viernes, 1 de noviembre de 2013

Día 182: relevos

Km recorridos (día/total): 5,2/1614,1                                Vueltas dadas al perímetro (día/total): 1/396
 
Ha habido pocos días en los que no haya disfrutado de una carrera a primera hora de la mañana. Esto ha sucedido especialmente desde que los días comenzaron a hacerse más cortos y el amanecer se fue retrasando progresivamente, hasta el punto en que se hizo imposible, en contadas ocasiones, salir a rodar con luz natural. La base no es el mejor lugar del mundo para correr a oscuras, con su terreno irregular y la propia idiosincrasia del sitio.
 
Hoy tocaba nuevamente comenzar la jornada de trabajo con las primeras luces del alba. Tenía la esperanza de que todo fuese rápido y así poder correr antes de las ocho, pero lo cierto es que al final todo se ha retrasado y yo no he sabido gestionar, por falta de ganas, el tiempo que he tenido. Si, desde el primer momento, cuando he sabido que el avión con nuestros relevos se retrasaba una hora y media, me hubiese puesto en marcha, a las siete y media lo habría tenido todo hecho.
 
Como no ha sido así, he tenido que aguardar hasta la una de la tarde para poder calzarme las zapatillas y correr nuevamente en la compañía de Alberto y Juan. No ha sido una carrera que haya disfrutado mucho, la verdad, debido a las molestias en mi pie derecho, que no terminan de remitir. Tendré que prestarles especial atención en los próximos días y no forzar de más, a ver si con ello no arraigan y me permiten terminar la misión en plenitud de facultades, sobre todo pensando en la maratón de Valencia y en todo lo que viene detrás.
 
Aún así la jornada, debido a la presencia de aquellos que nos sustituirán en cuestión de días, ha sido muy especial. Su llegada suponía el penúltimo escalón antes de nuestro regreso. Ahora, todos los que llevamos aquí más de seis meses andamos de acá para allá con una sonrisa pintada en la boca, con la certeza del que sabe que esto ya está prácticamente hecho, después de tanto tiempo.
 
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Es curioso, porque también hoy, ciento ochenta y dos días después de mi llegada, he revivido con una nitidez asombrosa mis primeras horas en Herat: el cansancio del viaje, la melancolía, la sensación de impotencia,... Todas esas emociones han pasado, seguramente, a los recién llegados, que tendrán que vivir su propia aventura afgana, probablemente muy diferente a la nuestra en muchos sentidos.
 
Empiezo a saborear por fin la proximidad de mi familia y de mis amigos. Ya no es algo lejano en el horizonte vital. Ahora pienso en lo realmente inminente de mi vuelta a casa, a la vez que en todo lo vivido durante el último medio año. No, no ha sido corto, ni mucho menos. En ocasiones, las horas han goteado lentamente sobre el ardiente asfalto afgano, evaporándose antes casi de tocar el suelo. Por el contrario, en otras han fluido los días, sin saber muy bien a qué respondía ese cambio de percepción. Ha sido una largo camino, un bonito viaje a ninguna parte, una experiencia vital inigualable. En algún rincón de mi corazón siento una enorme pena de que esto termine. Sin embargo, necesito tanto que así sea...
 

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