martes, 5 de noviembre de 2013

Día 186: no nos perdemos ni un día

Km recorridos (día/total): 10,4/1656,7                               Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/404
 
Esta mañana, mientras estirábamos Alberto y yo en la puerta de mi alojamiento, ha pasado uno de nuestros compañeros recién llegados, que ya nos ha visto un par de veces en el mismo sitio y a la misma hora. Sonriendo, ha exclamado: ¡no os perdéis ni un día! Es cierto, no nos lo perdemos, principalmente porque así nos lo hemos propuesto, independientemente de las circunstancias.
 
A mí me hace gracia cuando escucho a algunos decir que le han dicho que aquí no se puede correr por el polvo en suspensión. Muchas veces, nuestros propósitos se quedan en eso, propósitos. Antes de intentarlo arrojamos la toalla porque nos han dicho que es imposible, o que nos pasará esto o lo otro si hacemos tal cosa. Que si en el polvo hay bacterias que se cargan las mucosas del estómago, que si hace demasiado calor, que si el terreno es duro... Puede que todo eso no sea más que una verdad a medias que adaptamos a nuestra comodidad.
 
Hay polvo en suspensión. En el polvo hay bacterias. ¿Me hago fuerte, las dejo atacarme, mi cuerpo aprende a defenderse de ellas, o dejo que me impidan hacer lo que me gusta?
 
Hace demasiado calor. Con tanto calor no se puede correr. ¿Me levanto antes de que amanezca y corro antes de que el sol castigue mi cuerpo y mi voluntad, o prefiero levantarme más tarde y decir que no salgo porque no se puede hacer nada con este calor?
 
El terreno es muy duro. Correr aquí implica lesionarse. De nuevo, ¿me crezco ante la adversidad y supero los problemas físicos derivados de la adaptación al medio, o paso de correr porque seguramente me lesionaré y tendré que parar?
 
Nos hacemos eco de las debilidades de unos, y no somos capaces de mirarnos en las fortalezas de otros, tal vez porque, en ese caso, veremos afectado, al menos temporalmente, nuestro ficticio estado de bienestar. Siempre ha resultado más sencillo sentirse respaldado por los tópicos que desafiarlos, sólo porque el desafío implica también vencer la resistencia al cambio y no queremos, en la mayoría de las ocasiones, cambiar. Porque nos da miedo lanzarnos al vacío, a lo desconocido.
 
No nos perdemos un día. No me he perdido ni un día desde que llegué. Desde mucho tiempo antes. Ha hecho calor, he tragado polvo, el hormigón ha castigado mis músculos y articulaciones, me ha dado pereza levantarme, salir a rodar cuando hacía viento, cuando estaba cansado, cuando me dolía todo,... Pero no me he perdido ni un día. A pesar de que me dijeron que con el polvo y el calor no se puede correr. Que enfermaría. Que me lesionaría.
 
Hoy por la mañana el suelo estaba húmedo de la llovizna de esta madrugada y el viento traía el frío, seguramente desde Irán. La carrera ha sido plácida y agradable, como siempre últimamente, tanto por la compañía y la charla de Alberto como por el ambiente otoñal, plagado el cielo de cúmulos y ocultas las montañas al oeste tras la neblina matinal.
 
Afortunadamente, podemos decir que es cierto eso de que no nos hemos perdido ni un sólo día de carrera aquí, y van casi ciento noventa a una media diaria de nueve kilómetros diarios. Eso no quiere decir que seamos mejores que otros. Simplemente, un día decidimos no creer que no se podía. Dejamos a un lado las excusas, el calor y el polvo. Decidimos que queríamos. Sólo eso.

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