lunes, 4 de febrero de 2013

Con el viento en cara: nivel de esfuerzo.

(también puedes leer este artículo en www.ensolo10minutos.com)

Dice Séneca que "ningún viento es favorable para el que no sabe a dónde va". Yo, con el permiso póstumo de tan sabio pensador, prefiero invertir los términos: todos los vientos son favorables para el que sabe a dónde va. Incluso en aquellos momentos en los que el viento sopla más en contra, dificultando el avance y haciéndonos agachar la cabeza. Ayer fue uno de esos días en los que el viento aullaba con fuerza, casi como durante todo el fin de semana. 

Amaneció otro de esos días en los que se agradece un buen compañero de entrenamiento (puedes leer al respecto en Relaciones en ruta: correr nos iguala). Por segundo domingo consecutivo repetí circuito Calvario-San Julián en Cartagena, esta vez con David, que por primera vez desde que terminamos la Ruta de las Fortalezas el año pasado volvía al "escenario del crimen". El día, como digo, invitaba a quedarse en casa, pero allá que fuimos, deseando que en esa zona, un poco más resguardada, se notasen un poco menos las fuertes rachas de noroeste.

En efecto, así fue al menos en determinadas zonas, como la subida al Calvario y todo el tramo que conecta con la subida a la batería de San Julián. Eso nos dio pie a poner en práctica nuestra nueva táctica de entrenamiento: descansar subiendo y apretar bajando. Bueno, lo de descansar subiendo, de momento, es un decir porque, con el 25% de desnivel, el término descanso es un tanto relativo. Sin embargo, después de bajar a buen ritmo, y en una zona que parece no desgastar, pero que en realidad es durísima, tuvimos una buena charla sobre entrenamiento.

Hablamos de lo mucho que ayuda adoptar una respiración rítmica y concentrarse en ella en los tramos duros y, entre otras cosas, volvimos a darle vueltas al "nivel de esfuerzo". A pesar de que a la gran mayoría le gusta apoyarse en ritmos y pulsos, a mi me parece mucho más práctico, a la hora de entrenar, centrarnos en nuestro nivel de esfuerzo, que, independientemente de aquellos y teniendo en cuenta otras circunstancias menos medibles pero mucho más realistas (descanso, recorrido, condiciones meteorológicas, etc...), podemos desarrollar. De nada sirve empeñarse en llevar un ritmo concreto simplemente porque toca, si ese día el cuerpo no da más de sí. Y qué hacer, ¿empeñarnos en lo que no se puede? Sin embargo, si aprendemos a reconocer en que nivel de esfuerzo nos movemos, y le hacemos menos caso al cronómetro y al pulsómetro en determinadas ocasiones, a la larga haremos del entrenamiento una experiencia mucho más placentera y aprovechable.

Para ello, por supuesto, hay que experimentar mucho. Nos puede ayudar correr al lado de gente que sepa guiarnos y reconocer en qué nivel de esfuerzo nos tenemos que mover en cada ocasión determinada. Para ello hace falta empatía, conocimiento y confianza mútua, además de una buena comunicación (a menudo no verbal), de forma que sepamos sacar el máximo rendimiento a nuestra condición física puntual. El nivel de esfuerzo nos da el ritmo óptimo, y no al revés. Por lo tanto, si trabajamos con este concepto, siempre nos estaremos moviendo en los ritmos adecuados, que no son fijos. Creo que es esa adaptabilidad del entrenamiento a nuestro estado puntual la que genera mejores resultados, porque optimiza lo que hacemos.

Hay ocasiones, como la de ayer, en las que no merece la pena obstinarse por hacer una subida más, o veinte minutos más. Adaptar el entrenamiento sobre la marcha es, a veces, la mejor forma de irse a casa con buen sabor de boca. ¿Acaso hay un resultado mejor que ese? Aunque hubiésemos previsto tantos kilómetros, o tantas subidas, y al final, por una cosa o por otra, no resultase.

Nos fuimos a casa felices y contentos.

Cansados, pero satisfechos.




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