jueves, 14 de noviembre de 2013

Día 193: ¿en qué pienso?

Km recorridos (día/total): 5,2/1710,9         Vueltas dadas al perímetro (día/total): 1/415
Por primera vez en ciento noventa y cuatro días no he sido fiel a este Diario de un corredor afgano. La idea que tenía de escribir en la sala de espera de la terminal o en el avión de regreso se vio desbaratada por mi naturaleza desordenada, que me llevó a meter todo lo que fue posible en mi equipaje de mano. Si hubiese sacado el ordenador de la mochila en algún momento habría sido un espectáculo digno de contemplar: dudo que hubiese habido forma humana de reintegrarlo todo nuevamente a su lugar.
Además, dicho sea de paso, el ambiente en esos momentos, los últimos de verdad con todos los compañeros y amigos, invitaba mucho más a charlas distendidas, abrazos e intercambio de direcciones, teléfonos y demás, que a sentarse delante de la pantalla y aislarse en el contenido de una entrada que bien podría escribir un poco más tarde. También es cierto que si durante la primera noche en España hubiese tenido el portátil a mano cuando me desperté con los ojos como platos a las cuatro y media de la mañana, seguramente me habría lanzado a escribir el resumen de lo que supuso la última ocasión en que, para mis ojos, amaneció en Herat.
Alberto y yo madrugamos para rodar, como habíamos soñado desde hacía meses, nuestros últimos kilómetros en Afganistán. Probablemente por primera vez desde que comenzamos a correr juntos, Alberto no me tuvo que esperar ni un sólo minuto, y me vio salir con la sonrisa pintada en la cara a través del refugio de siempre. Lo único negativo de la jornada es que, a mitad de recorrido, había una patrulla de italianos que nos impidió el paso hacia el sur, por lo que tuvimos que hacer varias idas y venidas en un tramo más reducido. Como si fuésemos a atentar nosotros contra alguien.
No hay mal que por bien no venga, pues gracias a eso pudimos ver aterrizar el avión que nos llevaría de vuelta a casa y Juan, que había salido un poco más tarde, se pudo incorporar a la última carrera en Herat. ¿Qué mejor compañía que él y el Gorra para cerrar nuestro periplo afgano? Luego, lo ya narrado: charlas, emotivas despedidas, impaciencia, nervios y algún que otro personaje en busca de su minuto de gloria, eso sí, a destiempo, después de haber dispuesto para ello de más de ocho horas de vuelo en los que no se movió de su butaca de clase business. No habría estado de más un paseo entre la plebe, después de tantos meses...
Curiosamente o no, incluso en mis primeros sueños en España mi mente me traslada al lugar del que durante tanto tiempo he deseado salir. Acuden a mí las vívidas imágenes de acontecimientos, personas y lugares: los desayunos al sol de los domingos, las carreras con el #peazoteam, las horas de oficina, los capuccinos en el Ciano, las últimas charlas al sol con Kevin, el contenedor que hacía las veces de habitación, los pretendidos saludos militares de Said desde la puerta de su joyería, cuando se afanaba en salir al verme pasar,...
Me preguntan a veces en qué pienso, cuando ni yo mismo lo sé. Sólo me embarga la extraña sensación de que hay una parte de mí que se ha quedado para siempre en Herat, sabiendo que será difícilmente posible que regrese a por ella. Tal vez sea eso lo que me entristece: sé a ciencia cierta que lo vivido forma parte ya del pasado. Un pasado reciente, pero pasado a fin de cuentas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario