viernes, 13 de septiembre de 2013

Día 132: seres primarios

Km recorridos (día/total): 10,4/1070,7                              Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/291

El día después de las diez millas no ha sido, ni mucho menos, un mal día. Esta mañana me dolían las piernas, especialmente los gemelos, después del esfuerzo y de las punciones secas de ayer, pero durante el rodaje de la mañana iba mucho mejor de lo esperado y apenas notaba la fatiga de la prueba. Al menos, eso pensaba yo después de cinco kilómetros y pico de suave rodar. Luego, por la tarde, descubriría que las sensaciones matinales eran engañosas…

Hoy, sin embargo, no escribiré de sensaciones ni de la ausencia casi total (¡qué novedad!) de dolores musculares y/o articulares. Me toca dar las gracias a tanta gente que a lo largo del día de ayer me felicitó por la prueba, que no caben más reseñas a pulsaciones, ritmos y kilómetros. Por otro lado ya está bien, por esta semana, de datos que a más de uno le dejarán bastante indiferente. Y es que correr, como he escrito en más de una ocasión, no es algo tan extraordinario.

Sí lo es la oportunidad que me brinda de ir conociendo más en profundidad a las personas. Y hoy no querría perder la ocasión de hablar de cierta felicitación que me ha llegado a media mañana, cuando los ecos de la prueba se perdían ya en la rutina de este jueves. Me escribía una persona a la que conozco desde hace bien poco, pero que no ha dejado de sorprenderme por su franqueza y su sonrisa casi permanente, un mensaje de los que, a media mañana, emocionan a uno por lo inesperado de su contenido y procedencia.

Esto me ha hecho pensar en la suerte que tengo al poder disfrutar del deporte en general, y de la carrera en este caso particular, para acceder a personas que, sin duda, de otro modo me perdería. A la vez, me gusta que el asfalto me muestre las relaciones tal y como considero que deben ser, de igual a igual. En el esfuerzo no hay divisas ni subordinaciones estipuladas; cuando aparece la fatiga cesan las falsas apariencias y uno no tiene más remedio que mostrar sus cartas.

A veces olvidamos que, en muchos aspectos, somos seres circunstanciales: estamos donde estamos gracias en gran parte a una serie de condicionantes externos que han ido guiando nuestro camino. Eso es algo que a menudo dejamos inconscientemente a un lado, llegando por momentos a creer que somos mejores o más capaces que otros por el simple hecho de disfrutar de una posición a la que, en última instancia, hemos accedido gracias, como digo y entre otras cosas, a una serie de factores no controlables.

Por esto me gusta correr: porque nos convierte momentáneamente es seres primarios, cuya única necesidad es proporcionar el oxígeno necesario a los músculos para desplazarnos a una velocidad determinada. No hay jerarquías, no hay estúpidos protocolos de actuación, no hay distinciones... Nos conocemos a nosotros mismos y a los demás. Sin filtros. Sin etiquetas.

Gracias a todo esto, creo, hoy alguien me ha regalado unas anotaciones íntimas, unas palabras sinceras, emotivas y cariñosas. Sin que haya más vínculo entre nosotros que el de las zapatillas y el cemento, la respiración agitada y la satisfacción de sabernos capaces de progresar cuando las condiciones son más difíciles.

A veces no se necesitan más que unos cuantos kilómetros.

Lo que ocurre es que nos empeñamos en complicarlo todo.

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