que aterrizamos, tal vez por su carácter bonachón y su cercanía, tal vez porque siempre fue una persona cariñosa y amable conmigo en los muchos momentos en que he sentido la necesidad de un gesto, una palabra, un apretón de manos... Ni qué decir tiene que le echaré de menos.
 
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En lo deportivo, y tal vez porque comienzo a alcanzar un punto de saturación psicológica durante esta semana, debido a acontecimientos varios y a algún que otro encontronazo, la carrera me supone una liberación diaria. Por la mañana el frío (ya hemos bajado hasta los dos o tres grados, ni más ni menos que treinta de diferencia con respecto a las mañanas de julio y agosto) despedía, como Alberto y yo, a Pascual, quien finalmente ha alcanzado los mil kilómetros en tres meses, se ha recuperado de su lesión y rendirá a gran nivel en Valencia.
 
A mediodía la carrera ha sido una fiesta con Juan, Rober, nuestro fisio "afgano", Alberto, Víctor y yo. Las condiciones atmosféricas eran espectaculares: el sol calentaba en su justa medida, había ausencia de viento y el aire era fresco y limpio. El rodaje en sí ha sido de lo más divertido, aún con Rober intentando soltar el resfriado y Juan aguantando como un jabato los ritmos locos, contagiados, hoy sí, por el buen humor reinante. La sintonía en el grupo es evidente, y se deja ver en cada zancada. Difícilmente podré correr nuevamente en semejantes circunstancias y con semejantes compañeros de asfalto. 
 
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Los días pasan rápida y lentamente a la vez. Conviven también emociones encontradas: la alegría del próximo regreso y la tristeza de las despedidas. No creo que sea posible reunir a un grupo de personas tan especiales como aquellas con las que he tenido la suerte de convivir durante estos meses. Alguno pensará que es una cuestión circunstancial, que las condiciones y el sitio han hecho de esto algo tan especial. Puede que, en parte, no les falte razón. Pero sería tremendamente injusto achacarlo todo a esto último: en gran parte, la naturaleza de esas personas era única antes de venir. La materia prima ya estaba ahí. Cada uno, en el día a día, ha hecho el resto. Con sus sonrisas. Con sus palabras. Con sus abrazos.
 

martes, 5 de noviembre de 2013

Día 186: no nos perdemos ni un día

Km recorridos (día/total): 10,4/1656,7                               Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/404
 
Esta mañana, mientras estirábamos Alberto y yo en la puerta de mi alojamiento, ha pasado uno de nuestros compañeros recién llegados, que ya nos ha visto un par de veces en el mismo sitio y a la misma hora. Sonriendo, ha exclamado: ¡no os perdéis ni un día! Es cierto, no nos lo perdemos, principalmente porque así nos lo hemos propuesto, independientemente de las circunstancias.
 
A mí me hace gracia cuando escucho a algunos decir que le han dicho que aquí no se puede correr por el polvo en suspensión. Muchas veces, nuestros propósitos se quedan en eso, propósitos. Antes de intentarlo arrojamos la toalla porque nos han dicho que es imposible, o que nos pasará esto o lo otro si hacemos tal cosa. Que si en el polvo hay bacterias que se cargan las mucosas del estómago, que si hace demasiado calor, que si el terreno es duro... Puede que todo eso no sea más que una verdad a medias que adaptamos a nuestra comodidad.
 
Hay polvo en suspensión. En el polvo hay bacterias. ¿Me hago fuerte, las dejo atacarme, mi cuerpo aprende a defenderse de ellas, o dejo que me impidan hacer lo que me gusta?
 
Hace demasiado calor. Con tanto calor no se puede correr. ¿Me levanto antes de que amanezca y corro antes de que el sol castigue mi cuerpo y mi voluntad, o prefiero levantarme más tarde y decir que no salgo porque no se puede hacer nada con este calor?
 
El terreno es muy duro. Correr aquí implica lesionarse. De nuevo, ¿me crezco ante la adversidad y supero los problemas físicos derivados de la adaptación al medio, o paso de correr porque seguramente me lesionaré y tendré que parar?
 
Nos hacemos eco de las debilidades de unos, y no somos capaces de mirarnos en las fortalezas de otros, tal vez porque, en ese caso, veremos afectado, al menos temporalmente, nuestro ficticio estado de bienestar. Siempre ha resultado más sencillo sentirse respaldado por los tópicos que desafiarlos, sólo porque el desafío implica también vencer la resistencia al cambio y no queremos, en la mayoría de las ocasiones, cambiar. Porque nos da miedo lanzarnos al vacío, a lo desconocido.
 
No nos perdemos un día. No me he perdido ni un día desde que llegué. Desde mucho tiempo antes. Ha hecho calor, he tragado polvo, el hormigón ha castigado mis músculos y articulaciones, me ha dado pereza levantarme, salir a rodar cuando hacía viento, cuando estaba cansado, cuando me dolía todo,... Pero no me he perdido ni un día. A pesar de que me dijeron que con el polvo y el calor no se puede correr. Que enfermaría. Que me lesionaría.
 
Hoy por la mañana el suelo estaba húmedo de la llovizna de esta madrugada y el viento traía el frío, seguramente desde Irán. La carrera ha sido plácida y agradable, como siempre últimamente, tanto por la compañía y la charla de Alberto como por el ambiente otoñal, plagado el cielo de cúmulos y ocultas las montañas al oeste tras la neblina matinal.
 
Afortunadamente, podemos decir que es cierto eso de que no nos hemos perdido ni un sólo día de carrera aquí, y van casi ciento noventa a una media diaria de nueve kilómetros diarios. Eso no quiere decir que seamos mejores que otros. Simplemente, un día decidimos no creer que no se podía. Dejamos a un lado las excusas, el calor y el polvo. Decidimos que queríamos. Sólo eso.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Día 185: sapos y culebras

Km recorridos (día/total): 10,4/1646,3                               Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/402
 
Me propuse desde un principio que si en algún momento escribía sobre alguien sería siempre porque merecería la pena hacerlo. Está claro que no todo el mundo tiene la misma incidencia en la vida de uno, ya sea por las circunstancias o por una cuestión de afinidades. Hay, sin embargo, sujetos que proyectan negativismo, incapacidad, ineficiencia, mala educación, vacío personal... Es mi propósito llegar a conseguir algún día hacerme inmune a todas estas cosas. De momento, estoy en ello, con mayor o menor éxito, según la ocasión. No merecen estas personas, por mi parte, más atención que la ya prestada en estas líneas. Se me antojan, dicho sea de paso, demasiado reconocimiento a tan ingrata y contaminante labor.
 
La semana ha comenzado con el cielo encapotado y de un tono gris oscuro allá por el este. Tuve la esperanza, al verlo así, de que esas nubes se encaminasen hacia donde nos encontramos y descargasen agua con furia por el simple placer de ver llover, aunque también porque echo de menos el olor a tierra mojada que queda después de la tormenta. No hubo suerte: decidieron proseguir su viaje hacia el suroeste. Aquí apenas cayeron unas tristes gotas.
 
En cualquier caso, Alberto, Pascual y yo no fallamos a nuestra cita de las siete de la mañana para empezar la semana con un rodaje rápido. Es el último lunes que rodaremos los tres juntos, pues Pascual partirá hacia España unos días antes que nosotros, pocos, pero los suficientes para que le echemos de menos durante unas cuantas jornadas.
 
Como he dicho en muchas ocasiones, conocer a Alberto aquí ha sido una suerte, a la que hay que sumar la llegada de Pascual y Tabu (para mí, otro de los grandes descubrimientos personales de la misión) a principios de agosto. Lo de Pascual ha sido una bendita coincidencia, después de tantos años sin vernos que quedaron resumidos en un abrazo a pie de avión cuando nos reencontramos. Nuestros caminos se separaron hace muchos años, sólo para volver a unirse con gran intensidad a miles de kilómetros de nuestros hogares.
 
Repasando los días que quedan atrás, me doy cuenta de que no podría haber tenido mejores compañeros de viaje (en el grupo, sin duda alguna, habría encajado a la perfección mi buen amigo David, a quien echo de menos y espero ver en breve). No es sencillo soportarme durante tantos kilómetros como lo ha hecho Alberto ni que, una vez conformada la pareja, se sumen al engranaje Pascual, Tabu, Pepe y Vïctor con tal naturalidad. Cada uno ha contribuido de forma esencial a que lleguemos tan lejos como lo hemos hecho, en un camino salpicado de dificultades y nostalgias.
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De izq. a der.: Pepe, Pascual, Víctor, Alberto, yo y Roberto. ¡#peazoteam!
Hemos pasado malos momentos, pero nos hemos reído de los obstáculos y disfrutado de muchísimos kilómetros y de la seguridad que daba saber que fuera esperaba siempre alguien que te sacaría una sonrisa. Esta tarde nos hemos reunido los que quedamos para despedir a Roberto, nuestro fisio, al que he mencionado en alguna ocasión, y cuyo trabajo aquí ha resultado ser de incalculable valor, en gran medida debido a su calidad humana.
 
Pepe, Pascual, Víctor, Alberto, Roberto y yo hemos disfrutado de unas pizzas y de la complicidad que da el asfalto. Faltaba Tabu, aunque estoy seguro de que en esta ocasión no nos ha envidiado en absoluto. O tal vez sí. Al final me doy cuenta de que, a pesar de todo, no habría querido perderme esta aventura por nada del mundo. O lo que es lo mismo: no me habría querido perder a estas personas y a otras muchas con las que he convivido.
 
Incluso a las que proyectan sapos y culebras: a su modo, también me ayudaron a crecer.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Día 184: ley de vida

Km recorridos (día/total): 10,4/1634,9                               Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/400
 
El penúltimo domingo en Afganistán (se dice pronto, después de más de seis meses) ha amanecido nublado. Hoy Pascual volvía a la carga después de varios días parado debido a una sobrecarga muscular, lo cual nos ha alegrado la carrera tanto a Alberto como a mí, deseosos como estábamos de volver a contar con la presencia de Pascu. Así, y para ir probando, hemos rodado cinco kilómetros y pico a buen ritmo, con una temperatura agradable pese a la ausencia del sol..
 
Luego, y después de varios domingos en los que el entrenamiento para la maratón ha podido con el capuccino de L'Azurro, he disfrutado de un riquísimo café junto a varios de mis compañeros de misión y me he tomado la mañana con suma tranquilidad, no en lo laboral, pues tendré trabajo hasta el final, sino en lo personal, disfrutando del ambiente y de lo especial del momento.
 
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A mediodia quería rodar otra vez, y lo he hecho en compañía de Pascual nuevamente, sólo para comprobar, eso sí, que a ritmos vivos mi pie se resiente y que, por qué ocultarlo, asoman los fantasmas de la lesión que me tuvo sin correr un montón de tiempo, muy a mi pesar. Esta vez será distinto, espero, y las molestias desaparecerán en breve. De no ser por eso, el rodaje habría sido perfecto.
 
Apuramos los últimos kilómetros en Herat, al ritmo de los últimos días. Todo empieza a ser mucho más emotivo, con los que se quedan y con los que en breve se marcharán. Siento que echaré de menos a gente a la que probablemente no vuelva a ver, y de la que en un futuro resultará difícil recibir noticias, puede que no a corto plazo, pero sí ciertamente de aquí a un tiempo, cuando desaparezcamos de este desierto y dejemos que la historia siga su curso sin interferencias ni injerencias de terceros.
 
Hoy me preguntaba que fue de algunas de las amistades pasajeras, cultivadas hace escasos meses, tal vez a causa de las circunstancias que nos envolvían y que no volverán a darse nunca más. Siempre me he resistido a lo transitorio de las cosas y, sin embargo, sé que mucho de lo especial que aquí hay, aquí se quedará. Luego, cuando despeguemos rumbo a España, al igual que cuando otros lo hicieron, quedarán atrás muchas cosas.
 
A mí, que siempre he pecado de ser demasiado estúpido en lo que a estas cuestiones se refiere, me duele un poco que sea así, tal vez porque, por encima de estas circunstancias, no dejo de ver personas que merecen la pena, que ahondan en mí y dejan su huella, para nada a la postre. La camaradería de lo que vivimos nunca morirá, pero tampoco es algo de lo que vivir eternamente. Supongo que es ley de vida que cada uno, después de todo, vuelva a lo suyo, sin más.
 
Tal vez por todo esto me sienta muy abrigado entre mis compañeros de carrera, a los que estoy unido por el asfalto y los kilómetros. También por algunos otros con los que comparto un afecto sincero y mútuo, en el que no hay sitio para estúpidas jerarquías. Soy lo que soy. No hay galones ni estrellas bajo mi camiseta. Sólo piel y músculo, carne y hueso. Y un corazón como el del resto.
 
 

sábado, 2 de noviembre de 2013

Día 182: dos años

Km recorridos (día/total): 10,4/1624,5                               Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/398
 
Últimamente me acuesto pronto. Intento tenerlo todo hecho a última hora de la tarde y estar metido en la cama antes de las once (hoy no lo conseguiré). Leo un poco y apago la luz enseguida. Finalmente desistí en mi empeño, a los pocos capítulos, de acabar Mil soles espléndidos, más por falta de ganas que por el libro en sí. He comenzado a leer la autobiografía de Gandhi, y lo cierto es que resulta interesante.
 
De esta forma no me supone un gran esfuerzo levantarme temprano. Hoy, por ejemplo, había quedado con Alberto a las ocho menos cuarto, pero a las siete y cuarto ya estaba rodando, incapaz de permanecer un solo minuto más en la cama. Casualmente, a él le ha pasado lo mismo, y mientras hacíamos tiempo, cada uno por su lado, para estar a la hora, nos hemos encontrado.
 
A partir de ese momento la carrera ha sido un verdadero disfrute. Yo salía con un poco de miedo al ver que las molestias en el pie no remitían. Sin embargo, después de que ayer me llegase una manta eléctrica que me va genial para este tipo de lesiones, la evolución ha sido muy positiva, y aún sin forzar la máquina, las sensaciones han sido mucho mejores que en los días anteriores tanto durante la sesión como el resto del día.
 
Este dos de noviembre ha sido especial en muchos sentidos. La base es ahora un bullicio de gente recién llegada que ha renovado las ilusiones de aquellos que cumplimos aquí seis meses hace un par de días. De eso ya escribí ayer, y hoy no puedo sino reafirmarme en lo escrito: nos invade a todos los que estamos a punto de partir la sensación, esta vez sí, de que esto está tocando a su fin.
 
En cualquier caso, lo especial de la jornada no ha residido en eso. Hace dos años, tal día como hoy, me propuse correr todos los días al menos diez minutos. ¡Dos años han pasado ya desde aquella media maratón de San Javier! Desde entonces, cada día he encontrado la motivación necesaria para calzarme las zapatillas y salir a rodar. ¡Han sido tantos los lugares que han pisado mis pies! ¡Han sido tantos los kilómetros, tantos los que en alguno de estos setecientos treinta y un días me han acompañado!
 
Correr a diario se ha convertido para mí en una rutina que no puede faltar. A decir verdad, dejó de suponerme un esfuerzo hace muchísimo tiempo. Desde entonces, contra viento y marea en algunos casos, he sido capaz de dedicarme al menos esos diez minutos diarios. Ha habido días malos y días buenos. En algunas ocasiones me han sobrado las ganas; en otras he tenido que rebuscar muy adentro para hallar la fuerza necesaria, que siempre ha estado ahí, aún cuando en determinados momentos he dudado que fuese a encontrarlas nuevamente.
 
Cumplir dos años corriendo todos los días, precisamente en Afganistán y a estas alturas de misión, es verdaderamente significativo, sobre todo porque correr aquí ha mantenido encendida en mi interior una llama, a veces débil, que ha iluminado mi camino hasta este punto. Ahora esta llama parece cobrar un tono vivo, después de haber estado cerca de la extinción en más de una ocasión.
 
Dos años. ¡Y pensar que una cuarta parte de este tiempo ha transcurrido entre estos merlones coronados de concertina! No son pocos días, después de todo. Si la gente supiese que, pasadas las primeras tres semanas, todo se convierte en una cuestión de mera paciencia. A cambio de eso, tantos buenos ratos...
 

viernes, 1 de noviembre de 2013

Día 182: relevos

Km recorridos (día/total): 5,2/1614,1                                Vueltas dadas al perímetro (día/total): 1/396
 
Ha habido pocos días en los que no haya disfrutado de una carrera a primera hora de la mañana. Esto ha sucedido especialmente desde que los días comenzaron a hacerse más cortos y el amanecer se fue retrasando progresivamente, hasta el punto en que se hizo imposible, en contadas ocasiones, salir a rodar con luz natural. La base no es el mejor lugar del mundo para correr a oscuras, con su terreno irregular y la propia idiosincrasia del sitio.
 
Hoy tocaba nuevamente comenzar la jornada de trabajo con las primeras luces del alba. Tenía la esperanza de que todo fuese rápido y así poder correr antes de las ocho, pero lo cierto es que al final todo se ha retrasado y yo no he sabido gestionar, por falta de ganas, el tiempo que he tenido. Si, desde el primer momento, cuando he sabido que el avión con nuestros relevos se retrasaba una hora y media, me hubiese puesto en marcha, a las siete y media lo habría tenido todo hecho.
 
Como no ha sido así, he tenido que aguardar hasta la una de la tarde para poder calzarme las zapatillas y correr nuevamente en la compañía de Alberto y Juan. No ha sido una carrera que haya disfrutado mucho, la verdad, debido a las molestias en mi pie derecho, que no terminan de remitir. Tendré que prestarles especial atención en los próximos días y no forzar de más, a ver si con ello no arraigan y me permiten terminar la misión en plenitud de facultades, sobre todo pensando en la maratón de Valencia y en todo lo que viene detrás.
 
Aún así la jornada, debido a la presencia de aquellos que nos sustituirán en cuestión de días, ha sido muy especial. Su llegada suponía el penúltimo escalón antes de nuestro regreso. Ahora, todos los que llevamos aquí más de seis meses andamos de acá para allá con una sonrisa pintada en la boca, con la certeza del que sabe que esto ya está prácticamente hecho, después de tanto tiempo.
 
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Es curioso, porque también hoy, ciento ochenta y dos días después de mi llegada, he revivido con una nitidez asombrosa mis primeras horas en Herat: el cansancio del viaje, la melancolía, la sensación de impotencia,... Todas esas emociones han pasado, seguramente, a los recién llegados, que tendrán que vivir su propia aventura afgana, probablemente muy diferente a la nuestra en muchos sentidos.
 
Empiezo a saborear por fin la proximidad de mi familia y de mis amigos. Ya no es algo lejano en el horizonte vital. Ahora pienso en lo realmente inminente de mi vuelta a casa, a la vez que en todo lo vivido durante el último medio año. No, no ha sido corto, ni mucho menos. En ocasiones, las horas han goteado lentamente sobre el ardiente asfalto afgano, evaporándose antes casi de tocar el suelo. Por el contrario, en otras han fluido los días, sin saber muy bien a qué respondía ese cambio de percepción. Ha sido una largo camino, un bonito viaje a ninguna parte, una experiencia vital inigualable. En algún rincón de mi corazón siento una enorme pena de que esto termine. Sin embargo, necesito tanto que así sea...