viernes, 8 de noviembre de 2013

Día 189: que me quiten lo bailao

Km recorridos (día/total): 10,4/1682,7                               Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/409
 
Cuando comencé a escribir este Diario de un corredor afgano me preguntaba si sería capaz de escribir cada día sobre algo distinto, en un sitio donde cada día es igual al anterior, o al menos muy parecido. Lo cierto es que esta última afirmación es revisable Las jornadas son muy parecidas unas a otras: despertador, carrera, desayuno, oficina, carrera (ahora que se está bien al sol de mediodía), comida, descanso, oficina, algo de deporte, cena, internet, un par de capítulos de algún libro, y a dormir.
 
Sin embargo, me atrevería a decir que en muchos aspectos cada día de misión ha sido diferente al anterior, lo que ha posibilitado que esto esté llegando a su fin manteniendo el propósito inicial de no caer en la monotonía diaria. Sinceramente, no sé si he conseguido siempre esto último: me temo que, si revisase todas las entradas publicadas a día de hoy, me encontraría con que muchas son muy similares entre sí, aún a pesar de mis intentos.
 
Pero por otro lado, también es cierto que mi día a día se ha visto jalonado de pequeños acontecimientos que han convertido cada jornada en algo único y especial, distinto a la anterior: una conversación, una carrera en una u otra compañía, un evento, un estado de ánimo,... En ese sentido, creo que lo que cuento en este diario ha reflejado mi día a día de una forma veraz y sincera.
 
Por encima de todo, me alegro de haber dedicado un tiempo diario a escribir, pues a buen seguro los días transcurridos habrían caido en el olvido al cabo del tiempo, como recuerdos sin fecha concreta entremezclados en mi mente, arrinconándose cada vez en un espacio más reducido hasta su completa aniquilación. También escribir ha supuesto para mí una íntima terapia de introspección con la que dar salida a un montón de emociones, inquietudes y miedos que me asaltaban día sí, día también. Por último, ir anotando mis evoluciones deportivas ha servido de entretenimiento en más de una ocasión en la que me he entregado a sumas, restas y proyecciones de kilómetros y vueltas.
 
Esta mañana hacía, al igual que esta tarde, muchísimo frío. El cielo ha estado permanentemente despejado, lo cual, aparte de resultar un espectáculo para los sentidos cuando ha oscurecido, ha provocado un brusco descenso de las temperaturas nocturnas. Por la mañana nos costó arrancar tanto a Alberto como a mí (nos hemos quedado solos en nuestras salidas matinales, después de la partida de Pascual). Luego, a mediodía, la calidez invitaba a ritmos más vivos y a que el grupo fuese más numeroso: hoy volvieron a repetir con nosotros Juan, Víctor y Rober. En ese sentido, la carrera resulta mucho más amena.
 
No quiero aventurarme a hablar sobre mi estado físico actual, pues temo confundirlo con mi estado de cansancio mental. No obstante, las sensaciones de cara a la maratón de la semana próxima no son las que cualquier atleta desearía. Eso, unido al hecho de enfrentarme a una distancia nueva para mí, hace aflorar una retaíla de dudas al respecto de mis prestaciones para entonces.
 
En cualquier caso, estar en la línea de salida y posteriormente cruzar la de meta será un éxito, independientemente del resultado final. Eso, junto al hecho de reencontrarme nuevamente con el #peazoteam, hace que merezca la pena el intento, incluso si los resultados no son los esperados. Cualquiera que haya pasado por aquí sabrá a lo que me refiero. Cualquiera que haya leído este diario, seguramente también.
 
Acabo de hacer cuentas, y me sale una media de 8,85 kilómetros diarios desde el tres de mayo hasta hoy, que se convierten en 10,7 kilómetros diarios de promedio durante los últimos ciento treinta días. En pleno verano afgano. Después de esto, ¿de verdad importa que el día diecisiete logre (o no) imponerme al cronómetro? Que me quiten lo bailao. O más bien, lo recorrío.

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