jueves, 7 de marzo de 2013

Desafío Fortalezas-Ronda 2013: ¿Por qué vuelvo?


Mi idilio con los 101 kilómetros de Ronda comenzó, como muchas cosas en la vida, casi por casualidad. En cuestión de meses, pasé de no haberme siquiera planteado la carrera a estar en la línea de salida. Ese año en concreto, hace tres ediciones, fue para mí un desastre, producto de mis faltas de experiencia y de paciencia: a mitad de preparación padecí una fascitis plantar aguda, y aunque me empeñé en ir a Ronda, me quedé, entre lágrimas de dolor y de frustración, a un par de kilómetros de Setenil. Sin embargo, se había prendido la llama en mi interior. Volvería, estaba seguro.

Tuvieron que pasar un par de años hasta la siguiente edición. De nuevo algunos problemas físicos retrasaron el inicio de mi preparación hasta enero, pero en esa ocasión puede terminar, con más pena que gloria, mi primera Ruta de las Fortalezas y, cinco semanas más tarde, los 101 kilómetros. Recuerdo que desde el cuartel de la Legión hasta meta sólo pude caminar debido al agotamiento y a una inflamación del tibial anterior, y que los últimos 20 kilómetros se me antojaron una eternidad.


¡Gracias, David, por la magnífica foto!

Recuerdo el frío, el vaho a la luz del frontal, el barro del sendero paralelo al río y las luces rojas en lenta procesión brillando a lo lejos. Recuerdo el último avituallamiento, allá por el kilómetro 96, cuando un legionario me dijo que el año que viene otra vez. Recuerdo que yo le respondí que no, que ya no volvía más. Recuerdo la inmensa alegría al recorrer el último kilómetro por las calles de Ronda.

Por supuesto, al año siguiente volví. En unas condiciones personales muy difíciles, perdido, menguado psicológica y físicamente. Y claro, no son formas. Me bastó en la Ruta de las Fortalezas, pero no en los 101, que requieren un estado físico, pero sobretodo mental, superlativo. Tal vez el físico pueda flaquear. La mente no. En esta última ocasión, mi carrera acabó antes que nunca, en el kilómetro 40. Vacío. Roto.

Este año, más que nunca, estoy deseando volver a ver el vaho a la luz del frontal. A pesar del sufrimiento físico y psicológico, paradójicamente recuerdo esos momentos como instantes de verdadera paz interior. Puede que el agotamiento extremo nos conduzca a una visión mucho más sincera de las cosas, mucho más limpia. Seguro que cada uno tiene su razón para someterse a un esfuerzo mental y físico tan brutal. Puede incluso que alguno ni siquiera se haya planteado el por qué.

Existe una razón por la cuál volvemos. Una razón que los demás desconocen, que aquellos que no se han aventurado antes a algo parecido jamás entenderán. Yo no sé explicar esa imperiosidad, ese deseo que me impulsa a volver. Aunque lo intente. Es algo demasiado íntimo, que no sé definir más allá de estas palabras.

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