lunes, 7 de octubre de 2013

Día 155: tres mil obstáculos

Km recorridos (día/total): 10,4/1335,9                              Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/342

Creo que una de los aspectos más difíciles de llevar aquí es la impotencia que se experimenta hacia todo lo que ocurre más allá del merlón y la concertina que rodean la base. No me refiero sólo, que también, a lo que acontece en este país tan desesperanzador, donde la vida vale realmente poco, una mujer viuda tiene que casarse con el hermano de su marido, las niñas esperan angustiadas al hombre al que habrán de servir, la gente muere de enfermedades que en cualquier país occidental supondrían una simple visita al médico de cabecera y las fracturas sin reducir dejan miembros amorfos a pequeños de tres o cuatro años.

En esta ocasión, egoístamente, escribo de la impotencia que uno siente con respecto a lo que acontece mucho más lejos, a miles de kilómetros, al otro lado del teléfono o de la pantalla, cuando funciona Skype. En un momento dado, una noticia, un cambio en la salud de los tuyos, un pequeño problema o un leve accidente doméstico dejan al descubierto la distancia real que nos separa de nuestro entorno. Lo que en otra situación se solucionaría con unas cuantas caricias sentado al borde de la cama, sintiendo la suave respiración de un sueño ajeno al resto del mundo, en este caso se ha de interiorizar de una manera tal, que duele.

Duele la impotencia de no poder hacer nada más que emitir palabras tranquilizadoras que le harían falta también a uno mismo. Duele la separación física, el saber que mañana también amanecerá a distinta hora para unos y otros. Duele tener que esperar a la siguiente llamada, al siguiente día, tan lejos, tan separados de nuevo. Duelen la soledad, la represión emocional y física. Duelen tantas cosas...

Imagino que uno aprende a convivir con todo ello, que ese dolor únicamente aflora en determinados momentos, que la vida sigue sin muchas contemplaciones y eso nos hace un poco más inmunes a la impotencia. Si no fuese así, sin esos mecanismos inconscientes de autodefensa, sería tan complicado...

En medio de esta tempestad emocional, física y psíquica puede que correr no tenga tanta importancia. Sin embargo, creo que si no fuese por esos momentos, por esos kilómetros al abrigo de todo lo anterior, las cosas me resultarían muchísimo más difíciles. Pero ahí están Alberto, Víctor, Pascual, Tabu, esta tarde también Dani, quienes, cada uno a su manera, alivian la pesada carga que supone la separación física tan duradera. Hoy por uno, mañana por el otro. Aún sin saberlo.

Así, hoy al atardecer charlábamos Dani Betancor, un canario encantador al que conozco desde hace muchos años, y yo sobre el tres mil obstáculos: el paso de la ría, el número de obstáculos, la pierna de batida, el entrenamiento, las series, lo duro que ha de resultar empezar de cero después de cada valla, el agua, los clavos, los tobillos,... Una tonta conversación para una tarde densa que se despejó un tanto con el aire fresco inmediato a la puesta del sol. Verdaderamente, y de no ser por estos y otros ratos, me asolaría la impotencia de saberme irremediablemente aquí un día más. Pero no es así...No lo fue antes, con que mucho menos ahora que queda tan poco.

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