miércoles, 9 de octubre de 2013

Día 158: al abrigo de uno mismo

Km recorridos (día/total): 10,2/1358,7                             Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/347

Parece que por fin las aguas van volviendo a su cauce. Tras unos días de varias preocupaciones, algunas reales, otras ficticias, hoy por la mañana, después de la carrera, ha habido un punto de inflexión, marcado quizás por la imperiosa necesidad que tenía de desahogarme desde hace varias jornadas. Tal vez no tuviese el cuerpo para series de mil quinientos, pero la compañía de mis amigos, algunos recién conocidos, otros que ya llevan muchos kilómetros a mi lado, muchos capuccinos, alguna que otra hamburguesa doble, ha sido la clave para dejar atrás determinadas inquietudes que me lastraban pesadamente.

Así, de esta manera tan tonta, como lo es cuando uno se cae, se levanta, se vuelve a caer, se levanta de nuevo, se cae otra vez, y otra, y otra más, y siempre termina levantándose, más fuerte, con más ganas, el final de mi entrenamiento de esta mañana ha puesto fin a una dinámica adversa, contrastada luego con una felicísima evolución de los acontecimientos que hace unos días la habían iniciado.

Como somos un todo, donde todo está interrelacionado, el día desde entonces ha transcurrido de otra forma mucho más tranquila, más amable, más serena. Así todo es mucho más sencillo y las horas, empujadas por muchos asuntos laborales pendientes, han volado literalmente de tal manera que, sin apenas darme cuenta, me acerco al último mes de misión en Afganistán.

Se nota en el ambiente el cansancio. Algunas relaciones han terminado por tensarse de tal forma que ya no admiten mucho más. Se veía venir, en cualquier caso. A día de hoy, y van ciento cincuenta y nueve dejados atrás, el vaso de la paciencia de muchos se ha colmado. Como describía hace unos días, el ambiente se ha tornado más denso, más irrespirable, de forma que, al menos bajo mi punto de vista, lo mejor que se puede hacer en muchas ocasiones es retirarse al abrigo de la propia intimidad.

En cualquier caso, la vida sigue, irremediablemente, y se empiezan a saborear los agridulces matices de la inminente partida. Comienzan las despedidas, se aproximan las últimas veces en muchos sentidos y se intensifican determinadas interacciones. Las tardes se han vuelto frescas, las temperaturas amenazan con caer ahora en un inmisericorde picado y los poros se cierran para protegerse de las mañanas frías que llegan y, sobre todo, de las que están por venir.

Continúan pasando los días, mientras intento encontrar de nuevo esa motivación y esas fuerzas temporalmente disminuidas. Me doy cuenta de lo tarde que se ha hecho hoy. Nada que ver ya los horarios con los de la primera mitad de misión, cuando me daban las doce o doce y media delante de la pantalla. Va siendo hora de plegar velas, de abrigarse en uno mismo, de cubrirse con las sábanas en noches menos cálidas que entonces. Mañana, a primera hora, igual me animo con las mallas largas. Habrá que empezar a sacar la ropa de invierno...

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