domingo, 3 de noviembre de 2013

Día 184: ley de vida

Km recorridos (día/total): 10,4/1634,9                               Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/400
 
El penúltimo domingo en Afganistán (se dice pronto, después de más de seis meses) ha amanecido nublado. Hoy Pascual volvía a la carga después de varios días parado debido a una sobrecarga muscular, lo cual nos ha alegrado la carrera tanto a Alberto como a mí, deseosos como estábamos de volver a contar con la presencia de Pascu. Así, y para ir probando, hemos rodado cinco kilómetros y pico a buen ritmo, con una temperatura agradable pese a la ausencia del sol..
 
Luego, y después de varios domingos en los que el entrenamiento para la maratón ha podido con el capuccino de L'Azurro, he disfrutado de un riquísimo café junto a varios de mis compañeros de misión y me he tomado la mañana con suma tranquilidad, no en lo laboral, pues tendré trabajo hasta el final, sino en lo personal, disfrutando del ambiente y de lo especial del momento.
 
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A mediodia quería rodar otra vez, y lo he hecho en compañía de Pascual nuevamente, sólo para comprobar, eso sí, que a ritmos vivos mi pie se resiente y que, por qué ocultarlo, asoman los fantasmas de la lesión que me tuvo sin correr un montón de tiempo, muy a mi pesar. Esta vez será distinto, espero, y las molestias desaparecerán en breve. De no ser por eso, el rodaje habría sido perfecto.
 
Apuramos los últimos kilómetros en Herat, al ritmo de los últimos días. Todo empieza a ser mucho más emotivo, con los que se quedan y con los que en breve se marcharán. Siento que echaré de menos a gente a la que probablemente no vuelva a ver, y de la que en un futuro resultará difícil recibir noticias, puede que no a corto plazo, pero sí ciertamente de aquí a un tiempo, cuando desaparezcamos de este desierto y dejemos que la historia siga su curso sin interferencias ni injerencias de terceros.
 
Hoy me preguntaba que fue de algunas de las amistades pasajeras, cultivadas hace escasos meses, tal vez a causa de las circunstancias que nos envolvían y que no volverán a darse nunca más. Siempre me he resistido a lo transitorio de las cosas y, sin embargo, sé que mucho de lo especial que aquí hay, aquí se quedará. Luego, cuando despeguemos rumbo a España, al igual que cuando otros lo hicieron, quedarán atrás muchas cosas.
 
A mí, que siempre he pecado de ser demasiado estúpido en lo que a estas cuestiones se refiere, me duele un poco que sea así, tal vez porque, por encima de estas circunstancias, no dejo de ver personas que merecen la pena, que ahondan en mí y dejan su huella, para nada a la postre. La camaradería de lo que vivimos nunca morirá, pero tampoco es algo de lo que vivir eternamente. Supongo que es ley de vida que cada uno, después de todo, vuelva a lo suyo, sin más.
 
Tal vez por todo esto me sienta muy abrigado entre mis compañeros de carrera, a los que estoy unido por el asfalto y los kilómetros. También por algunos otros con los que comparto un afecto sincero y mútuo, en el que no hay sitio para estúpidas jerarquías. Soy lo que soy. No hay galones ni estrellas bajo mi camiseta. Sólo piel y músculo, carne y hueso. Y un corazón como el del resto.
 
 

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