viernes, 4 de octubre de 2013

Día 153: tres metros por delante

Km recorridos (día/total): 23,9/1320,3        Vueltas dadas al perímetro (día/total): 5/339
Cuando esta mañana a las seis y cinco abandonábamos la zona de vida italiana y salíamos a la carretera perimetral que conduce al sur y discurre paralela a la pista, la salida del sol era inminente, de tal forma que sobre las montañas al este el cielo estaba de un color anaranjado e instantes después asomaban los primeros rayos de la mañana, testigos de nuestro correr acompasado.
Yo, de primeras, tenía pocas ganas de hablar, así que he marchado desde el principio ligeramente adelantado, ensimismado, poco predispuesto a conversar, al menos para lo que suele ser habitual. Algunos días uno se levanta con el pie cambiado. A mí esta mañana me apetecía correr. Solamente.
En cualquier caso, la sesión se prestaba a ello, con casi diecinueve kilómetros que hemos dividido en series de exigencia media. No ha estado nada mal para comenzar el día, ni para nuestra preparación para Valencia. Cuesta ponerse en marcha a esas horas, pero al terminar uno tiene la grata sensación de haber cumplido mientras muchos otros aún se están desperezando. Incluso en el caso de aquellos que no han logrado completar el entrenamiento, el esfuerzo ha sido grande. No todos los días las cosas salen como uno espera y, sin embargo, eso no desmerece en absoluto lo realizado.
Imagino que es siempre más sencillo y más humano quedarse con lo negativo, con lo que no se ha podido completar, antes que con lo que se ha llevado a cabo. Es una forma, creo, de retroalimentar nuestra negatividad. Aunque cueste un poco más, es mejor esforzarse por destacar lo conseguido, antes que con lo que se nos quedó en el tintero. Por otra parte, las circunstancias aquí no son sencillas, y cada uno arrastra sus preocupaciones, sus inquietudes o sus miedos de una manera distinta al otro. Hay quien las exterioriza de una forma determinada; hay quien opta por ir unos metros por delante…
Esta tarde, a pesar del cansancio acumulado en la sesión de la mañana, hemos reunido las fuerzas suficientes para echarnos otra vez al asfalto, con un trotar suave, que no se diga, y fatigado, al menos en mi caso. No obstante, y después de toda la semana padeciendo largas tardes, la carrera de hoy ha acelerado el tiempo, de tal forma que las horas han volado sin más. Contribuir a ello no es un mal modo de afrontar lo que resta.
Sé que por mucho que repita lo cansado que estoy, mi situación no va a mejorar (tampoco es mala, después de todo), así que procuro no exteriorizarlo más que en contadas ocasiones, casi siempre de forma comedida. No es menos cierto que, de un tiempo a esta parte, los días parecen transcurrir veloces, al ritmo de nuestras carreras, y que el soñado momento de nuestro regreso se acerca, a ratos a pasos agigantados. Casi no me lo puedo creer.
Voy encontrando, por aquí y por allá, pequeñas satisfacciones. Mis objetivos fundamentales están a la vuelta de la esquina. Pienso, si acaso brevemente, en lo que me gustaría hacer cuando regrese aunque, tal vez porque aún me queda lejos, no lo hago con una mínima intensidad, y los atenuados proyectos se pierden en el transcurso de las horas.
Seguramente, la marcha en los próximos días de tanta gente suponga un punto de inflexión, sabiendo que nuestro momento, el de la partida, es relativamente inminente. No puedo dejar de imaginármelo y, sin embargo, parece que tardará siglos en llegar. Bueno, no siempre: a ratos se asoma a la vuelta de la esquina. Tan caprichosa es la percepción del tiempo.
Para este fin de semana dan mínimas de catorce grados. Me encantaría ver llover antes de marcharme. Me encantaría disfrutar de un día relajado y descansado. Tal vez en ese caso apreciaría las distancias y la lejanía o cercanía de las cosas como son en realidad. Tal vez así no tendría que correr tres metros por delante de mis propios miedos.

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