jueves, 25 de julio de 2013

Día 83: seres circunstanciales

Km recorridos (día/total): 15,5/504,1                                 Vueltas dadas al perímetro (día/total): 3/183

¿Cómo iba a sospechar yo, después de una plácida noche y de una carrera tardía, que durante la noche se había amasado tanto dolor? Lo cierto es que hoy no es día para hablar de kilómetros ni de carreras, tampoco tal vez de lo efímero que es todo, de lo pasajeros que son los problemas, las necesidades, los deseos, las risas,...
 
Curiosamente, escribo esto en un país donde la vida humana vale bien poco, donde morir es algo cotidiano, tanto, que peligrosamente nos acostumbramos a ello, al dolor que no llega a tocarnos. La vida es, en muchos casos, circunstancial. No merecemos más o menos de lo que tenemos. Tampoco los demás. Somos, finalmente, producto de la casualidad, de la suerte o la desgracia de haber abierto los ojos unos cuantos meridianos más al este o al oeste, unos pocos paralelos más al sur, a unos kilómetros de nuestro barrio, a un par de portales, en esta o aquella familia.
 
Nacer o morir, tener una vida u otra, casarse a los veinticinco o que te casen a los trece con un tipo barbudo y de olor agrio que te tomará la primera noche mientras las lágrimas se derraman por el dolor, la vergüenza y la falta de amor. Casi todo es, en realidad, un producto de las circunstancias. Viajar en un tren o en otro, rechazar a última hora un billete o llegar por los pelos, una fecha, un cambio de última hora, un poco más temprano o ligeramente tarde...
 
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Y sin embargo, por ahí andamos, cargados de razones, viviendo sin vivir, en el ayer, en la semana que viene, en las próximas vacaciones, en noviembre cuando regrese, atados a ideales, a cuestiones perecederas, a fronteras, a días vacíos de sentido,... sin darnos cuenta de que todo es, en realidad, mucho más simple, infinitamente menos complejo de lo que queremos hacer ver.
 
Esta tarde he disfrutado especialmente de la carrera con Alberto el Gorra. El aire soplaba del este, las sombras del atardecer afgano nos han ido envolviendo y las zapatillas golpeaban el asfalto ágilmente, sin esfuerzo aparente. ¡Qué buen descubrimiento me ha traído la aventura afgana! Tiempo habrá para hablar de ello. Hoy, desde luego, no era el día.

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