sábado, 26 de octubre de 2013

Dïa 176: de las pocas cosas bonitas

Km recorridos (día/total): 10,4/1551,9                                     Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/385

A pesar de que esta mañana hemos retrasado la hora de salida hasta casi las ocho (por eso de que es sábado, nos lo podemos permitir), seguía haciendo bastante frío. La tarde de ayer fue heladora, con una sensación térmica de dos o tres grados. Esta noche los termómetros rozarán los cero grados, aunque se prevee que durante la próxima semana las mínimas suban considerablemente.

Así, saltar de la cama y ponerse en marcha se convierte en una tarea exigente, especialmente para músculos y articulaciones, que duelen y protestan a cada zancada durante los primeros kilómetros. En cualquier caso, Alberto y yo hemos dado nuestra vuelta de rigor, charlando tranquilos y disfrutando, eso sí, del cielo limpio y despejado.

Como las condiciones no eran las más idóneas, nuevamente a la una nos hemos echado al asfalto, en esta ocasión con algunos grados más, que han convertido este segundo entrenamiento en un paseo muy ameno y rápido, toda vez que los músculos se han engrasado correcta y rápidamente.

Las carreras de mediodía se están convirtiendo en uno de los mejores momentos del día. El cuerpo ya está activado, la temperatura, como digo, es agradable, y después de unas pocas horas de trabajo las energías están a un buen nivel. Hasta hace poco, correr a primera hora de la mañana o a última de la tarde era el único modo de esquivar, en cierto modo, el implacable castigo del sol. Por las mañanas estaba el inconveniente de la adaptación a la carrera desde el estado de reposo; por las tardes, el calor, el polvo, el viento y el cansancio acumulado a lo largo del día.

Ahora, después de tantos días, y dado que las fuerzas están algo justas, sólo trato de engañar al cuerpo partiendo el entrenamiento en sesiones muy cortas, de tal manera que siga entrenando y acumulando, pero a la vez permita al organismo alcanzar un nivel óptimo, en lugar de continuar castigándole con sesiones más largas. Es la única forma que encuentro de mantener, en cierto modo, el nivel de entrenamiento.

Psicológicamente, no tengo ganas de luchar contra el cronómetro y los kilómetros. La monotonía de correr siempre en el mismo sitio hace efecto en mí, y en estos días busco siempre alguna manera de que una sesión sea, al menos en algún aspecto, distinta a la siguiente. Si por la mañana giramos en un sentido, a mediodía lo hacemos al contrario, o con más o menos pausas. Siempre se busca algo que sea diferente: las zapatillas, el lado de la carretera, la longitud de los intervalos, el ritmo...

Una cosa es seguro: el binomio que hemos formado Alberto y yo, al que posteriormente se unieron Pascual y Tabu, ha hecho que estemos donde estamos y hallamos llegado tan lejos sin arrojar la toalla. En solitario, ni siquiera me planteo la posibilidad de que todo esto hubiese transcurrido de este modo. Habría corrido, claro, pero ni por asomo con la intensidad y el propósito que nos han acompañado durante los últimos cuatro meses.

El cielo esta noche es de una belleza impresionante. Lucen miles de estrellas sobre un fondo azul oscuro. "Es de las pocas cosas bonitas que hay aquí", decía hace unos minutos un compañero. Seguro que hay muchas más, sepultadas lamentablemente bajo la sinrazón humana. Por suerte, no podemos tapar las estrellas.

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