jueves, 13 de diciembre de 2012

Invictus: el ejemplo Mandela

Tal vez os preguntéis qué tiene que ver Nelson Mandela en un blog de deportes. La respuesta es: ¡todo! Hoy os quiero recomendar un libro y una película que me motivan especialmente. El libro se llama "El factor humano", John Carlin, que inspiró a su vez la película "Invictus", de Clint Eastwood. Ambos están basados en la historia de como Mandela se convirtió en presidente de la República de Sudáfrica, y en la labor que desempeñó para unir a un pueblo separado por años de odio racial y apartheid, a través de la selección nacional de rugby.

La película es muy interesante aunque, como de costumbre, el libro lo es aún más, pues ofrece una descripción mucho más detallada del desarrollo del proceso, aparte de profundizar en la vida de Nelson Mandela desde antes de su encarcelamiento hasta los acontecimientos que siguieron a su liberación. Ahí se descubre el hombre entregado a sus creencias que fue Mandela.

Independientemente del trasfondo político de la historia, lo que me impresiona es lo que cuenta John Carling sobre cómo Nelson Mandela observó, durante sus largos años de cautiverio, un estricto programa de trabajo físico. Según el libro, se levantaba todos los días muy temprano para realizar una hora de carrera sobre el sitio en el interior de su diminuta celda, y cuando al cabo del tiempo fue trasladado a una celda más grande (del tamaño de media pista de tenis) con otros reclusos, corría esa hora todos los días en tan minúscula extensión de terreno. Y, con el paso de los años, no fue nunca capaz de perder ese hábito, transformándolos en saludables paseos seguido por sus guardaespaldas una vez desempeñaba el cargo de presidente del país.

Me parece, por encima de todo, un ejemplo motivacional enorme. Os dejo a continuación los versos en castellano del poema de William Henley "Invictus", que Nelson Mandela (Morgan Freeman) recita en algunos momentos de la película. Os gustará, seguro.

“Invictus”

Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el horror de la sombra,
la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.

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