jueves, 21 de noviembre de 2013

Un corredor de diez minutos

Sigue, a partir de hoy, las historias de "Un corredor de diez minutos".


¡Sólo en la web www.ensolo10minutos.com!

lunes, 18 de noviembre de 2013

Epílogo

Que éste no es un relato épico de personas que una y otra vez son capaces de superar exitosamente las circunstancias más adversas ha resultado más que evidente. Tal vez por eso, ni siquiera en el día de hoy me voy a permitir el lujo de terminar escribiendo que fui a Valencia, corrí y superé con creces mis expectativas más optimistas. Más bien, la maratón de Valencia fue una prolongación realista y exacta de mi estado actual: el de agotamiento físico y psicológico más absoluto. Por eso, terminó con mi abandono en el kilómetro veintidós, sin ganas ni fuerzas para continuar luchando con los dolores musculares y mi propia cabeza.
Pero también sería injusto decir que fui a Valencia para nada. En realidad, el viaje tenía el casi único y exclusivo motivo de volver a reunirme con tres amigos afganos, Alberto, Pascual y Tabu, y sellar una amistad cuyos vínculos se fraguaron bajo el abrasador sol de Herat y la dureza de cinco kilómetros y doscientos metros de hormigón recorridos en infinidad de ocasiones. En ese sentido, la maratón de Valencia fue todo un éxito.
Los días posteriores a mi regreso han sido un mar, a veces en calma, a veces revuelto, de sentimientos y emociones encontradas. Cada noche, entre las cuatro y media y las cinco, he abierto los ojos, y han venido a mi memoria infinidad de recuerdos y momentos que han quedado atrás, pero que aún están latentes en el subconsciente. La felicidad de encontrarme de nuevo entre los míos se ha visto asaltada a ratos por la incómoda sensación de desubicación. Supongo que, con el paso de los días, esa sensación se irá desvaneciendo, pues la rutina lo devora todo, tarde o temprano.
Tal vez por este último motivo, cerrar estas páginas resulta sencillo y difícil al mismo tiempo. Sencillo, por el íntimo deseo de poner un punto y final a la larga aventura afgana; también por el hecho de saber que aunque esto, ahora sí, ha terminado, queda constancia escrita de mucho de lo que allá aconteció, para nostálgicos y futuros rescates.  Difícil, porque las líneas de este Diario de un corredor afgano han llenado muchos huecos, no sólo temporales, y me han supuesto una mayúscula experiencia personal, gracias única y exclusivamente a todo aquel que, en un momento dado, se ha acercado a ellas.
Es por ello que no puedo finalizar sin dar nuevamente las gracias a todos los que me han acompañado a lo largo de estos ciento noventa y cuatro días, o al menos en algún momento de la travesía, que en ocasiones resultó dura y tortuosa pero que en otras, la mayoría, fluyó como el agua entre piedras cubiertas de polvo marrón. Sin ese interés manifiesto, escribir cada palabra, cada línea, cada entrada, habría supuesto un enorme esfuerzo que, gracias a todos, se convirtió en un agradable y satisfactorio ejercicio de introspección diaria.
Ni qué decir tiene que he de particularizar estos agradecimientos en varias personas: aquellas que me dieron los buenos días cada mañana de una forma especial, soportando mis cambiantes estados de ánimo, o me apremiaron de vez en cuando a escribir la entrada del día "porque se tenían que ir a dormir". También a todos los que, de forma asidua o eventualmente, dejaron unas palabras de ánimo al final de una entrada cualquiera. En todos los casos, seguramente no saben lo mucho que me ayudaron en el día a día.
A ellas y a todas las demás que salpicaron mi vida durante este periplo: GRACIAS.
El corredor afgano.


jueves, 14 de noviembre de 2013

Día 193: ¿en qué pienso?

Km recorridos (día/total): 5,2/1710,9         Vueltas dadas al perímetro (día/total): 1/415
Por primera vez en ciento noventa y cuatro días no he sido fiel a este Diario de un corredor afgano. La idea que tenía de escribir en la sala de espera de la terminal o en el avión de regreso se vio desbaratada por mi naturaleza desordenada, que me llevó a meter todo lo que fue posible en mi equipaje de mano. Si hubiese sacado el ordenador de la mochila en algún momento habría sido un espectáculo digno de contemplar: dudo que hubiese habido forma humana de reintegrarlo todo nuevamente a su lugar.
Además, dicho sea de paso, el ambiente en esos momentos, los últimos de verdad con todos los compañeros y amigos, invitaba mucho más a charlas distendidas, abrazos e intercambio de direcciones, teléfonos y demás, que a sentarse delante de la pantalla y aislarse en el contenido de una entrada que bien podría escribir un poco más tarde. También es cierto que si durante la primera noche en España hubiese tenido el portátil a mano cuando me desperté con los ojos como platos a las cuatro y media de la mañana, seguramente me habría lanzado a escribir el resumen de lo que supuso la última ocasión en que, para mis ojos, amaneció en Herat.
Alberto y yo madrugamos para rodar, como habíamos soñado desde hacía meses, nuestros últimos kilómetros en Afganistán. Probablemente por primera vez desde que comenzamos a correr juntos, Alberto no me tuvo que esperar ni un sólo minuto, y me vio salir con la sonrisa pintada en la cara a través del refugio de siempre. Lo único negativo de la jornada es que, a mitad de recorrido, había una patrulla de italianos que nos impidió el paso hacia el sur, por lo que tuvimos que hacer varias idas y venidas en un tramo más reducido. Como si fuésemos a atentar nosotros contra alguien.
No hay mal que por bien no venga, pues gracias a eso pudimos ver aterrizar el avión que nos llevaría de vuelta a casa y Juan, que había salido un poco más tarde, se pudo incorporar a la última carrera en Herat. ¿Qué mejor compañía que él y el Gorra para cerrar nuestro periplo afgano? Luego, lo ya narrado: charlas, emotivas despedidas, impaciencia, nervios y algún que otro personaje en busca de su minuto de gloria, eso sí, a destiempo, después de haber dispuesto para ello de más de ocho horas de vuelo en los que no se movió de su butaca de clase business. No habría estado de más un paseo entre la plebe, después de tantos meses...
Curiosamente o no, incluso en mis primeros sueños en España mi mente me traslada al lugar del que durante tanto tiempo he deseado salir. Acuden a mí las vívidas imágenes de acontecimientos, personas y lugares: los desayunos al sol de los domingos, las carreras con el #peazoteam, las horas de oficina, los capuccinos en el Ciano, las últimas charlas al sol con Kevin, el contenedor que hacía las veces de habitación, los pretendidos saludos militares de Said desde la puerta de su joyería, cuando se afanaba en salir al verme pasar,...
Me preguntan a veces en qué pienso, cuando ni yo mismo lo sé. Sólo me embarga la extraña sensación de que hay una parte de mí que se ha quedado para siempre en Herat, sabiendo que será difícilmente posible que regrese a por ella. Tal vez sea eso lo que me entristece: sé a ciencia cierta que lo vivido forma parte ya del pasado. Un pasado reciente, pero pasado a fin de cuentas.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Día 192: el último día en Herat

Km recorridos (día/total): 5,2/1705,7                                 Vueltas dadas al perímetro (día/total): 1/414
 
El último día completo en Herat no ha sido, ni mucho menos, de descanso. De hecho, me alegro de haber planeado la salida con Alberto a las siete de la mañana, en lugar de dejarla para media mañana, pues la jornada ha sido tan densa en tantos sentidos que a duras penas habríamos encontrado un hueco para salir a rodar, y habría sido a costa de ir más agobiado en todos los trámites que debía cumplimentar antes de mi partida.
 
Eso sí, la carrera de por la mañana ha sido un auténtico disfrute. Alberto y yo hemos pasado tanto tiempo juntos, a ratos de forma divertida, a ratos apoyándonos el uno en el otro cuando las cosas marchaban bien pero las mirábamos desde la perspectiva inadecuada, que a estas alturas apuramos los pocos minutos que nos quedan, emplazados, no obstante a vernos el próximo sábado (se me llena la boca al decirlo) en Valencia, con unos vaqueros y una camiseta en lugar del uniforme de árido.
 
Así, el día ha transcurrido entre despedidas y emotivos abrazos. Hay personas con las que me volveré a encontrar (con algunas de ellas con muchas ganas, después de lo vivido), y personas a las que, probablemente, no volveré a ver jamás. Por ello, el día de hoy ha sido especial y a la vez un tanto triste, pues después de tantos días uno se da cuenta, casi de repente, de que ya no habrá más vasos de té servidos a media mañana por Jabbar en la oficina, ni más masajes de Maya en la zona italiana, ni más bolsas de fruta afgana traída de Herat por Musa o Said.
 
A pesar de que seis meses y medio han dado para muchas cosas, me queda la sensación, por extraño que parezca, de que podría haber aprovechado un poco más el tiempo. Pero luego, cierto es, me doy cuenta de que, después de todo, este más de medio año en Afganistán ha dado para llenar muchas páginas que, aunque no relatan todo lo acontecido, sí me ayudarán a rememorar, más adelante, determinados días en los que ocurrió algo especial: el primer viaje a Qala-i-Nao, las visitas de los niños afganos, Herat, la carrera de San Fermín, las tardes veraniegas de carrera con Alberto, Tabu y Pascual, los encuentros casuales, las orientaciones, los momentos difíciles, las risas, los llantos (que también los hubo),...
 
A día de hoy, puedo decir que la experiencia, además de un ejercicio de paciencia infinita, ha sido realmente positiva. Eso, a pesar del trabajo ininterrumpido de lunes a domingo, mañana y tarde, desde el pasado tres de mayo. Lo mejor de todo es que he conocido a gente estupenda: Mario, Kevin, Asís, Carlos, Antonio, Alberto, Nacho, Max, Manu, Juan, Edu, Rocío, Carmen, David, Jose, Iván, Mar, Pedro, Fructu, Luis, Chema, Juan Carlos, Ricardo, Fran, Mariajo, Toni, Lorenzo, Homayún, Dani, Juanjo, Lele, Umberto, Piero, Sandro, Mónica, Ángel, Cañete, Rafa, Víctor, Tabu, Pascual, Sheryl, Rochelle, Reinaldo, Marifé, Beverly, Rowena,... y un larga lista de nombres con los que podría llenar una página entera, aún después de lo cual seguiría dejándome a muchos.
 
Es muy tarde, y mañana a las seis y media saldré, por última vez aquí, atravesando el refugio que hay en el lateral de mi alojamiento, para encontrarme con Alberto y rodar muy tranquilos antes del viaje. Será un día muy largo y muy especial. Será el día que llevaba esperando desde el diecinueve de marzo, fecha en que supe que, irremisiblemente, pasaría en Herat una larga temporada. Parecía que no llegaría nunca. Qué largo se ha hecho... 
 
 
 

domingo, 10 de noviembre de 2013

Día 191: desactivado

Km recorridos (día/total): 12,6/1700,5                               Vueltas dadas al perímetro (día/total): 3/413
 
Llevaba mucho tiempo deseando que llegase este día que hasta hace bien poco, incomprensiblemente, ni siquiera tenía fecha. Hoy a mediodía, por fin ha cambiado mi status en Herat: ya estoy desactivado. He pasado a la categoría de lo que aquí se denomina "walking dead", en referencia a los caminantes de la famosa serie de televisión, gente sin rumbo y sin ocupación definida, a la espera, en nuestro caso, de un avión que llegará, si todo marcha según lo previsto, en breve.
 
La sensación ha sido bien rara, tal vez porque el día ha comenzado, como de costumbre, con una suave carrera que ha desperezado mis piernas y mi corazón. De nuevo la mañana ha sido fría, nada insoportable e incluso agradable, diría yo. A pesar de que ayer me fui tarde a dormir, antes de las seis tenía los ojos abiertos, así que aproveché para sentarme al borde de la cama y ponerme un poco de calor en el pie derecho antes de salir.
 
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Aún así, todavía he tenido tiempo de rodar un par de kilómetros extra antes de la hora a la que había quedado con Alberto. Luego, inmerso en la vorágine del último día de trabajo, con muchas cosas que hacer y poco tiempo y ganas para ello, casi no me he dado cuenta de que las horas han volado, enredado como estaba en mil detalles que han ocupado mi atención y consumido mis últimas reservas energéticas hasta la tarde.
 
Después de comer he disfrutado de una de las mejores carreras de mi estancia en Afganistán. Durante los últimos días se había organizado para hoy una pequeña quedada de despedida con otros corredores de la base, en su gran mayoría italianos con los que a menudo nos cruzamos en la carretera o camino de un capuccino. En este punto, he de agradecer especialmente a Piero y a un nutrido grupo de corredores italianos su empeño en que esto saliese adelante. También a Lele Spigolón y a todos los que se han animado a compartir conmigo un rato estupendo: Mario, Nacho, Víctor, Juan, Alberto, Pepe, Álvaro, Fran y Walter. Sin duda, ha sido la carrera más amena y divertida de todas las que llevo de aquí.
 
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Son ya mil setecientos kilómetros. Estoy cansado y con la urgente necesidad de un cambio de aires, de un paseo y de un baño en el mar. Mañana comienza mi última jornada en Herat. Parecía, por momentos, que no iba a llegar nunca y, sin embargo, aquí está. Esta tarde, al salir de mi habitación, me he sorprendido sin nada que hacer y he experimentado una extraña sensación. Ya había atardecido y en el cielo había nubes altas. Qué ganas tengo de volver a casa...
 
 

sábado, 9 de noviembre de 2013

Día 190: camino de Herat

Km recorridos (día/total): 5,2/1687,9                                 Vueltas dadas al perímetro (día/total): 1/410
 
El trayecto hasta Herat transcurre por una carretera de dos carriles, flanqueada a ratos por eucaliptos (u otro tipo de árbol que no sabría muy bien determinar). En cuanto desaparece el asfalto la tierra y el polvo lo inundan todo. Cada cruce es un atentado contra los buenos usos de la circulación a motor: los vehículos, grandes y pequeños, de dos, tres y cuatro ruedas, se atraviesan peligrosamente sin orden ni concierto.
 
El número de pasajeros en cada uno de ellos excede por mucho la capacidad máxima permitida. Hay un tipo tumbado sobre un colchón, cargado a su vez sobre un motocarro que se desplaza penosamente. En otra furgoneta que circula con las puertas traseras abiertas viajan diez o doce personas en asientos enfrentados en la parte posterior del vehículo. Por la cuneta caminan dos mujeres, una de las cuales está cubierta por un burka azul de pies a cabeza.
 
Las edificaciones son rudimentarias, aunque en algunas zonas se erigen edificios de tres o cuatro plantas con aparatos de aire acondicionado colocados en la fachada. La carretera atraviesa dos puentes. Por debajo del primero de ellos, en sentido Herat, discurre un río. Algunos coches se hallan metidos en el agua hasta media llanta, mientras sus propietarios se afanan en la limpieza de los mismos. Un perro flaco y de largas patas camina lentamente por el margen de la calzada. Más adelante, un anciano barbudo se sienta en cuclillas sobre el césped que recubre la mediana.
 
Hay un coche detenido en la cuneta, con el capó levantado y su dueño sumergido entre las piezas del bloque motor. La gente va y viene sin orden alguno. En una motocicleta viajan dos hombres. El de atrás está enfundado en un uniforme verde y porta un fusil de asalto soviético AK-47. Levanta la mano en un saludo desganado cuando le sobrepasamos. Se nota que es sábado y hora de comer en Afganistán, pues hay mucho menos tráfico que en otras ocasiones, especialmente al adentrarnos en la ciudad. Me pregunto lo qué debe ser vivir en ella siendo occidental, adónde ir sin poder pasear tranquilamente.
 
Mi último viaje a Herat lo he pasado mirando por la ventanilla del todoterreno, mi contemplación interrumpida periódicamente por los intercomunicadores. Hacía calor, y el chaleco antifragmentación impedía que me sintiese cómodo. El pañuelo palestino amarillo y negro caía sobre la manga derecha del uniforme, por el lado de la ventanilla.
 
Después de seis meses y medio de vivir en un oasis en medio de este desierto, uno se da cuenta de que fuera hay vida. Una vida difícil, pero vida a fin de cuentas, con niños que van a la escuela, comercios, puestos callejeros y gente que pasea, que se mueve, que siente debajo del burka, del sol abrasador, del cielo estrellado.
 
Ignoro si algún día esta ciudad estará libre de amenazas, si se podrá pasear libremente y sin miedo. No sé si algún día alguien pavimentará los márgenes de la calzada, si la circulación será menos caótica, si se podrá adentrar uno en ese caos sin temor, dejando atrás la tranquilidad relativa. Ni siquiera sé si, por entonces, seguirá existiendo este oasis, tal y como hoy lo conozco. Me da la impresión de que se cierra para siempre un capítulo de mi vida, sin opción a una nueva y rápida lectura. Y me da pena.
 
 
 

viernes, 8 de noviembre de 2013

Día 189: que me quiten lo bailao

Km recorridos (día/total): 10,4/1682,7                               Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/409
 
Cuando comencé a escribir este Diario de un corredor afgano me preguntaba si sería capaz de escribir cada día sobre algo distinto, en un sitio donde cada día es igual al anterior, o al menos muy parecido. Lo cierto es que esta última afirmación es revisable Las jornadas son muy parecidas unas a otras: despertador, carrera, desayuno, oficina, carrera (ahora que se está bien al sol de mediodía), comida, descanso, oficina, algo de deporte, cena, internet, un par de capítulos de algún libro, y a dormir.
 
Sin embargo, me atrevería a decir que en muchos aspectos cada día de misión ha sido diferente al anterior, lo que ha posibilitado que esto esté llegando a su fin manteniendo el propósito inicial de no caer en la monotonía diaria. Sinceramente, no sé si he conseguido siempre esto último: me temo que, si revisase todas las entradas publicadas a día de hoy, me encontraría con que muchas son muy similares entre sí, aún a pesar de mis intentos.
 
Pero por otro lado, también es cierto que mi día a día se ha visto jalonado de pequeños acontecimientos que han convertido cada jornada en algo único y especial, distinto a la anterior: una conversación, una carrera en una u otra compañía, un evento, un estado de ánimo,... En ese sentido, creo que lo que cuento en este diario ha reflejado mi día a día de una forma veraz y sincera.
 
Por encima de todo, me alegro de haber dedicado un tiempo diario a escribir, pues a buen seguro los días transcurridos habrían caido en el olvido al cabo del tiempo, como recuerdos sin fecha concreta entremezclados en mi mente, arrinconándose cada vez en un espacio más reducido hasta su completa aniquilación. También escribir ha supuesto para mí una íntima terapia de introspección con la que dar salida a un montón de emociones, inquietudes y miedos que me asaltaban día sí, día también. Por último, ir anotando mis evoluciones deportivas ha servido de entretenimiento en más de una ocasión en la que me he entregado a sumas, restas y proyecciones de kilómetros y vueltas.
 
Esta mañana hacía, al igual que esta tarde, muchísimo frío. El cielo ha estado permanentemente despejado, lo cual, aparte de resultar un espectáculo para los sentidos cuando ha oscurecido, ha provocado un brusco descenso de las temperaturas nocturnas. Por la mañana nos costó arrancar tanto a Alberto como a mí (nos hemos quedado solos en nuestras salidas matinales, después de la partida de Pascual). Luego, a mediodía, la calidez invitaba a ritmos más vivos y a que el grupo fuese más numeroso: hoy volvieron a repetir con nosotros Juan, Víctor y Rober. En ese sentido, la carrera resulta mucho más amena.
 
No quiero aventurarme a hablar sobre mi estado físico actual, pues temo confundirlo con mi estado de cansancio mental. No obstante, las sensaciones de cara a la maratón de la semana próxima no son las que cualquier atleta desearía. Eso, unido al hecho de enfrentarme a una distancia nueva para mí, hace aflorar una retaíla de dudas al respecto de mis prestaciones para entonces.
 
En cualquier caso, estar en la línea de salida y posteriormente cruzar la de meta será un éxito, independientemente del resultado final. Eso, junto al hecho de reencontrarme nuevamente con el #peazoteam, hace que merezca la pena el intento, incluso si los resultados no son los esperados. Cualquiera que haya pasado por aquí sabrá a lo que me refiero. Cualquiera que haya leído este diario, seguramente también.
 
Acabo de hacer cuentas, y me sale una media de 8,85 kilómetros diarios desde el tres de mayo hasta hoy, que se convierten en 10,7 kilómetros diarios de promedio durante los últimos ciento treinta días. En pleno verano afgano. Después de esto, ¿de verdad importa que el día diecisiete logre (o no) imponerme al cronómetro? Que me quiten lo bailao. O más bien, lo recorrío.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Día 188: ens veurem a València!

Km recorridos (día/total): 5,2/1672,3                                 Vueltas dadas al perímetro (día/total): 1/407
 
Esta mañana se nos ha ido Pascual, que todavía a estas horas estará metido en el avión y deseando llegar a casa. Lo ha hecho de una forma muy especial, tal y como es él en realidad. A eso de las siete nos hemos regalado un abrazo de despedida y le he dado las gracias por un regalo que me hizo el día antes de partir, toda una sorpresa para mí que consiguió emocionarme, pues probablemente ha sido uno de los regalos más bonitos que he recibido nunca.
 
Ahora que se han ido él y Tabu me doy cuenta de que la recta final de esta larga carrera está llegando a su fin. El próximo será nuestro turno para abandonar este país que, tras seis meses y medio, me ha enseñado tanto sobre mí mismo y donde he conocido a personas que de verdad, y creo no equivocarme, merecen la pena.
 
Estos últimos días están resultando ser los peores de todos, no tanto en lo personal como en lo que a intensidad de trabajo se refiere. Si alguno creía que habría una ocasión final para relajarse un poco y disfrutar de la tranquilidad de una mañana o una tarde sin que sonase el teléfono, estaba totalmente equivocado, pues estas jornadas están siendo realmente exigentes.
 
Así, y dado que hoy desde las seis de la mañana he tenido que atender mil y un compromisos laborales, el rato de carrera de mediodía ha supuesto una verdadera liberación, incluso cuando he sentido de golpe todo el cansancio acumulado a lo largo de los últimos días. Abrigado a pesar de la temperatura tan agradable que hacía (no me apetecía ir rápido para tener que calentarme), he progresado torpemente por la cuneta de esta carretera que tantísimas veces hemos recorrido a lo largo de estos meses. Puede que queden seis o siete salidas, tal vez ocho, no más.
 
Lo bueno de que finalmente se haya retrasado nuestra salida del martes un par de horas es que Alberto y yo podremos salir a rodar a primera hora, como de costumbre. Intuyo que será un momento muy especial para ambos, y que nuestros sentidos se impregnarán de cada metro del camino, de cada bache, de cada huella que reconozcamos como nuestra. El momento está muy próximo.
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Con Pedro Chaves, esta semana.
 
Es muy tarde ya, y lo cierto es que las carreras en solitario, unidas a las muchas horas que llevo despierto, no son una gran fuente de inspiración, al menos en lo que respecta al día de hoy. Mañana será otro día. El último fin de semana en Herat comenzará con un buen puñado de kilómetros junto a mi buen amigo Alberto. Ni que decir tiene que tendremos presentes a los que recién partieron rumbo a un merecido descanso. Ens veurem a València!

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Día 187: despedidas

Km recorridos (día/total): 10,4/1667,1                               Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/406
 
Llegan los días de las despedidas. Mañana partirá el penúltimo avión de relevo, en el que viajarán muchos de los compañeros con los que he compartido mi vida durante los últimos meses. Hoy, por ejemplo, disfrutaba de la última carrera junto a Pascual, que regresa por fin a casa, donde se pondrá a tono para rendir al máximo en Valencia. También se marcha mañana Pedro, con quien he pasado muy buenos ratos, en una especial sintonía casi desde que nos conocimos, y al que echaré de menos en estos últimos días de misión.
 
Muy atrás quedan ya aquellos primeros días de caras nuevas y miedo a lo que quedaba por delante. También las carreras del verano, cuando nos cruzábamos cada con grupos de caminantes que nos animaban. A veces Pedro se destacaba del resto, luciendo orgulloso su camiseta del Sevilla C.F., la eterna sonrisa pintada en la cara. Entre Pedro Chaves y yo ha habido una conexión especial desde que aterrizamos, tal vez por su carácter bonachón y su cercanía, tal vez porque siempre fue una persona cariñosa y amable conmigo en los muchos momentos en que he sentido la necesidad de un gesto, una palabra, un apretón de manos... Ni qué decir tiene que le echaré de menos.
 
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En lo deportivo, y tal vez porque comienzo a alcanzar un punto de saturación psicológica durante esta semana, debido a acontecimientos varios y a algún que otro encontronazo, la carrera me supone una liberación diaria. Por la mañana el frío (ya hemos bajado hasta los dos o tres grados, ni más ni menos que treinta de diferencia con respecto a las mañanas de julio y agosto) despedía, como Alberto y yo, a Pascual, quien finalmente ha alcanzado los mil kilómetros en tres meses, se ha recuperado de su lesión y rendirá a gran nivel en Valencia.
 
A mediodía la carrera ha sido una fiesta con Juan, Rober, nuestro fisio "afgano", Alberto, Víctor y yo. Las condiciones atmosféricas eran espectaculares: el sol calentaba en su justa medida, había ausencia de viento y el aire era fresco y limpio. El rodaje en sí ha sido de lo más divertido, aún con Rober intentando soltar el resfriado y Juan aguantando como un jabato los ritmos locos, contagiados, hoy sí, por el buen humor reinante. La sintonía en el grupo es evidente, y se deja ver en cada zancada. Difícilmente podré correr nuevamente en semejantes circunstancias y con semejantes compañeros de asfalto. 
 
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Los días pasan rápida y lentamente a la vez. Conviven también emociones encontradas: la alegría del próximo regreso y la tristeza de las despedidas. No creo que sea posible reunir a un grupo de personas tan especiales como aquellas con las que he tenido la suerte de convivir durante estos meses. Alguno pensará que es una cuestión circunstancial, que las condiciones y el sitio han hecho de esto algo tan especial. Puede que, en parte, no les falte razón. Pero sería tremendamente injusto achacarlo todo a esto último: en gran parte, la naturaleza de esas personas era única antes de venir. La materia prima ya estaba ahí. Cada uno, en el día a día, ha hecho el resto. Con sus sonrisas. Con sus palabras. Con sus abrazos.
 

martes, 5 de noviembre de 2013

Día 186: no nos perdemos ni un día

Km recorridos (día/total): 10,4/1656,7                               Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/404
 
Esta mañana, mientras estirábamos Alberto y yo en la puerta de mi alojamiento, ha pasado uno de nuestros compañeros recién llegados, que ya nos ha visto un par de veces en el mismo sitio y a la misma hora. Sonriendo, ha exclamado: ¡no os perdéis ni un día! Es cierto, no nos lo perdemos, principalmente porque así nos lo hemos propuesto, independientemente de las circunstancias.
 
A mí me hace gracia cuando escucho a algunos decir que le han dicho que aquí no se puede correr por el polvo en suspensión. Muchas veces, nuestros propósitos se quedan en eso, propósitos. Antes de intentarlo arrojamos la toalla porque nos han dicho que es imposible, o que nos pasará esto o lo otro si hacemos tal cosa. Que si en el polvo hay bacterias que se cargan las mucosas del estómago, que si hace demasiado calor, que si el terreno es duro... Puede que todo eso no sea más que una verdad a medias que adaptamos a nuestra comodidad.
 
Hay polvo en suspensión. En el polvo hay bacterias. ¿Me hago fuerte, las dejo atacarme, mi cuerpo aprende a defenderse de ellas, o dejo que me impidan hacer lo que me gusta?
 
Hace demasiado calor. Con tanto calor no se puede correr. ¿Me levanto antes de que amanezca y corro antes de que el sol castigue mi cuerpo y mi voluntad, o prefiero levantarme más tarde y decir que no salgo porque no se puede hacer nada con este calor?
 
El terreno es muy duro. Correr aquí implica lesionarse. De nuevo, ¿me crezco ante la adversidad y supero los problemas físicos derivados de la adaptación al medio, o paso de correr porque seguramente me lesionaré y tendré que parar?
 
Nos hacemos eco de las debilidades de unos, y no somos capaces de mirarnos en las fortalezas de otros, tal vez porque, en ese caso, veremos afectado, al menos temporalmente, nuestro ficticio estado de bienestar. Siempre ha resultado más sencillo sentirse respaldado por los tópicos que desafiarlos, sólo porque el desafío implica también vencer la resistencia al cambio y no queremos, en la mayoría de las ocasiones, cambiar. Porque nos da miedo lanzarnos al vacío, a lo desconocido.
 
No nos perdemos un día. No me he perdido ni un día desde que llegué. Desde mucho tiempo antes. Ha hecho calor, he tragado polvo, el hormigón ha castigado mis músculos y articulaciones, me ha dado pereza levantarme, salir a rodar cuando hacía viento, cuando estaba cansado, cuando me dolía todo,... Pero no me he perdido ni un día. A pesar de que me dijeron que con el polvo y el calor no se puede correr. Que enfermaría. Que me lesionaría.
 
Hoy por la mañana el suelo estaba húmedo de la llovizna de esta madrugada y el viento traía el frío, seguramente desde Irán. La carrera ha sido plácida y agradable, como siempre últimamente, tanto por la compañía y la charla de Alberto como por el ambiente otoñal, plagado el cielo de cúmulos y ocultas las montañas al oeste tras la neblina matinal.
 
Afortunadamente, podemos decir que es cierto eso de que no nos hemos perdido ni un sólo día de carrera aquí, y van casi ciento noventa a una media diaria de nueve kilómetros diarios. Eso no quiere decir que seamos mejores que otros. Simplemente, un día decidimos no creer que no se podía. Dejamos a un lado las excusas, el calor y el polvo. Decidimos que queríamos. Sólo eso.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Día 185: sapos y culebras

Km recorridos (día/total): 10,4/1646,3                               Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/402
 
Me propuse desde un principio que si en algún momento escribía sobre alguien sería siempre porque merecería la pena hacerlo. Está claro que no todo el mundo tiene la misma incidencia en la vida de uno, ya sea por las circunstancias o por una cuestión de afinidades. Hay, sin embargo, sujetos que proyectan negativismo, incapacidad, ineficiencia, mala educación, vacío personal... Es mi propósito llegar a conseguir algún día hacerme inmune a todas estas cosas. De momento, estoy en ello, con mayor o menor éxito, según la ocasión. No merecen estas personas, por mi parte, más atención que la ya prestada en estas líneas. Se me antojan, dicho sea de paso, demasiado reconocimiento a tan ingrata y contaminante labor.
 
La semana ha comenzado con el cielo encapotado y de un tono gris oscuro allá por el este. Tuve la esperanza, al verlo así, de que esas nubes se encaminasen hacia donde nos encontramos y descargasen agua con furia por el simple placer de ver llover, aunque también porque echo de menos el olor a tierra mojada que queda después de la tormenta. No hubo suerte: decidieron proseguir su viaje hacia el suroeste. Aquí apenas cayeron unas tristes gotas.
 
En cualquier caso, Alberto, Pascual y yo no fallamos a nuestra cita de las siete de la mañana para empezar la semana con un rodaje rápido. Es el último lunes que rodaremos los tres juntos, pues Pascual partirá hacia España unos días antes que nosotros, pocos, pero los suficientes para que le echemos de menos durante unas cuantas jornadas.
 
Como he dicho en muchas ocasiones, conocer a Alberto aquí ha sido una suerte, a la que hay que sumar la llegada de Pascual y Tabu (para mí, otro de los grandes descubrimientos personales de la misión) a principios de agosto. Lo de Pascual ha sido una bendita coincidencia, después de tantos años sin vernos que quedaron resumidos en un abrazo a pie de avión cuando nos reencontramos. Nuestros caminos se separaron hace muchos años, sólo para volver a unirse con gran intensidad a miles de kilómetros de nuestros hogares.
 
Repasando los días que quedan atrás, me doy cuenta de que no podría haber tenido mejores compañeros de viaje (en el grupo, sin duda alguna, habría encajado a la perfección mi buen amigo David, a quien echo de menos y espero ver en breve). No es sencillo soportarme durante tantos kilómetros como lo ha hecho Alberto ni que, una vez conformada la pareja, se sumen al engranaje Pascual, Tabu, Pepe y Vïctor con tal naturalidad. Cada uno ha contribuido de forma esencial a que lleguemos tan lejos como lo hemos hecho, en un camino salpicado de dificultades y nostalgias.
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De izq. a der.: Pepe, Pascual, Víctor, Alberto, yo y Roberto. ¡#peazoteam!
Hemos pasado malos momentos, pero nos hemos reído de los obstáculos y disfrutado de muchísimos kilómetros y de la seguridad que daba saber que fuera esperaba siempre alguien que te sacaría una sonrisa. Esta tarde nos hemos reunido los que quedamos para despedir a Roberto, nuestro fisio, al que he mencionado en alguna ocasión, y cuyo trabajo aquí ha resultado ser de incalculable valor, en gran medida debido a su calidad humana.
 
Pepe, Pascual, Víctor, Alberto, Roberto y yo hemos disfrutado de unas pizzas y de la complicidad que da el asfalto. Faltaba Tabu, aunque estoy seguro de que en esta ocasión no nos ha envidiado en absoluto. O tal vez sí. Al final me doy cuenta de que, a pesar de todo, no habría querido perderme esta aventura por nada del mundo. O lo que es lo mismo: no me habría querido perder a estas personas y a otras muchas con las que he convivido.
 
Incluso a las que proyectan sapos y culebras: a su modo, también me ayudaron a crecer.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Día 184: ley de vida

Km recorridos (día/total): 10,4/1634,9                               Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/400
 
El penúltimo domingo en Afganistán (se dice pronto, después de más de seis meses) ha amanecido nublado. Hoy Pascual volvía a la carga después de varios días parado debido a una sobrecarga muscular, lo cual nos ha alegrado la carrera tanto a Alberto como a mí, deseosos como estábamos de volver a contar con la presencia de Pascu. Así, y para ir probando, hemos rodado cinco kilómetros y pico a buen ritmo, con una temperatura agradable pese a la ausencia del sol..
 
Luego, y después de varios domingos en los que el entrenamiento para la maratón ha podido con el capuccino de L'Azurro, he disfrutado de un riquísimo café junto a varios de mis compañeros de misión y me he tomado la mañana con suma tranquilidad, no en lo laboral, pues tendré trabajo hasta el final, sino en lo personal, disfrutando del ambiente y de lo especial del momento.
 
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A mediodia quería rodar otra vez, y lo he hecho en compañía de Pascual nuevamente, sólo para comprobar, eso sí, que a ritmos vivos mi pie se resiente y que, por qué ocultarlo, asoman los fantasmas de la lesión que me tuvo sin correr un montón de tiempo, muy a mi pesar. Esta vez será distinto, espero, y las molestias desaparecerán en breve. De no ser por eso, el rodaje habría sido perfecto.
 
Apuramos los últimos kilómetros en Herat, al ritmo de los últimos días. Todo empieza a ser mucho más emotivo, con los que se quedan y con los que en breve se marcharán. Siento que echaré de menos a gente a la que probablemente no vuelva a ver, y de la que en un futuro resultará difícil recibir noticias, puede que no a corto plazo, pero sí ciertamente de aquí a un tiempo, cuando desaparezcamos de este desierto y dejemos que la historia siga su curso sin interferencias ni injerencias de terceros.
 
Hoy me preguntaba que fue de algunas de las amistades pasajeras, cultivadas hace escasos meses, tal vez a causa de las circunstancias que nos envolvían y que no volverán a darse nunca más. Siempre me he resistido a lo transitorio de las cosas y, sin embargo, sé que mucho de lo especial que aquí hay, aquí se quedará. Luego, cuando despeguemos rumbo a España, al igual que cuando otros lo hicieron, quedarán atrás muchas cosas.
 
A mí, que siempre he pecado de ser demasiado estúpido en lo que a estas cuestiones se refiere, me duele un poco que sea así, tal vez porque, por encima de estas circunstancias, no dejo de ver personas que merecen la pena, que ahondan en mí y dejan su huella, para nada a la postre. La camaradería de lo que vivimos nunca morirá, pero tampoco es algo de lo que vivir eternamente. Supongo que es ley de vida que cada uno, después de todo, vuelva a lo suyo, sin más.
 
Tal vez por todo esto me sienta muy abrigado entre mis compañeros de carrera, a los que estoy unido por el asfalto y los kilómetros. También por algunos otros con los que comparto un afecto sincero y mútuo, en el que no hay sitio para estúpidas jerarquías. Soy lo que soy. No hay galones ni estrellas bajo mi camiseta. Sólo piel y músculo, carne y hueso. Y un corazón como el del resto.
 
 

sábado, 2 de noviembre de 2013

Día 182: dos años

Km recorridos (día/total): 10,4/1624,5                               Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/398
 
Últimamente me acuesto pronto. Intento tenerlo todo hecho a última hora de la tarde y estar metido en la cama antes de las once (hoy no lo conseguiré). Leo un poco y apago la luz enseguida. Finalmente desistí en mi empeño, a los pocos capítulos, de acabar Mil soles espléndidos, más por falta de ganas que por el libro en sí. He comenzado a leer la autobiografía de Gandhi, y lo cierto es que resulta interesante.
 
De esta forma no me supone un gran esfuerzo levantarme temprano. Hoy, por ejemplo, había quedado con Alberto a las ocho menos cuarto, pero a las siete y cuarto ya estaba rodando, incapaz de permanecer un solo minuto más en la cama. Casualmente, a él le ha pasado lo mismo, y mientras hacíamos tiempo, cada uno por su lado, para estar a la hora, nos hemos encontrado.
 
A partir de ese momento la carrera ha sido un verdadero disfrute. Yo salía con un poco de miedo al ver que las molestias en el pie no remitían. Sin embargo, después de que ayer me llegase una manta eléctrica que me va genial para este tipo de lesiones, la evolución ha sido muy positiva, y aún sin forzar la máquina, las sensaciones han sido mucho mejores que en los días anteriores tanto durante la sesión como el resto del día.
 
Este dos de noviembre ha sido especial en muchos sentidos. La base es ahora un bullicio de gente recién llegada que ha renovado las ilusiones de aquellos que cumplimos aquí seis meses hace un par de días. De eso ya escribí ayer, y hoy no puedo sino reafirmarme en lo escrito: nos invade a todos los que estamos a punto de partir la sensación, esta vez sí, de que esto está tocando a su fin.
 
En cualquier caso, lo especial de la jornada no ha residido en eso. Hace dos años, tal día como hoy, me propuse correr todos los días al menos diez minutos. ¡Dos años han pasado ya desde aquella media maratón de San Javier! Desde entonces, cada día he encontrado la motivación necesaria para calzarme las zapatillas y salir a rodar. ¡Han sido tantos los lugares que han pisado mis pies! ¡Han sido tantos los kilómetros, tantos los que en alguno de estos setecientos treinta y un días me han acompañado!
 
Correr a diario se ha convertido para mí en una rutina que no puede faltar. A decir verdad, dejó de suponerme un esfuerzo hace muchísimo tiempo. Desde entonces, contra viento y marea en algunos casos, he sido capaz de dedicarme al menos esos diez minutos diarios. Ha habido días malos y días buenos. En algunas ocasiones me han sobrado las ganas; en otras he tenido que rebuscar muy adentro para hallar la fuerza necesaria, que siempre ha estado ahí, aún cuando en determinados momentos he dudado que fuese a encontrarlas nuevamente.
 
Cumplir dos años corriendo todos los días, precisamente en Afganistán y a estas alturas de misión, es verdaderamente significativo, sobre todo porque correr aquí ha mantenido encendida en mi interior una llama, a veces débil, que ha iluminado mi camino hasta este punto. Ahora esta llama parece cobrar un tono vivo, después de haber estado cerca de la extinción en más de una ocasión.
 
Dos años. ¡Y pensar que una cuarta parte de este tiempo ha transcurrido entre estos merlones coronados de concertina! No son pocos días, después de todo. Si la gente supiese que, pasadas las primeras tres semanas, todo se convierte en una cuestión de mera paciencia. A cambio de eso, tantos buenos ratos...
 

viernes, 1 de noviembre de 2013

Día 182: relevos

Km recorridos (día/total): 5,2/1614,1                                Vueltas dadas al perímetro (día/total): 1/396
 
Ha habido pocos días en los que no haya disfrutado de una carrera a primera hora de la mañana. Esto ha sucedido especialmente desde que los días comenzaron a hacerse más cortos y el amanecer se fue retrasando progresivamente, hasta el punto en que se hizo imposible, en contadas ocasiones, salir a rodar con luz natural. La base no es el mejor lugar del mundo para correr a oscuras, con su terreno irregular y la propia idiosincrasia del sitio.
 
Hoy tocaba nuevamente comenzar la jornada de trabajo con las primeras luces del alba. Tenía la esperanza de que todo fuese rápido y así poder correr antes de las ocho, pero lo cierto es que al final todo se ha retrasado y yo no he sabido gestionar, por falta de ganas, el tiempo que he tenido. Si, desde el primer momento, cuando he sabido que el avión con nuestros relevos se retrasaba una hora y media, me hubiese puesto en marcha, a las siete y media lo habría tenido todo hecho.
 
Como no ha sido así, he tenido que aguardar hasta la una de la tarde para poder calzarme las zapatillas y correr nuevamente en la compañía de Alberto y Juan. No ha sido una carrera que haya disfrutado mucho, la verdad, debido a las molestias en mi pie derecho, que no terminan de remitir. Tendré que prestarles especial atención en los próximos días y no forzar de más, a ver si con ello no arraigan y me permiten terminar la misión en plenitud de facultades, sobre todo pensando en la maratón de Valencia y en todo lo que viene detrás.
 
Aún así la jornada, debido a la presencia de aquellos que nos sustituirán en cuestión de días, ha sido muy especial. Su llegada suponía el penúltimo escalón antes de nuestro regreso. Ahora, todos los que llevamos aquí más de seis meses andamos de acá para allá con una sonrisa pintada en la boca, con la certeza del que sabe que esto ya está prácticamente hecho, después de tanto tiempo.
 
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Es curioso, porque también hoy, ciento ochenta y dos días después de mi llegada, he revivido con una nitidez asombrosa mis primeras horas en Herat: el cansancio del viaje, la melancolía, la sensación de impotencia,... Todas esas emociones han pasado, seguramente, a los recién llegados, que tendrán que vivir su propia aventura afgana, probablemente muy diferente a la nuestra en muchos sentidos.
 
Empiezo a saborear por fin la proximidad de mi familia y de mis amigos. Ya no es algo lejano en el horizonte vital. Ahora pienso en lo realmente inminente de mi vuelta a casa, a la vez que en todo lo vivido durante el último medio año. No, no ha sido corto, ni mucho menos. En ocasiones, las horas han goteado lentamente sobre el ardiente asfalto afgano, evaporándose antes casi de tocar el suelo. Por el contrario, en otras han fluido los días, sin saber muy bien a qué respondía ese cambio de percepción. Ha sido una largo camino, un bonito viaje a ninguna parte, una experiencia vital inigualable. En algún rincón de mi corazón siento una enorme pena de que esto termine. Sin embargo, necesito tanto que así sea...
 

jueves, 31 de octubre de 2013

Día 181: tal y como empezamos

Km recorridos (día/total): 10,4/1608,9                                     Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/395

Hoy ha sido el último rodaje que hemos compartido Alberto, Tabu y yo. Pascual sigue con una sobrecarga muscular que le impide, de momento, ejercitarse, y Víctor se ha abonado a las horas más calidas de media tarde. En cualquier caso, la de esta mañana suponía la despedida de Tabu, que mañana a primera hora embarcará rumbo a España, y con quien ha sido un auténtico lujo coincidir hasta el día de hoy y desde principios de agosto en Herat. En breve nos veremos, si todo va bien, en Valencia.

Así, la salida de primera hora de la mañana, con frío intenso, aunque bajo un sol que disimulaba las bajas temperaturas, ha sido corta y tranquila. Cada vez cuesta más ponerse en marcha sin que suba el volumen de los quejidos de músculos y articulaciones. Lo bueno es que durante estos días uno puede establecer diferencias sustanciales entre lo que supone correr recién amanecido y algunas horas más tarde, cuando las temperaturas alcanzan unos valores cercanos a los veinte grados y rodar se convierte en algo verdaderamente placentero.

También es evidente que las frías mañanas han espantado a todos aquellos que hasta hace poco se asomaban al circuito de carrera antes de desayunar. Durante estos días, apenas nos cruzamos con uno o dos corredores, los asiduos que no entienden de temperaturas ni de cansancio acumulado. El resto ha ido desapareciendo, o al menos esparciéndose a lo largo del resto de la jornada, pues cierto es que en ese sentido algo se ha ganado con respecto al verano, y a día de hoy no hay franjas horarias prohibitivas por culpa del polvo y, sobre todo, el calor. En ese sentido, la única limitación irrefutable es la falta de luz a partir de las cinco y media de la tarde.

De nuevo a las tres de la tarde me he hecho al asfalto, en esta ocasión acompañado por Alberto y Juan, con quien a principios de mayo compartí mis primeros kilómetros en Herat. Ha sido una pena que haya estado parado casi todo este tiempo debido a una inoportuna lesión en su tendón de aquiles, pues habría sido un buen compañero de viaje, al menos de forma ocasional, a lo largo de nuestros muchos kilómetros. Bien es cierto que, en todos los demás aspectos, lo ha sido, y muy bueno además. No me canso de decir que, en todos los sentidos, y no únicamente en el deportivo, estar aquí me ha llevado a conocer a gente excepcional, como Juan, con quien he compartido muy buenos momentos. Personas de este calibre, tan profesionales y tan divertidas a la vez, serán, me temo, irrepetibles en los relevos venideros.

Como dijo él en su momento, vamos a finalizar la misión tal y como la empezamos: corriendo. Todavía recuerdo aquellas primeras carreras por dentro del merlón, allá por el mes de mayo. Eran nuestros primeros días aquí y teníamos todo un mundo por delante. Ahora quedan tan sólo once días para regresar a casa, y noventa y un kilómetros para alcanzar los mil setecientos. Me invade una sensación de cierta incredulidad. Después de todo lo que he vivido durante estos últimos seis meses, asoma por el horizonte el tan anhelado mes de noviembre. Mañana mismo estará aquí. Esto se acaba. Por fin.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Día 180: Alberto el Gorra

Km recorridos (día/total): 16/1598,5                                  Vueltas dadas al perímetro (día/total): 3/393
 
¡Qué rápidos transcurren algunos días aquí! El de hoy ha sido uno de esos en los que todos los acontecimientos han parecido encajar en una sucesión armoniosa y fluida desde primera hora, cuando los apenas tres grados de temperatura me entumecían las manos desnudas durante diez kilómetros y medio de carrera.
 
Alberto se ha convertido en el compañero de entrenamientos perfecto. A primera hora siempre espera un tanto encogido por el frío, o con cara de sueño si la noche anterior jugó su Atleti o le embaucaron en charlas hasta horas poco prudentes. Le cuesta un par de kilómetros o tres coger el ritmo, entre algún que otro suspiro que indica que todavía va un tanto forzado. Luego entra en calor y se agarra a la carretera con determinación, tal vez la que a mí me falta cuando se trata de sufrir. A veces se descuelga unos metros, y cuando uno cree que lo ha perdido, mira hacia atrás de reojo y le ve ahí, sufriendo y progresando, su estilo inconfundible en la máxima expresión, hasta entrar de nuevo a rebufo.
 
Cuando se detiene, se inclina hacia adelante y apoya las manos ligeramente por encima de las rodillas. Si el esfuerzo para entrar ha sido grande, se balancea levemente hacia atrás y dice que está un poco mareado. Entonces yo me río, no de él, sino porque intento de ese modo traerle de vuelta, en cierto modo, y contribuir a que se le pase el mareo. Le dejo unos segundos, y enseguida estoy apretándole para ponernos de nuevo en marcha y la sangre fluya nuevamente, en lugar de dejar que se le acumule en las piernas.
 
Echamos de nuevo a rodar, y de nuevo le cuesta un poco, sobretodo los primeros metros. Luego se pone a tono y aguanta lo que le venga con entereza, sufridor como buen atlético. Después de cada intervalo, para el Garmin y calcula el tiempo empleado. En esos momentos, yo juego a intentar adivinar minutos y segundos, consciente de que mis sensaciones me engañan pocas veces. Al terminar, le echa un vistazo al entrenamiento completo: tiempo, ritmo medio, kilómetros,... estira un poco, y se marcha contento como un niño con zapatos nuevos por lo realizado, que nunca es poco, y a él le sabe siempre a gloria.
 
Mañana tardará un par de kilómetros en perdonarme que hoy a mediodía me haya ido solo a rodar (me apetecía tanto sentir el calor y la brisa...). Al llegar al sur me he detenido delante de las montañas, contemplando los tonos marrones, las sombras, las líneas sucesivas dibujadas en el horizonte. He estado apenas un par de minutos, erguido, los brazos cayendo a ambos lados, las palmas de las manos ofrecidas al este, queriendo empaparse del momento, los sentidos intentando atrapar el olor, la luz, el colorido.
 
Para cuando me haya perdonado, entenderá que le debía esta entrada desde hace mucho. Ha sido mi alma gemela sobre el asfalto, mi fiel acompañante en los días de calor, en las mañanas de frío y sueño. Ha sido el regalo más inesperado de estos seis meses. Me adelanto unos días al escribirlo hoy, pero temo que más adelante se junten las emociones, los sentimientos de alegría y nostalgia lo contagien todo, y yo pierda la poca objetividad que pueda restarme, volviéndome incapaz de describir mínimamente lo que ha supuesto haber encontrado aquí, entre el polvo y tan lejos de casa, en medio de esta llanura pedregosa, a un buen amigo.

martes, 29 de octubre de 2013

Día 179: cuentas pendientes

Km recorridos (día/total): 10,4/1582,5                              Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/390
 
Ante el inminente regreso, voy siendo consciente de que la que comienza será una temporada de cuentas pendientes. Escribir este Diario de un corredor afgano, a ratos sufrido y a ratos imagino que monótono, me ha acercado a mucha gente a la que todavía no tengo el placer de conocer personalmente; también, en cierto modo, a otros a los que ya conocía, o los que he ido conociendo durante mi estancia en Afganistán, y que han podido llegar, a través de estas entradas diarias, a conocer mis impresiones, mis vivencias en este país lejano y desconocido para la gran mayoría, e incluso, leyendo un poco entre líneas, mis estados de ánimo y mis etapas de encuentros y desencuentros más íntimos.
 
Hay quien se ha tomado la molestia de escribirme mensajes de ánimo, de hacer alguna referencia a algo de lo que había escrito, de compartir mis entradas con otras personas, de llamarme, de interesarse por mí cuando me ha notado decaído,... Con otros muchos ha existido una cierta y callada complicidad, en tanto en cuanto han sido fieles seguidores de mi día a día en Herat, dejando de vez en cuando escapar un comentario o una discreta muestra de agradecimiento así, como si tal cosa, que a mi me alegraba el día.
 
No me atrevo a pensar que para alguno leer estas líneas haya supuesto una pequeña fuente de inspiración, pues resultaría demasiado pretencioso y, en cualquier caso, soy yo el que está muy agradecido a esas personas que, en algún momento, han encontrado en este diario un mínimo motivo para calzarse las zapatillas y echar a andar o a correr durante un rato.
 
Tampoco puedo expresar lo que ha supuesto para mí sentarme delante del ordenador cada día y dar rienda suelta a mis pensamientos e impresiones de la jornada. A veces, las palabras fluían y enseguida la pantalla se llenaba de mil cosas que quería contar. En otras ocasiones, era un suplicio intentar rescatar de mi colección de pequeñas vivencias algo que pudiese merecer mínimamente la pena ser leído.
 
Como decía, no obstante, y ya que esto no quiere ser ni es una despedida (aún quedan unas cuantas entradas por delante, para bien o para mal), he dejado atrás un montón de cuentas pendientes a pagar, en muchos casos, en forma de carrera. Con David, Antonio, Cris y Óscar espero encontrarme en la salida de los 101 km de Ronda 2014 (con Mariajo en Ronda 2015, si las cosas no cambian). Con Teresa, Lolo, Alfonso, Pelle, Jose, Javi, David, Guille, Alex y otros muchos espero tener muchas ocasiones de rodar en Murcia y en otros lugares. Los de aquí, los que corren y los que no, y de quienes me separaré en breve, están presentes en todas y cada una de las entradas de este diario, y de alguna forma en cada kilómetro recorrido. Estoy seguro de que con muchos de ellos volveré a compartir kilómetros en otros parajes más amistosos.
 
Por cierto, hoy de nuevo amaneció nublado. Llovía al este y al norte, a lo lejos, en las montañas. A mediodía la brisa era fresca y levantaba nubes de polvo en algunas partes del circuito. Sentía a cada paso la tierra y las piedras bajo mis pies. Sentía el corazón latir, la respiración agitada. Sentía el aire impactar contra el rostro. Sentía el sudor perlado en la frente y corriendo por la espalda. Sentía que era feliz y muy afortunado.
 
 
 

lunes, 28 de octubre de 2013

Día 178: resisto

Km recorridos (día/total): 5,2/1572,1                                       Vueltas dadas al perímetro (día/total): 1/388

Llevaba desde ayer por la mañana con unas sensaciones rarísimas: dolor muscular, debilidad, desgana,... En un principio pensé que tal vez se debía al cansancio acumulado y a los kilómetros. Hoy, sin embargo, me he levantado con esas mismas sensaciones, aunque un tanto acentuadas. La carrera de la mañana, aunque corta, ha sido un martirio, No me he encontrado bien en ningún momento, y ya a lo largo del día he ido sintiéndome un poco peor, así que a mediodía ni siquiera me he planteado salir, un tanto destemplado como estaba y sin ganas de nada.

En realidad, me alegro de que este estado se deba, en gran parte, a un leve proceso gripal, pues pasará, como todo, y volveré a encontrarme bien. Lo único que debo hacer ahora es relajarme y esperar a que pase. Aprovecharé, eso sí, para descansar lo máximo posible, ya que en estas condiciones sólo rodaré lo imprescindible. Seguro que en un par de días estoy como nuevo, o mejor.

La lástima es que hoy, a causa de mi decaimiento general, apenas me he permitido el lujo de disfrutar de una mañana en la que abundante nubosidad se extendía vastamente en todas direcciones hasta donde alcanzaba la vista. El espectáculo era digno de contemplar: no habíamos tenido unas nubes de este estilo, tan grises y compactas, en todo el tiempo que llevamos aquí. ¡Hasta puede que mañana llueva!

Luego, me he sorprendido echándole un vistazo, así, por encima, al calendario de pruebas de atletismo de esta temporada. Se acerca mi regreso, y lo cierto es que tengo muchas ganas de hacer un año diferente en muchos aspectos. Todavía me queda comprobar cuando se abrirán las inscripciones de los ciento un kilómetros de Ronda. Este año me quedé con la miel en los labios debido a mi despliegue en Afganistán, pero en mayo próximo me encantaría disfrutar de una prueba tan increíble como ésta, y hacerlo además en unas buenas condiciones físicas. Por el camino, puede que haya un cambio de planes con respecto a lo que he venido haciendo durante las últimas temporadas, especialmente si se lleva a cabo la 2ª Carrera Africana de la Legión en Melilla, a la que me encantaría asistir.

Todo esto queda ahora un poco lejos, cierto es, aunque no tanto como pudiera parecer. Lo que más me apetece ahora es disfrutar de la carrera a pie en un entorno un tanto distinto al actual. Dar vueltas al mismo circuito durante los últimos seis meses se ha convertido en una prueba de resistencia mental y física que estoy deseando olvidar en cuanto llegue. Creo que, tan pronto pueda, me llevaré a los perros al campo y correré sin un propósito concreto, arriba y abajo, tomando éste o aquel sendero, parándome cuando quiera a respirar el monte y la tierra húmeda; o trotaré por la orilla de la playa en compañía de Teresa y de David, charlando mientras me embargan el aroma de la brisa marina y el sonido de las olas al romper suavemente en la orilla.

Sólo quedan dos semanas y unas cuantas horas. Ciento veintiocho kilómetros. Quince o dieciséis salidas, a lo sumo. Me parece mentira que esto esté a punto de terminar...

domingo, 27 de octubre de 2013

Día 177: cada vez más largos

Km recorridos (día/total): 15,1/1567                                  Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/387
Esta mañana no había quien me sacase de la cama. Me ha costado muchísimo tomar la decisión de poner los pies en el suelo y comenzar el día. De hecho, he apurado hasta el último momento para salir a rodar cinco kilómetros y poco antes de la tercera y última carrera de orientación urbana que ha organizado mi compañero Xavi (qué crack, y qué buen trabajo ha hecho). Hacía frío y tenía muy pocas ganas, para qué negarlo. Aún así, después del breve calentamiento, y de comenzar la orientación con ciertas dudas, me he ido animando y, aunque me lo he tomado con mucha calma, o tal vez debido a eso, la he disfrutado muchísimo.
Al final, después de la entrega de premios, y para recuperar y completar la jornada deportiva, han caído otros cinco kilómetros más, esta vez a una temperatura mucho más agradable, aunque con el cansancio instalado en el cuerpo. De hecho, tengo la sensación de que ando un poco bajo de defensas y con ganas de tomar el relevo de Nacho, mi compañero de habitación, que ha estado fastidiado durante los últimos días. Todo se pega menos la hermosura.
Con esa sensación de andar un poco k.o. ha transcurrido el resto del día. Quedan dos domingos para volver a casa, y lo cierto es que no veo el momento. Estos últimos días se están haciendo muy pesados. Los días pasan rápido, la verdad, pero son tantos los que llevamos que parecen sumar bien poco. A día de hoy, sólo quedan quince días en estas tierras. Ha pasado tanto tiempo y tantas cosas, que ahora me siento un poco raro, acariciando la certeza de que, de una vez por todas, esto se acaba. Esa sensación de hastío se aprecia en los rostros de todos y cada uno de mis compañeros.
Anoche, por cierto, nos juntamos a ver el Barça-Madrid. No sé si debido a todo esto que cuento, o más bien al hecho de que a mí me gusta ver el fútbol ajeno a las polémicas y las salidas de tono, no disfruté nada del partido, principalmente porque hay gente, curiosamente ajena a nuestro ambiente, que no sabe estar. Supongo que es en ocasiones como éstas cuando se aprecia la inteligencia emocional de las personas. Es una pena, porque en nuestro grupo hay gente realmente divertida, capaz de festejar un gol del equipo contrario si con eso se lleva la porra...
Se me escapa un día más, y comienza mañana una nueva semana. En unos pocos días tendremos aquí a los que ocuparán en breve nuestro lugar. Será una sensación extraña verlos aparecer y saber, de una vez por todas, que esta vez somos nosotros los que nos marchamos. Quince días son ciento cincuenta kilómetros. Quince días en el conjunto de ciento noventa y tres son una ínfima parte.
Pero los kilómetros se me hacen cada vez más largos.

sábado, 26 de octubre de 2013

Dïa 176: de las pocas cosas bonitas

Km recorridos (día/total): 10,4/1551,9                                     Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/385

A pesar de que esta mañana hemos retrasado la hora de salida hasta casi las ocho (por eso de que es sábado, nos lo podemos permitir), seguía haciendo bastante frío. La tarde de ayer fue heladora, con una sensación térmica de dos o tres grados. Esta noche los termómetros rozarán los cero grados, aunque se prevee que durante la próxima semana las mínimas suban considerablemente.

Así, saltar de la cama y ponerse en marcha se convierte en una tarea exigente, especialmente para músculos y articulaciones, que duelen y protestan a cada zancada durante los primeros kilómetros. En cualquier caso, Alberto y yo hemos dado nuestra vuelta de rigor, charlando tranquilos y disfrutando, eso sí, del cielo limpio y despejado.

Como las condiciones no eran las más idóneas, nuevamente a la una nos hemos echado al asfalto, en esta ocasión con algunos grados más, que han convertido este segundo entrenamiento en un paseo muy ameno y rápido, toda vez que los músculos se han engrasado correcta y rápidamente.

Las carreras de mediodía se están convirtiendo en uno de los mejores momentos del día. El cuerpo ya está activado, la temperatura, como digo, es agradable, y después de unas pocas horas de trabajo las energías están a un buen nivel. Hasta hace poco, correr a primera hora de la mañana o a última de la tarde era el único modo de esquivar, en cierto modo, el implacable castigo del sol. Por las mañanas estaba el inconveniente de la adaptación a la carrera desde el estado de reposo; por las tardes, el calor, el polvo, el viento y el cansancio acumulado a lo largo del día.

Ahora, después de tantos días, y dado que las fuerzas están algo justas, sólo trato de engañar al cuerpo partiendo el entrenamiento en sesiones muy cortas, de tal manera que siga entrenando y acumulando, pero a la vez permita al organismo alcanzar un nivel óptimo, en lugar de continuar castigándole con sesiones más largas. Es la única forma que encuentro de mantener, en cierto modo, el nivel de entrenamiento.

Psicológicamente, no tengo ganas de luchar contra el cronómetro y los kilómetros. La monotonía de correr siempre en el mismo sitio hace efecto en mí, y en estos días busco siempre alguna manera de que una sesión sea, al menos en algún aspecto, distinta a la siguiente. Si por la mañana giramos en un sentido, a mediodía lo hacemos al contrario, o con más o menos pausas. Siempre se busca algo que sea diferente: las zapatillas, el lado de la carretera, la longitud de los intervalos, el ritmo...

Una cosa es seguro: el binomio que hemos formado Alberto y yo, al que posteriormente se unieron Pascual y Tabu, ha hecho que estemos donde estamos y hallamos llegado tan lejos sin arrojar la toalla. En solitario, ni siquiera me planteo la posibilidad de que todo esto hubiese transcurrido de este modo. Habría corrido, claro, pero ni por asomo con la intensidad y el propósito que nos han acompañado durante los últimos cuatro meses.

El cielo esta noche es de una belleza impresionante. Lucen miles de estrellas sobre un fondo azul oscuro. "Es de las pocas cosas bonitas que hay aquí", decía hace unos minutos un compañero. Seguro que hay muchas más, sepultadas lamentablemente bajo la sinrazón humana. Por suerte, no podemos tapar las estrellas.

viernes, 25 de octubre de 2013

Día 175: Toujours pret

Km recorridos (día/total): 10,8/1541,5                               Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/383
 
No está el cuerpo para bromas. Si durante los últimos cuatro días me había encontrado pleno de sensaciones y con muchas ganas, hoy he perdido al amanecer todo lo atesorado, y después de unas cuantas sesiones realmente placenteras, han vuelto los pequeños dolores y las tensiones musculares que avisan de que hay que levantar, de nuevo, el pie.
 
Y eso hemos hecho, sin dudarlo. Se da, además, la circunstancia de que tanto Alberto como Tabu estaban igual de cansados que yo, por lo que no ha sido difícil llegar a un acuerdo y rodar, que tampoco está nada mal, apenas once kilómetros para mantener la predicción que me había fijado, setenta a la semana, de aquí a final de misión. Lo que a día de hoy me parece poco, en otros tiempos habría sido calibrado de una forma bien distinta. Me gusta el cambio de perspectiva.
 
Me entretengo, mientras tanto, en planificar levemente lo que vendrá a continuación de Valencia, tal es mi ilusión por la temporada que se avecina. Estoy deseando llegar a casa por muchos motivos, y entre ellos se encuentra el nuevo enfoque que adquirirá mi entrenamiento a partir de entonces. El cambio con respecto a los años anteriores promete ser notable, dejada atrás la época madrileña, con sus pros y sus contras. Se abre ante mí un buen catálogo de posibilidades de entrenamiento estando en casa. Todo ello se ampara en unas ganas increíbles de dar un salto de calidad y disfrutar como nunca.
 
De momento, qué remedio, aquí sigo. El frío empieza a ser un factor a tener en cuenta, aunque estamos lejos de padecer las temperaturas un tanto más extremas que tendrán más adelante los que vengan a relevarnos. De momento, los cuatro o cinco grados a primera hora de la mañana son suficientes para ser conscientes de que la situación en invierno podría llegar a ser harto complicada para un norteafricano de nacimiento y murciano de adopción como yo. Afortunadamente, eso lo tendrán que contar otros en breve.
 
Dieciocho días pueden parecer una eternidad o un breve lapso de tiempo, según se mire. A mí se me antoja un mundo, no por el tiempo en sí, sino porque no termino de creerme que esto llega a su fin, después de todo lo vivido. Han sido y están siendo muchos acontecimientos y muchas emociones, algunas todavía contenidas.
 
Ha sido, por qué no expresarlo abiertamente, muchísimo tiempo. Se me hace raro poder hablar, a día de hoy, del inminente retorno, de subir al avión, de despedidas y bienvenidas, de paseos y de tantas otras cosas a priori normales, pero que a mí me han quedado tan lejos durante meses. Uno tendrá que tomarse su tiempo para asimilarlas poco a poco.
 
Ya queda menos de una semana para que desembarquen aquí nuestros relevos. El penúltimo paso. Mientras tanto, como si tal cosa, sigo corriendo, intentando mantener la normalidad del día a día como si quedase toda la vida por delante. Así será hasta el día en que nos marchemos. Correr, correr, siempre correr. A pesar del cansancio. Es mi liberación, mi guía, mi tabla de náufrago. Es mi sino. Lo leía siempre en el emblema de una unidad americana: Toujours pret. Siempre preparado.

Día 174: cuerpo y mente

Km recorridos (día/total): 14,8/1530,7                              Vueltas dadas al perímetro (día/total): 3/381
 
Esta mañana hacía frío. La verdad es que da gusto salir en manga larga y mallas pirata, terminar de entrenar y luego estirar buscando el solecito que, a eso de las ocho menos cuarto, comienza a calentar, ya sin el ímpetu de los meses anteriores. Durante la carrera, las manos se entumecen y el aire frío y seco penetra en los pulmones con tanta intensidad que en las pausas duele respirar profundamente. A pesar de ello, es estupendo poder disfrutar de estas temperaturas en un lugar que nos ha tratado con tanta dureza en el período estival.
 
El sol ha seguido brillando durante todo el día, sembrando de calidez el mismo suelo que antes abrasaba sin piedad. De esta forma, a media mañana uno lo buscaba con ahinco, acrecentada la sensación por la ausencia de brisa. Las condiciones atmosféricas han tenido seguramente que ver con el hecho de que las ganas de salir a rodar hayan aflorado nuevamente antes de la comida. Ha sido la mejor decisión del día, pues los escasos veinticinco minutos de carrera a partir de la una de la tarde han desembocado en una estupenda y animada charla. Ambos hemos disfrutado de verdad de nuestra pasión.
 
Este es un país de contrastes, tantos como los que pueblan mi día a día. No existen la estabilidad ni el término medio: las montañas son al mismo tiempo parajes bellos y hostiles; el viento sopla aliviando el calor un día, y al día siguiente arrastra un fino polvo que penetra en todos los poros de la piel; los días se acortan velozmente, sin entretiempo, en esta época, y son eternos en verano... Incluso dentro de la misma jornada, como hoy, uno puede salir y romper a sudar a mediodía, o tiritar de frío mientras espera el momento de empezar a correr unas cuantas horas antes.
 
Luces y sombras.
 
Eternas llanuras.
 
Agrestes montañas.
 
Miradas inocentes.
 
Manos manchadas de sangre.
 
También a nuestro nivel, el de las pequeñas cosas no vitales, el día ha dejado un regusto amargo con la lesión de Pascual, que estará dos o tres días en el dique seco. Las condiciones aquí, como ya he descrito en otras ocasiones, son difíciles y exigentes no sólo mentamente, sino también a nivel muscular. Estos factores se unen a la dificultad propia del entrenamiento de fondo, donde cuerpo y mente se hayan en una comunión pocas veces reconocible y cuya interacción, sin embargo, puede llegar a determinar, cruelmente en ocasiones, hasta dónde y a qué ritmos podemos llegar.
 
Esta tarde, no sé cómo, he acabado escribiendo la entrada en una sala del hospital, no porque me haya pasado nada extraordinario, por suerte, sino porque, de repente, nos hemos quedado sin internet prácticamente en todos sitios, y se me antojaba demasiado tarde para volver a la oficina, además de un tanto triste. Todo está tranquilo, las camas vacías y los monitores apagados. Ojalá todo siga de esta forma durante muchos días. Difícil será que sea así: no hay excepciones en ese sentido. Afganistán es un país de contrastes, donde en unos segundos se puede pasar de la calma al caos, de la risa al llanto.
 
Polvo en suspensión.
 
Vehículos pesados.
 
Detonaciones.
 
Metal incandescente lanzado en mortal vuelo.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Día 173: reencuentros

Km recorridos (día/total): 10,4/1515,9                              Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/378
 
Tenía ya ganas, desde hace unos días, de dedicarle unas líneas a una persona a la que no conozco, pero que sospecho debe ser realmente especial. Sé de primera mano que esta persona lee el blog puntualmente, lo cual me hace especial ilusión, sobretodo cuando uno de mis amigos y compañeros de misión, tío espectacular donde los haya, elegante, agradable y pilar básico, por su calidad humana, de este grupo con el cual navego, me comenta que su madre, que es la persona a la que me refiero, el día anterior se quedo un tanto preocupada, o emocionada otro día, o encantada, llegado el caso, al leer determinada entrada.
 
El otro día me decía este buen amigo que, a los ochenta y tantos, su madre había comenzado a caminar todos los días un ratito, diez, quince, veinte minutos,...tal vez impulsada por las aventuras y desventuras de este humilde corredor afgano y su simplista filosofía atlética.
 
Me emociona el hecho de que alguien, a miles de kilómetros de distancia, haya encontrado en estas líneas la inspiración necesaria para, en cierto modo, romper los esquemas y lanzarse al desafío que siempre supone lo nuevo. Y me emociona aún más compartir con esa persona, a pesar del salto generacional, una motivación diaria que nos lleva a los dos al asfalto, a cada uno a su manera, qué duda cabe. Me atrevo a decir que la esencia es la misma, y es lo que verdaderamente cuenta. Yo no puedo más que sentirme halagado y feliz, a la vez que tremendamente agradecido por todo esto.
 
Tal vez debido a cosas como éstas, hoy he encontrado nuevamente la íntima motivación para levantarme y rodar otros diez kilómetros y pico, primero en compañía de Alberto, quien a pesar de las escasísimas horas de sueño (diremos que su Atleti tuvo la culpa, lo cual no es faltar del todo a la verdad) estaba esperándome a las siete en punto, y luego con Pascual y Tabu, que salieron un poco más tarde y aliviaron la segunda parte de mi carrera, cuando ya Alberto había entrado en boxes.
 
He de decir que, sorprendentemente, mis sensaciones de los últimos dos días han vuelto a ser excelentes. La temperatura, cierto es, acompaña como no lo había hecho durante meses. Dejando a un lado el factor meteorológico, me he reencontrado durante esta semana con la frescura en la zancada que había perdido hacía algún tiempo, debido en gran medida a la cantidad de kilómetros que hemos ido acumulando. Viene ahora la fase de puesta a punto de cara a Valencia, por lo que me reconforta comprobar que no se me ha olvidado disfrutar de la carrera a pie, al menos no como lo he hecho ayer y hoy.
 
Es un alivio para mí volver a tener buenas sensaciones, sin duda, más aún en este último tramo de la misión, cuando todo parece estar estrechamente relacionado. De nuevo mañana intentaré comenzar el día de la misma manera que lo hice hoy. Será jueves, y el fin de semana estará al acecho, un tanto distinto al anterior, con tirada larga el viernes y orientación el domingo. Se acerca el final y las cosas empiezan a experimentarse de una forma distinta, más intensa.
 
Por cierto, ya me he hecho con mis zapatillas de clavos. Esto se acaba...