domingo, 21 de julio de 2013

Día 79: cuestión de actitud

Km recorridos (día/total): 6,2/451,4                                   Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/174
Hoy es el segundo domingo que he quedado con alguien que, a la postre, ha preferido quedarse durmiendo. No pasa nada. Es más, me viene muy bien quedar con la gente aunque luego no aparezca, porque así me obliga a mí a levantarme y no remoloneo en la cama más de lo necesario. En realidad, esta mañana no estaba precisamente remoloneando, sino con la urgente necesidad de aire libre y de correr. Incluso me he alegrado de poder hacerlo solo. Motivos personales, imagino.
Luego la mañana ha sido relajada, y el aire ha vuelto a entrar en mis pulmones con más normalidad, conforme todo en mi interior se ha ido calmando. Es curioso ver cómo, a veces, se pasa de la calma a la tempestad y viceversa en cuestión de poco tiempo.
A mediodía, aprovechando una comida de trabajo (¡qué buenísima arroz hemos comido!), he participado en una conversación sobre los pros y los contras de estar aquí durante todo este tiempo. Sinceramente, creo que al final es una cuestión más de actitud que de cualquier otra cosa. También, por otra parte, he comprobado, a lo largo de muchos años, que el que se queja por una cosa o situación, se queja por la contraria. O sea, que hay quien no está nunca a gusto y siempre encuentra los aspectos negativos de las cosas.
Por supuesto, pasar seis meses aquí conlleva una serie de incomodidades y restricciones no sólo para mí, sino para todas las personas cercanas que de cuando en cuando me envían el mar en una foto. Pero no es menos cierto que, ya desde hace un tiempo, y mucho más dentro de otro tanto, la experiencia aquí vivida, los lazos creados, los buenos y los malos ratos y muchas otras cosas habrán forjado en mí un aspecto nuevo que hasta ahora desconocía. En los momentos difíciles sale lo mejor y lo peor de cada persona. Aunque también sé de lo segundo, he aprendido mucho más de lo primero, y mi experiencia humana en este lugar es un tesoro que cada día crece un poco más.
Hoy, sin ir más lejos, he compartido dos horas de artes marciales con un grupo de lo más heterogéneo, unido por el simple hecho de estar en este lugar con una afición común. Aunque ahora me duele todo, me lo he pasado genial recibiendo golpes, atrapado en inmovilizaciones bajo pesos imposibles, buscando el aire donde no podía llenar mis pulmones, pero también estrangulando e intentando averiguar la forma de escapar, golpear, agarrar, luxar y terminar al contrario. Aunque parezca mentira, cuando todo esto se hace con respeto por el adversario, une. Lo que decía de las dificultades.

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Así que me voy a tomar algún antiinflamatorio antes de irme a dormir muy pronto. Imagino que los primeros minutos del día de mañana serán duros, al menos hasta que la sangre comience a regar las zonas más doloridas. Porque, por supuesto, mañana a las seis y media me cantarán los grillos del iPhone, y quince minutos más tarde estaré echando a rodar. Cuestión de actitud. Y de umbrales de dolor. Yo no sé, a pesar de algunos despertares agitados, ser de otra manera. No puedo. Tampoco quiero.

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