sábado, 17 de agosto de 2013

Día 105: el Centro de Alto Rendimiento de Herat

Km recorridos (día/total):  11,8/742,4                                    Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/228

Estoy hecho una piltrafa, después de que me haya pasado por encima durante treinta minutos un tío de ciento treinta kilos de puro músculo, potencia sin control, una y otra vez, machacándome, golpeándome, luxándome articulaciones, estrangulándome una y otra vez. Me duelen todos y cada uno de los músculos del cuerpo, sin excepción. Cuando he terminado el último combate me he quitado la parte de arriba del kimono, frustrado, marcado, roto de verdad además de agotado, y así he llegado a la habitación, con el ánimo y el orgullo, ese que procuro dejar siempre fuera del tatami, por los suelos. Aún me temblaban los brazos del esfuerzo, de tal forma que las flexiones de llegada me han costado lo suyo.

Y eso que el día ha comenzado bien de verdad, con un buen grupo de carrera. Hoy, además de Alberto y Pascual se ha sumado Tabu, y hemos rodado a buen ritmo al calor del sol matutino, casi once kilómetros de aeróbico extensivo, procurando que nadie quedase descolgado por el momentáneo exceso de ímpetu de alguno de los otros. El resultado final ha sido una buena sesión de entrenamiento que complementaremos mañana con otro buen puñado de kilómetros, los que sumemos entre la mañana y la tarde de tal forma que, en cierto sentido, recuperemos el tiempo perdido durante la primera mitad de la semana.

Como escribe Pascual en su blog, esto se ha convertido en el Centro de Alto Rendimiento de Herat, un lugar árido y agreste situado a casi mil metros de altitud (el cartel donde se muestra la elevación en la puerta de la antigua del aeropuerto así lo atestigua), donde un gran número de deportistas, cada uno a su nivel y según sus posibilidades, se calza las zapatillas cada mañana y especialmente cada tarde. Es un gustazo correr a partir de las seis y encontrarse con veinte o treinta personas, algunas agrupadas, otras en solitario, desafiando a la rutina diaria, ensimismadas o en animada charla, caminando, corriendo, el uno cinco o diez metros por delante de sus compañeros de fatiga, con su camiseta del Sevilla C.F., el otro con los cascos puestos, la mirada en el asfalto.

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A mí me gusta cuando nuestra grupeta se cruza con algún conocido (la gran mayoría lo es, por otra parte), y nos cruzamos saludos, sobre todo cuando vamos más tranquilos, y un leve gesto a cambio de unas palabras de ánimo, cuando apretamos de lo lindo y el resuello da para poco más que algún monosílabo. Así, sin más, devoramos kilómetros en el transcurso de mañanas y tardes, progresando hacia nuestros objetivos y simplemente disfrutando del asfalto y de la compañía.

Sin lugar a dudas, es algo que echaré de menos en un futuro ya no tan lejano. Mucho me temo que la alegría del regreso se verá teñida, en algunos aspectos, por la tristeza y la melancolía de dejar atrás a muchos de los que aquí compartimos vida y milagros desde hace ya casi cuatro meses. Sin embargo, estoy seguro de que las amistades aquí forjadas sobrevivirán al paso del tiempo. ¡Tan intenso es el día a día de seis meses!

Puede resultar paradójico: uno está deseando que llegue el final pero, al mismo tiempo, siente que añorará esta no tan breve etapa afgana. ¡Qué complicadas son a veces las personas mayores, que diría el Principito!

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