miércoles, 30 de octubre de 2013

Día 180: Alberto el Gorra

Km recorridos (día/total): 16/1598,5                                  Vueltas dadas al perímetro (día/total): 3/393
 
¡Qué rápidos transcurren algunos días aquí! El de hoy ha sido uno de esos en los que todos los acontecimientos han parecido encajar en una sucesión armoniosa y fluida desde primera hora, cuando los apenas tres grados de temperatura me entumecían las manos desnudas durante diez kilómetros y medio de carrera.
 
Alberto se ha convertido en el compañero de entrenamientos perfecto. A primera hora siempre espera un tanto encogido por el frío, o con cara de sueño si la noche anterior jugó su Atleti o le embaucaron en charlas hasta horas poco prudentes. Le cuesta un par de kilómetros o tres coger el ritmo, entre algún que otro suspiro que indica que todavía va un tanto forzado. Luego entra en calor y se agarra a la carretera con determinación, tal vez la que a mí me falta cuando se trata de sufrir. A veces se descuelga unos metros, y cuando uno cree que lo ha perdido, mira hacia atrás de reojo y le ve ahí, sufriendo y progresando, su estilo inconfundible en la máxima expresión, hasta entrar de nuevo a rebufo.
 
Cuando se detiene, se inclina hacia adelante y apoya las manos ligeramente por encima de las rodillas. Si el esfuerzo para entrar ha sido grande, se balancea levemente hacia atrás y dice que está un poco mareado. Entonces yo me río, no de él, sino porque intento de ese modo traerle de vuelta, en cierto modo, y contribuir a que se le pase el mareo. Le dejo unos segundos, y enseguida estoy apretándole para ponernos de nuevo en marcha y la sangre fluya nuevamente, en lugar de dejar que se le acumule en las piernas.
 
Echamos de nuevo a rodar, y de nuevo le cuesta un poco, sobretodo los primeros metros. Luego se pone a tono y aguanta lo que le venga con entereza, sufridor como buen atlético. Después de cada intervalo, para el Garmin y calcula el tiempo empleado. En esos momentos, yo juego a intentar adivinar minutos y segundos, consciente de que mis sensaciones me engañan pocas veces. Al terminar, le echa un vistazo al entrenamiento completo: tiempo, ritmo medio, kilómetros,... estira un poco, y se marcha contento como un niño con zapatos nuevos por lo realizado, que nunca es poco, y a él le sabe siempre a gloria.
 
Mañana tardará un par de kilómetros en perdonarme que hoy a mediodía me haya ido solo a rodar (me apetecía tanto sentir el calor y la brisa...). Al llegar al sur me he detenido delante de las montañas, contemplando los tonos marrones, las sombras, las líneas sucesivas dibujadas en el horizonte. He estado apenas un par de minutos, erguido, los brazos cayendo a ambos lados, las palmas de las manos ofrecidas al este, queriendo empaparse del momento, los sentidos intentando atrapar el olor, la luz, el colorido.
 
Para cuando me haya perdonado, entenderá que le debía esta entrada desde hace mucho. Ha sido mi alma gemela sobre el asfalto, mi fiel acompañante en los días de calor, en las mañanas de frío y sueño. Ha sido el regalo más inesperado de estos seis meses. Me adelanto unos días al escribirlo hoy, pero temo que más adelante se junten las emociones, los sentimientos de alegría y nostalgia lo contagien todo, y yo pierda la poca objetividad que pueda restarme, volviéndome incapaz de describir mínimamente lo que ha supuesto haber encontrado aquí, entre el polvo y tan lejos de casa, en medio de esta llanura pedregosa, a un buen amigo.

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