viernes, 4 de enero de 2013

Entrenar a partir de los 35: escucha a tu cuerpo.

Si hay algo que me ha costado trabajo llegar a entender a lo largo de varios años, es el efecto que tiene el tiempo en el organismo. Lo puedo decir ahora, cuando me encuentro tal vez en mejor forma que nunca, a mis casi 37 años, y que entreno 4 veces menos de lo que lo hacía antes. Ni que decir tiene que esos entrenamientos, en su momento, han tenido una influencia decisiva en mi capacidad actual para asimilar los esfuerzos, y que han forjado una buena base sobre la que apoyarme en la actualidad. 

Después de tanto tiempo, creo que puedo decir que sé casi en cada momento lo que me viene bien y lo que no. Se ha desarrollado en mí una adaptabilidad al esfuerzo, que hace que, si me exijo lo correcto, alcance una buena forma más rápido. Pero, ¿qué es lo correcto? Para mí, la clave reside en escuchar al cuerpo y darle el descanso necesario cuando lo pide. Y eso, a día de hoy, es un arte que me funciona a la perfección.

No hay que olvidar que el entrenamiento se basa, principalmente, en la supercompensación que genera una sucesión de cargas determinada. El organismo responde ante lo que considera agresiones, preparándose para recibir más. Después de una acumulación lógica de fatiga, y tras un periodo de descanso más o menos breve, en función de las cargas recibidas, el cuerpo reacciona y se prepara, de alguna forma, para recibir más agresiones. ¿Qué ocurriría si, después de ese punto, el cuerpo dejase de recibir esas agresiones, y no se continuase con el entrenamiento? Simplemente, volvería a su estado inicial.

Llegado este punto, hay que tener en cuenta la capacidad que tiene el organismo para asimilar esas cargas de trabajo, acumular fatiga, y llevar a cabo esa compensación posterior. Considero que la edad es un factor determinante en ese proceso, y que el organismo no reacciona de la misma manera a las cargas de entrenamiento y su efecto posterior a los 20 que a los 40. Esto no quiere decir que tengamos que rendir menos. En la mayoría de los casos, y en determinadas disciplinas, hay capacidades que se desarrollan con el paso de los años (hasta un determinado momento). Otras, sin embargo, se pierden inevitablemente más pronto. Por ejemplo, es fácil ver a maratonianos de primer nivel de más de 35 años, y difícil encontrar a un velocista de primera línea (aunque hay excepciones) a partir de los 30.

Pues bien, es importante que, a partir de cierta edad, le demos tanta importancia a la recuperación como al entrenamiento. Y voy a ir un poco más allá al afirmar que descansar también es entrenar. El papel lo aguanta todo, y a menudo los planes de entrenamiento no tienen en cuenta, si no hay un estrecho contacto y una buena comunicación entre el que los programa y el que los ejecuta, que el cuerpo puede no responder como se esperaba a una carga determinada. Hay que considerar, además, y dado que no somos atletas profesionales, que en el entrenamiento también influyen otros factores que pueden afectar a nuestro organismo de una u otra forma: las relaciones sociales y laborales, los estados de salud física y anímica, las alteraciones puntuales del sueño, la alimentación, etc...

Por todo ello, hay que encontrar un buen equilibrio entre el entrenamiento y el descanso. O en otras palabras, necesitamos APRENDER A ESCUCHAR a nuestro cuerpo, para saber diferenciar cuándo levantar el pie del acelerador y cuándo no. Al fin y al cabo, y lo digo por experiencia, dentro de unos años no os acordaréis de ese día en que os volvisteis a casa con un par de series menos, o cinco kilómetros menos, o simplemente cambiasteis la exigente sesión que os tocaba por 15 minutitos de carrera suave, únicamente por el hecho de que no teníais cuerpo para más.


1 comentario:

  1. Totalmente de acuerdo, aunque a mí por lo menos me cuesta tela "escuchar a mi cuerpo". Soy demasiado cuadriculado con los planes de entreno y no es bueno a veces.

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