lunes, 21 de enero de 2013

Relaciones en ruta: correr nos iguala.


Ayer fue uno de esos días en los que aprecié más que nunca tener un buen compañero de entrenamientos. Con el día como amaneció, con un viento huracanado y frío del oeste, al abrir los ojos a las ocho menos tres minutos, si no hubiese sabido que David me esperaba en media hora listo para salir seguramente me habría quedado en la cama, calentito y escuchando las ráfagas de viento golpear contra las persianas. Era, además, el primer día de rodaje más o menos largo (tres de 30 minutos descansando dos minutos cada vez) de la temporada, un entrenamiento cómodo y que me apetecía mucho a priori, salvo por el viento.
Con el paso del tiempo he descubierto la importancia de contar con personas afines y positivas con las que compartir los kilómetros. Adaptar el entrenamiento a otra persona es estupendo. Ya hay muchos días a lo largo de la semana en los que toca salir solo, como para despreciar las buenas compañías cuando es posible. Así, me encanta programar el contenido de una sesión de tal manera que a todos nos sea provechoso. Ya habrá tiempo para ir más rápido o más lento otro día. Se trata de sumar kilómetros, y al fin y al cabo, es mucho mejor cuando se suman acompañado. Claro está que debe existir, como digo, cierta afinidad entre las personas que comparten una sesión, tanto personal como física. Con esto y un mínimo de ingenio, crear la sesión de entrenamiento que a todos nos aporte algún beneficio es una cuestión sencilla.

Por suerte, he dejado atrás la época en que los ritmos de carrera y la medición casi milimétrica del contenido de los entrenamientos estaban por encima de casi cualquier cosa. Considero que, en conjunto, se mire por donde se mire, encontrar en otra persona un elemento motivador que nos levante de la cama los días de frío, viento y lluvia, que nos amenice una sesión larga con su conversación o simplemente con su presencia, es un tesoro de valor incalculable. A día de hoy, y aunque sea para mis diez minutos de rigor, si encuentro una forma de no salir a correr solo (ya habrá días en los que no quede otro remedio que hacerlo, o días en los que verdaderamente me apetezca que así sea), mejor que mejor.

Al final de la carrera de ayer, con el viento en cara y las piernas ya un poco pesadas, se me ocurrió una reflexión a la que estuve dando vueltas todo el día. Descubrí que me encanta correr con gente, principalmente por la forma en que desaparecen las etiquetas y las subordinaciones absurdas, porque el asfalto nos pone a todos al mismo nivel, independientemente de la velocidad de desplazamiento y los conocimientos en una u otra materia que uno pueda poseer. El sudor y el esfuerzo nos devuelven a todos a nuestro estado original.

Corriendo no hay distinciones. Somos todos Quijotes. Exactamente igual que en la vida, aunque a veces (demasiadas) se nos olvida este último aspecto, y nos forjamos identidades circunstanciales y ficticias que nos colocan en distintos planos con respecto a los demás.

2 comentarios:

  1. Tener un compañero de entrenos con el que te entiendas es garantía de calidad y buenos ratos. Al final se convierte en amistad de la buena...hablo por mi experiencia.

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  2. Así es, Antonio, una amistad de las buenas, buenísimos ratos y sesiones mucho mejor aprovechadas. Todo son ventajas!

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