jueves, 17 de octubre de 2013

Día 167: inteligencia emocional

Km recorridos (día/total): 10,6/1447,3                                     Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/365

Cuando abrí los ojos esta mañana todavía estaba oscuro. Estamos a mediados de octubre, y el sol no aparece por el horizonte hasta pocos minutos antes de las seis y media. Los termómetros a esas horas rondan los diez grados, nada que ver con aquellas infernales mañanas estivales, en las que rara vez las temperaturas a primera hora de la mañana descendían de los treinta grados.

De momento, nos hemos quedado Alberto y yo. Víctor anda un poco tocado de la garganta desde hace días, y Tabu y Pascual se pueden permitir el lujo de salir un poco más tarde de lo que lo hacemos nosotros. Al menos, con Alberto estos días la cosa va tranquila, nos entendemos y llevamos el ritmo que nos conviene, sin tirones. También tenemos nuestros ratos de charla, entremezclados con tramos en los que cada uno se centra en su respiración y en sus cosas. Andamos ya muy cansados como para tener conversación todo el tiempo.

El entrenamiento de la mañana ha sido, no obstante, bastante ameno. Aunque parezca mentira, a veces un ligero cambio en la estructura del mismo (ya que los cambios de recorrido no son posibles aquí) implica que los kilómetros transcurran un poco más deprisa de lo habitual. Hoy hemos decidido, sobre la marcha, hacer un tramo de seis kilómetros y medio, y a continuación otro de cuatro. Ayer, por ejemplo, hicimos una vuelta en un sentido y la siguiente en el otro. Cualquier estrategia es buena con tal de hacer algo diferente a lo del día anterior. Después de tantos días, no es nada fácil.

Yo ya he empezado a disminuir el volumen, en gran parte porque no me siento con fuerzas para hacer más, aunque también porque mis músculos y articulaciones se están quejando cada vez más a menudo. Afortunadamente, hoy tenía cita con el fisio, Roberto, que me ha descargado las zonas más afectadas por las sobrecargas. De esa forma, voy tirando de la mejor manera posible. Lo que ocurre es que ahora, después de haber estado rondando los cien kilómetros semanales durante los dos últimos meses, parece que setenta u ochenta son pocos.

Pero lo cierto es que ni las fuerzas ni la disposición son las mismas que a principios de agosto, cuando devorábamos kilómetros mañana y tarde. Ya tenemos la vista puesta en el mes que viene, y correr sólo es una excusa para que los días pasen más rápido. Se lo decía esta mañana a Alberto: no sé qué haría sin estos ratos en los que me olvido de todo lo demás, gracias en gran parte a su compañía.

Me cuesta trabajo trasladarme a esos dos primeros meses, especialmente al segundo, el de junio, cuando mis carreras eran en solitario. Por aquel entonces, no estaba tan desgastado como lo estoy ahora. Coincidir con Alberto, Pascual, Tabu y Víctor aquí ha sido una bendición en muchos sentidos. Me costará mucho trabajo despedirme de todos ellos dentro de algunas semanas.

Mañana ya es viernes. Ha volado una semana más, entre rumores sobre nuestra vuelta. Parece mentira, pero a día de hoy todavía estamos pendientes de la hora de regreso, en parte debido a factores que a cualquiera con un mínimo de sensibilidad le resultarían incomprensibles. A veces es muy triste sentirse tratado como un simple número, sin que se tenga en cuenta lo difícil que es el día a día a siete mil kilómetros de los tuyos. A falta de experiencia, bien vendría un mínimo de inteligencia emocional para comprenderlo. No es tan complicado, a poco que se intente.

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