sábado, 2 de noviembre de 2013

Día 182: dos años

Km recorridos (día/total): 10,4/1624,5                               Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/398
 
Últimamente me acuesto pronto. Intento tenerlo todo hecho a última hora de la tarde y estar metido en la cama antes de las once (hoy no lo conseguiré). Leo un poco y apago la luz enseguida. Finalmente desistí en mi empeño, a los pocos capítulos, de acabar Mil soles espléndidos, más por falta de ganas que por el libro en sí. He comenzado a leer la autobiografía de Gandhi, y lo cierto es que resulta interesante.
 
De esta forma no me supone un gran esfuerzo levantarme temprano. Hoy, por ejemplo, había quedado con Alberto a las ocho menos cuarto, pero a las siete y cuarto ya estaba rodando, incapaz de permanecer un solo minuto más en la cama. Casualmente, a él le ha pasado lo mismo, y mientras hacíamos tiempo, cada uno por su lado, para estar a la hora, nos hemos encontrado.
 
A partir de ese momento la carrera ha sido un verdadero disfrute. Yo salía con un poco de miedo al ver que las molestias en el pie no remitían. Sin embargo, después de que ayer me llegase una manta eléctrica que me va genial para este tipo de lesiones, la evolución ha sido muy positiva, y aún sin forzar la máquina, las sensaciones han sido mucho mejores que en los días anteriores tanto durante la sesión como el resto del día.
 
Este dos de noviembre ha sido especial en muchos sentidos. La base es ahora un bullicio de gente recién llegada que ha renovado las ilusiones de aquellos que cumplimos aquí seis meses hace un par de días. De eso ya escribí ayer, y hoy no puedo sino reafirmarme en lo escrito: nos invade a todos los que estamos a punto de partir la sensación, esta vez sí, de que esto está tocando a su fin.
 
En cualquier caso, lo especial de la jornada no ha residido en eso. Hace dos años, tal día como hoy, me propuse correr todos los días al menos diez minutos. ¡Dos años han pasado ya desde aquella media maratón de San Javier! Desde entonces, cada día he encontrado la motivación necesaria para calzarme las zapatillas y salir a rodar. ¡Han sido tantos los lugares que han pisado mis pies! ¡Han sido tantos los kilómetros, tantos los que en alguno de estos setecientos treinta y un días me han acompañado!
 
Correr a diario se ha convertido para mí en una rutina que no puede faltar. A decir verdad, dejó de suponerme un esfuerzo hace muchísimo tiempo. Desde entonces, contra viento y marea en algunos casos, he sido capaz de dedicarme al menos esos diez minutos diarios. Ha habido días malos y días buenos. En algunas ocasiones me han sobrado las ganas; en otras he tenido que rebuscar muy adentro para hallar la fuerza necesaria, que siempre ha estado ahí, aún cuando en determinados momentos he dudado que fuese a encontrarlas nuevamente.
 
Cumplir dos años corriendo todos los días, precisamente en Afganistán y a estas alturas de misión, es verdaderamente significativo, sobre todo porque correr aquí ha mantenido encendida en mi interior una llama, a veces débil, que ha iluminado mi camino hasta este punto. Ahora esta llama parece cobrar un tono vivo, después de haber estado cerca de la extinción en más de una ocasión.
 
Dos años. ¡Y pensar que una cuarta parte de este tiempo ha transcurrido entre estos merlones coronados de concertina! No son pocos días, después de todo. Si la gente supiese que, pasadas las primeras tres semanas, todo se convierte en una cuestión de mera paciencia. A cambio de eso, tantos buenos ratos...
 

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