miércoles, 9 de enero de 2013

¿Zapatillas de running? Dos pares, mejor que uno.

A menudo el simple hecho de cambiar de zapatillas supone un verdadero problema para el corredor. Cada modelo tiene sus características y particularidades, más allá de para qué tipo de pisada o peso estén diseñados. Ocurre que, conforme vamos utilizando un par de zapatillas, se va produciendo una adaptación de doble sentido: el calzado se adapta al pie, y al mismo tiempo, el pie se adapta al calzado. Para ser exactos, no sólo es el pie el que experimenta un proceso de adaptación, sino que existe una serie de grupos musculares que están perfectamente alineados con la mecánica de la pisada, y en los que cualquier cambio en ésta genera un mecanismo de readaptación.

Por eso, el momento de cambio de zapatillas suele ser un momento crítico, y favorece en muchos casos la aparición de sobrecargas y lesiones. Incluso si optamos por una continuidad en el modelo, observaremos que con el paso de los kilómetros la zapatilla sufre un desgaste, más acusado en unas zonas que en otras. Así, si comparamos dos pares de zapatillas de la misma marca y modelo, uno usado y otro no, comprobaremos que existen variaciones milimétricas en las superficies de contacto entre la suela y el asfalto, así como entre otras partes de la zapatilla y el pie del corredor.

Esto implica que, aún cuando a simple vista el cambio sea menos traumático, las modificaciones sufridas por el calzado usado lo convierten en un calzado distinto al nuevo, y exigirán una readaptación muscular y articular. A esto, hay que sumarle el hecho de que los compuestos con los que están fabricadas las zapatillas experimentan una modificación de sus características con el paso del tiempo, perdiendo amortiguación, flexibilidad, rigidez,...que unida a las ya expuestas acentúan el riesgo de padecer una lesión.

Para evitar este riesgo, a mi me gusta usar varios pares de zapatillas de forma alterna, a ser posible de distintas marcas y modelos, de tal forma que el proceso de adaptación sea constante a la vez que mucho más sencillo, pues no hay vicios adquiridos debido a una zapatilla en concreto que no se corrijan de una sesión a otra, cuando suelo cambiar de calzado. Se puede decir que con esto se consigue una pisada más adaptable a los cambios, pues no dejamos que se acostumbre a lo mismo. Con ello, toda la cadena de músculos que de un modo u otro se ven afectados por ella es también más adaptable a cualquier tipo de calzado.

Además, a la hora de jubilar un par de zapatillas, la introducción del nuevo par es mucho más sencilla, además de por la adaptabilidad ya comentada, por el simple hecho de que podremos hacerlo de una manera más progresiva, en sesiones más cortas y menos exigentes, y con menos frecuencia al principio. De este modo, dejamos que el cuerpo se acostumbre de una forma mucho más natural a los nuevos apoyos.

Así que ya sabes, no esperes a tener un segundo o tercer par de zapatillas, o saca de la caja el que tienes ahí, esperando a que se terminen de romper ese que todavía estás utilizando, y altérnalos desde ahora mismo. Tus pies (y tus tobillos, rodillas, caderas, etc...) te lo agradecerán.

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