viernes, 20 de septiembre de 2013

Día 140: desorden aparente

Km recorridos (día/total): 9,6/1166,2                               Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/310
Me gusta lo que hago. Me refiero a mi forma de afrontar la carrera a pie, que puede parecer un tanto desordenada. En realidad, es un tanto desordenada, al menos para aquellos que no me conocen, y que no son capaces de encontrar una lógica en lo que hago. Me ven correr uno, dos días, y dicen: te iría mejor hacer series, deberías hacer un rodaje largo, no tendrías que hacer paradas... Desordenado, sí. Ilógico, desde luego que no.
Muchos no entienden el sentido que le doy a la carrera a pie. He estado anteriormente atado, literalmente, a patrones de entrenamiento: tantas series, tantos kilómetros, tanta intensidad, a tantas pulsaciones,... y he terminado tan hastiado que me niego a volver a tropezar nuevamente en la misma piedra. Me gusta correr, disfruto, me siento, como escribía ayer, vivo. Todo ello no es incompatible con un buen rendimiento, pero ni siquiera ese es mi objetivo fundamental. Me gusta correr. Simplemente. Correr es el objetivo en sí mismo. Hacerlo lo más rápido posible sin dejar de disfrutar, también.
Me muevo a gusto en mi aparente desorden atlético. Escucho a mi cuerpo, lo cuido, lo castigo, lo dejo en ocasiones maltrecho, pero dentro de unos límites, los míos, no los de otros. Vigilo mi peso, descanso, duermo, pienso en zancadas, en técnica, en lo que podría hacer para mejorar sin dejar de disfrutar. Me peleo con el despertador, supero mis ganas de quedarme en la cama, venzo a mis fantasmas a base de correr más rápido que ellos.
Corro como siento, a veces a tope, otras con un ritmo aletargado. Me asoma media sonrisa cuando salgo solo y me exijo, acelero, me pido más, miro el crono al parar, el corazón desbocado, me digo que cómo no voy a ir forzado, si voy así. Pero disfruto con ello. Salgo a rodar, charlo a ratos, guardo silencio en otros momentos, escucho la respiración del de al lado, le llevo entre algodones o le pongo contra las cuerdas, dejándole siempre un resquicio para seguir adelante, según el sonido del aire entrando a raudales en sus pulmones, en los míos. Correr se ha convertido en la expresión física de todos mis sentidos.
Hoy el día ha vuelto a ser caluroso. Nos hemos abierto camino entre el aire polvoriento a partir de las siete y cuarto: nueve kilómetros y medio a buen ritmo, poco acorde, eso sí, con mis malas sensaciones de la mañana de hoy. Me empieza a pasar que, aún con ellas, soy capaz de ir más deprisa de lo que cabría esperar. Me gusta. Mañana me levantaré con tranquilidad y estiraré un poco las piernas, cinco o diez kilómetros, según me sienta, según me vea.
Responderé nuevamente a los impulsos del cuerpo, que ya ha empezado a gestionar en cierto modo la prueba del domingo, guardando, protegiendo, preparándose para el esfuerzo. Me pasa también antes de los desafíos físicos: la mente, en cierto modo, previene al cuerpo de lo que se le viene encima. A ver si al menos él la escucha.

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