lunes, 14 de enero de 2013

Desafío Fortalezas-Ronda 2013: estrategias de carrera.

Llega el momento de empezar a tomárselo medianamente en serio, en lo que a los entrenamientos se refiere. Parece que cuatro meses son muchísimos (tres en el caso de las Fortalezas), pero para cuando queramos darnos cuenta, estaremos en la línea de salida de Cartagena o de Ronda, con el estómago encogido por los nervios y dándole vueltas a si habremos hecho lo que debíamos y cuando debíamos, a si el entrenamiento que llevamos será suficiente para culminar con éxito la prueba o, por el contrario, vamos un poco justos, tal vez porque tendríamos que haber enfocado la preparación de otra manera.

En primer lugar, hay que decir que, hagamos lo que hagamos, seguramente siempre surgirán dudas. En este tipo de pruebas son muchos los factores que escapan a nuestro control, y a lo largo de tantos kilómetros el cuerpo puede no responder (y seguramente lo hará), en un momento dado, como esperábamos. Pero, por otra parte, hay factores sobre los que podemos influir positivamente con una buena planificación de nuestro entrenamiento. Sobre esto último ya os hablaba, de una forma global, en el post Desafío-Fortalezas-Ronda 2013: planificación.

Sin embargo, es necesario tener una idea de cómo vamos a afrontar la prueba, de tal forma que podamos enfocar las sesiones de entrenamiento de manera adecuada. Cuanto mayor sea nuestro nivel de exigencia, más habrá que afinar en la elaboración de las mismas, pero la base es bien sencilla: hay que entrenar según vayamos a competir. Es en este punto cuando hay que hablar de las distintas estrategias de carrera, que deberán ser realistas y adecuadas a nuestro nivel de entrenamiento.

En la Ruta de las Fortalezas todo es mucho más sencillo. Con un nivel básico, caminar todo el recorrido nos asegurará completar la prueba dentro del tiempo límite de doce horas estipulado por la organización. Adecuando mínimamente la preparación, se puede optar por correr suavemente en las bajadas, y yendo un poco más lejos, por hacerlo también en los tramos más llanos, al menos en los primeros dos tercios de carrera, de tal forma que las subidas serán siempre un "descanso" entre trote y trote. Por último, y esta es la opción que yo prefiero, se puede optar por correr siempre que se pueda, en cuyo caso, desde mi punto de vista, es vital hacer una parada breve pero pausada en los puntos de control y avituallamiento, de forma que nos sirvan de recuperación.

De este modo, dividimos la prueba en tramos entre estos puntos. No obstante, llegarán puntos en los que la fatiga física y el terreno harán prácticamente imposible correr, y haya que caminar. Yo, al menos, tengo asumido que en ese punto no hay que tener prisa, así que lo considero como una parte más de mi estrategia: andar cuando el terreno sea demasiado duro y el cansancio más acusado, para poder así seguir corriendo en un tramo más favorable. Por mucho que queramos ganar en esos tramos, la inversión de energía no compensará la ganancia en tiempo, que seguramente se convierta en una pérdida mucho mayor más adelante, cuando podríamos haber corrido pero estamos demasiado agotados para hacerlo. Para mí, un ejemplo claro de esto es la parte final de la Ruta de las Fortalezas, desde el inicio de la subida a Atalayas hasta la cima del monte Roldán, pasando por el tramo intermedio que une la primera bajada y la última subida.

En los 101 kilómetros de Ronda la cosa cambia porque la distancia, evidentemente, es mucho mayor, y pueden surgir complicaciones con las que no contábamos en un principio: sobrecargas, indisposiciones, ampollas, etc..., que aconsejen, en un momento dado, readaptar la estrategia inicial. Las posibilidades, en cualquier caso, son múltiples. Desde mi punto de vista, hay que salir con una idea, pero estar preparado para cambiarla sobre la marcha, en función de las contingencias que puedan surgir a lo largo de la ruta. Además, en Ronda entra en juego el tema de los puntos intermedios donde se puede dejar una mochila preparada con material (sobre este aspecto hablaré en otra entrada un poco más adelante).

La primera opción vuelve a ser, al igual que en Cartagena, la de caminar todo el tiempo. Esto nos garantiza una velocidad media que permita terminar la prueba dentro de las 24 horas fijadas por la organización como límite. A partir de ahí, si además corremos suavemente en los tramos favorables, que son muchos, mejor que mejor. Por último, está la posibilidad de correr entre puntos de avituallamiento, y caminar en los tramos más duros.

Todo esto está muy bien, porque el papel lo aguanta todo. La realidad, por desgracia, es bien distinta, y si no te has enfrentado nunca a una prueba tan larga, mi recomendación es que lo hagas con mucha prudencia, y te olvides un poco de tiempos, ritmos y demás. Una cosa es segura: al cruzar la línea de meta no te sobrará ni un gramo de fuerza, así que más vale gastar poco a poco y con cabeza. De nada sirve recorrer los primeros 50 kilómetros en cuatro horas y media, si luego haces los siguientes en 15 horas (lo he visto hacer).

A mí me gusta dividir la prueba en tres o cuatro tramos, cada uno con su estrategia particular en función de mis condiciones. Completar cada uno de esos tramos es un logro parcial, y me supone una satisfacción personal. Es como si fuesen cuatro carreras distintas, cada una con sus condiciones particulares, para las cuales hay que establecer una estrategia diferente que, aunque íntimamente relacionada con las demás, tiene sus particularidades. Por ejemplo, el primer tramo suele ser hasta Arriate. Son 33 kilómetros en los que mi meta es avanzar lo máximo posible sin un desgaste excesivo. Luego viene el tramo entre Arriate y Setenil, de aproximadamente 25 kilómetro, con una subida larga y dura al principio que hará bajar la velocidad media y las reservas energéticas y un tramo en tierra de nadie. En esta parte soy consciente, especialmente, de las dificultades psicológicas: "sólo" llevo un tercio de la prueba, y no sé si podré. A partir de Setenil y hasta el Cuartel de la Legión establezco el tercer tramo de prueba. La fatiga es grande, y llegar al kilómetro 77 siempre supone una motivación extra. El último segmento comienza en ese punto, y va hasta la meta. Las condiciones son complicadas, mental y físicamente aparecen signos de agotamiento, y entro en modo "llegar como sea", sobretodo después de la durísima subida a la ermita. En esta parte ya no me importa la velocidad, y hago cálculos sobre el tiempo que me queda hasta llegar. En realidad, mi visión de futuro en esos momentos se limita al siguiente avituallamiento. Y luego al siguiente. Y al siguiente. Hasta meta.

Como dije anteriormente, el papel aguanta velocidades de vértigo y ritmos constantes. El paso de los kilómetros, para bien o para mal, nos deja paso a una situación mucho más cruda, donde hace calor o frío y duelen los pies, y en la cual llega un punto en que dejamos de ser esclavos del tiempo y lo único que cuenta es llegar. Es divertido ver como, al principio de la prueba, muchos apenas se paran en los avituallamientos a echar un trago de agua. "No hay tiempo que perder", "no quiero bajar mi velocidad media",...Esos principios que a primera vista pueden parecer muy sólidos, luego van dando paso a motivaciones mucho más primarias y elementales, del tipo "tengo sed", "tengo sueño", "sólo quiero llegar, me da igual el tiempo".

Tal vez si conseguimos incorporar desde el principio esas motivaciones primarias a nuestras estrategias de carrera seamos capaces de disfrutar mucho más de cada kilómetro. El tiempo mide nuestras capacidades tan sólo en uno de sus muchos apartados, y no debe eclipsar en ningún modo la verdadera naturaleza de nuestro esfuerzo. Al fin y al cabo lo único que importa, desde el primer metro, es culminar el desafío que nos hayamos propuesto. Es resto es totalmente accesorio, y nuestra mente lo desechará con el paso de los kilómetros.

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