sábado, 3 de agosto de 2013

Dia 92: otra vez vivo

Km recorridos (día/total): 15,6/597,1                                 Vueltas dadas al perímetro (día/total): 3/201
 
Esta mañana, cuando he salido a rodar, sacrificando de nuevo el desayuno a cambio de unos minutos más de cama, el sol brillaba bien alto, unos treinta y cinco grados de elevación sobre la línea del horizonte, y con fuerza, acentuado su impacto por la ausencia de viento, que le imprimía a los treinta y dos grados de temperatura de esa hora un matiz de sofoco, ni siquiera amortiguado por el tramo de sur a norte, cuando suele soplar si quiera una ligera brisa que hoy, raramente, brillaba por su ausencia.
 
Después de una mañana muy tranquila, a mediodía he tenido masaje, que ya iba haciendo falta. Me ha dejado tan relajado que después, durante la sesión de tarde, tenía la musculatura totalmente falta de tono, y me costaba mucho ir deprisa, aún queriendo hacerlo. Tampoco pasa nada: el entreno ha sido mucho más relajado de lo que cabía esperar, principalmente porque con falta de tono muscular, aunque uno quiera ir rápido, se siente incapaz de hacerlo.
 
Estirando después de la sesión de tarde.
 En cualquier caso, ha sido divertido meter cuatro miles como parte central del entrenamiento y comprobar que, a pesar de todo, mi cuerpo va respondiendo a los estímulos de agresión y descanso a los que le voy sometiendo. Porque es cierto que esto es una agresión casi continua. Después de tantos años de vivir de las rentas, podría decirse, y sin llegar en ningún momento a exprimir la máquina, dejándome guiar por las sensaciones más que por las obligaciones (a todos les hago test para definir las zonas de entrenamiento menos a mí mismo, que sé por dónde tirar cada día), me hallo en un momento que, en cierto modo, me recuerda a otras épocas.
 
Y sin embargo, me siento mucho más libre, sin necesidad de rendirle cuentas a nadie más que a mí, que ya es más que suficiente. A alguien le podría parecer que así es mucho más cómodo, que uno se exige en función de las apetencias. Pero no, no es así. Es cómodo en muchos sentidos, no cabe duda, pero mi nivel de exigencia para conmigo es tan alto que no necesito a nadie que me diga "tendrías que haber ido más rápido" o "te habría hecho falta más intensidad, más volumen". Ya me lo digo yo solito.
 
Por fortuna, correr se ha convertido para mí en un hábito tal que, en muchas ocasiones, sobretodo por las mañanas, ponerme las mallas y las zapatillas, coger las gafas de sol e ir al baño con la camiseta sobre el hombro, es un automatismo que no refleja las verdaderas ganas de correr que anidan en mí a esas horas, las articulaciones doloridas, la mirada soñolienta, el ánimo atado a la pata de la cama,...
 
Cada día, los primeros pasos, los que significan romper la inercia que me quiere anclar a la habitación con la mirada perdida en el techo, son los más complicados. Entonces el aire comienza a entrar en mis pulmones a raudales, el sol empieza a calentar mi espalda y mis tobillos dejan de quejarse conforme pasan los kilómetros, y me siento otra vez vivo.
 
Luego, por supuesto, está la gran suerte de haber coincidido aquí con varios grandes atletas, y especialmente con Alberto, al que paso a paso voy conociendo, al igual que él a mí. Vínculos de runner, de los que escribía hace ya unos meses, y que se van forjando metro a metro, pulsación a pulsación, segundo a segundo. A veces soy tan estúpido, que no me doy cuenta de lo afortunado que soy...


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