jueves, 29 de agosto de 2013

Día 118: una experiencia única

Km recorridos (día/total): 9,6/897                                      Vueltas dadas al perímetro (día/total): 2/257
"(...)Yo no le he amenazado, sólo mostré mi sorpresa al verle aquí, cuando en mis planes estaba encontrarle esta noche en Teherán".
Muerte en Teherán (cuento persa)
¡Al filo de los novecientos kilómetros, ahí me he quedado hoy! Y eso que habíamos quedado esta tarde para rodar un rato. Sin embargo, el viento ha comenzado a soplar con fuerza, y ahora el polvo en suspensión hace que se irriten los ojos y las vías respiratorias sin que haya una demanda extra de oxígeno, con que cómo nos habría afectado, especialmente a Alberto, que es asmático, si hubiésemos decidido salir a entrenar esta tarde.
Finalmente, hemos decidido, creo que con bastante buen criterio (Mario ya me lo había advertido), cancelar la sesión de esta tarde. Al menos, esta mañana he madrugado, a pesar de que nadie me esperaba hoy (Pascual estará liado por las mañanas hasta el domingo, y Alberto es tan del Atleti que anoche se levantó a la una y media para ver la final de la Supercopa, con lo que apenas ha dormido cuatro horas), y a las seis y media estaba arrancando para una carrera en solitario. ¿Quién me iba a decir que después de tanto tiempo en Afganistán, lo habitual iba a ser encontrar casi siempre una buena compañía para correr? Así que me he calzado las zapatillas y he echado a rodar al ritmo que me pedía el cuerpo. Y lo he disfrutado mucho.
Hoy, después de casi cuatro meses en Herat, me he dado cuenta de la suerte que he tenido al venir aquí, a pesar de lo difícil que resulta por momentos. Creo que es así por muchos motivos. Por supuesto, podría centrarme en las cosas que no me gustan y estar todo el día con un discurso bien elaborado al respecto, buscando aliados que suscribiesen mis palabras y alimentasen mis razones para el descontento. Pero desde el día en que supe que vendría, y a pesar de que, como digo, ha habido muchos ratos de flaqueza, y más que habrá, decidí que sería una experiencia única. Y así ha sido.
Creo que en alguna ocasión he escrito sobre la riqueza personal que me está aportando la misión: las condiciones de vida, la situación del país, la rutina, la lejanía de mis seres amados,... contienen un sinfín de lecciones que ejercitan diariamente mi intelecto, mi paciencia, a ratos mi desesperación, mi resistencia física y psíquica y, en general, todas y cada una de mis capacidades e incapacidades.
Pero por encima de todo está la gente. Por casualidades de la vida, he venido a parar a un sitio repleto de personas especiales a las cuales, sin estar en estas arduas circunstancias, no habría conocido nunca; afganos que venden joyas, que preparan el té, que mueven el cielo y la tierra por conseguirte una fichas de póker; españoles que preparan pinchos morunos, que viajan con su casco y su chaleco en ristre; filipinos, italianos, americanos,...
Y mis compañeros. Los que tienen esas palabras de ánimo cuando más necesarias son, esa conversación aparentemente intrascendente que me saca una sonrisa cuando me encierro en mí mismo; los que organizan barbacoas, pelis-pizza y cenas; los que se unen en improvisados consejos de sabios, los que se sientan a tu lado en el comedor; los que quieren aprender ruso, hacer flexiones, correr; los que me aguantan cuando no es fácil; los que dicen que sí a una cerveza improvisada a última hora de la tarde...
El destino nos reserva cosas que no imaginamos. Hay caminos que son inevitables, que nos llevan a donde no esperamos, a ratos por senderos pedregosos, a ratos por bellos parajes. No podemos escapar de lo desconocido.
Por otra parte, puede que lo desconocido sea mucho mejor de lo que queremos creer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario