martes, 19 de febrero de 2013

Ídolos con pies de barro

Hasta hace unos meses de la pared de mi cuarto de baño colgaban dos folios imprimidos en casa. Uno era un collage con la imagen de Lance Armstrong vestido de amarillo, de pie en la bicicleta, la boca entreabierta y la mirada fija al frente en gesto de concentración y esfuerzo. Bajo la impresión había escrito una frase: "Crea las circunstancias". La otra era un anuncio de Nike con una foto de Oscar Pistorius, un texto sobre cómo se había convertido en la "cosa más rápida sin piernas" y el lema "Just do it".

Las circunstancias han querido que estos iconos deportivos, al igual que muchos otros, se hayan derrumbado estrepitosamente: mentiras, dopaje, coacciones, violencia,...Si en algún momento hubo resquicios de algo que merecía la pena (capacidad de superación, sacrificio, esfuerzo,...), en estos momentos quedan los rescoldos al rojo vivo de personalidades complejas y ambiciosas, de víctimas convertidas en verdugos gracias a la desmedida idealización de sus gestas deportivas, hoy oscuras tramas con tintes nada épicos.

Maurice Herzog, fallecido hace unos meses, y que junto a Louis Lachenal fue el primer hombre en coronar una cima de más de 8000 metros, concretamente la del Annapurna en 1950, afirmaba que "es necesario que los hombres conozcan el mundo donde viven: lo tienen que descubrir porque para amar, antes hay que conocer". Sinceramente, creo que estaba en lo cierto, y que podríamos hacer extensiva la afirmación a otras muchas áreas de nuestra vida.
Maurice Herzog.
Maurice Herzog.
He tomado la decisión de buscar ejemplos mucho más cercanos: personas cotidianas con sus virtudes y sus defectos que llevan a cabo labores extraordinarias de manera anónima en la mayoría de los casos. Puede que no ganen carreras ni batan récords, que no estén en las portadas ni ganen sueldos millonarios, y que no sean grandilocuentes en sus opiniones, pero al menos su imagen no estará sesgada ni manipulada de tal forma que sólo pueda ver una mínima parte de lo que son. Aunque esa mínima parte sea extraordinaria, al menos en apariencia. Como siempre, hay que analizar el conjunto antes de tomar una decisión.

Sí, desde luego que para amar, antes hay que conocer. Porque si no, corremos el riesgo de comenzar a amar y después a conocer, y darnos cuenta de que no amamos lo que vamos conociendo, sino algo o a alguien que sólo es una proyección idealista y mediática de la cruda realidad. Y la cruda realidad no siempre se puede tener colgada en un cuarto de baño.

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