lunes, 24 de junio de 2013

Día 52: mirar con el corazón

Km recorridos (día/total): 6,6/269,2                                   Vueltas dadas al perímetro (día/total): 3/126
"Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos".
El principito (Antoine de Saint-Exupery)
Tengo que reconocer que hoy me ha costado muchísimo levantarme. Anoche estaba cansado, así que me fui pronto a dormir, pero me desvelé y hasta cerca de las dos no conseguí conciliar el sueño. El despertador, inmisericorde, me ha sacado de la cama a las seis y media, con todo un lunes por delante.
Luego, al echar a rodar, pensaba que seguramente cuando vuelva a España me gustará mantener esta rutina de carreras a primera hora. Y eso que a mí nunca me ha gustado correr tan temprano, salvo por necesidad. Pero ahora me he acostumbrado a ello, y después de unos cuantos minutos el cuerpo coge el ritmo y no me cuesta tanto. También es cierto que aquí no hay mejor hora para calzarse las zapatillas.
Así, esta mañana he completado otras tres vueltas a mi circuito, cambiando el sentido como buen lunes (me he dado cuenta de que aquí todo el mundo suele correr en sentido antihorario, así que las semanas como la que comienza hoy me siento un poco raro), y calzándome las Brooks Ghost 5, que están pidiendo a gritos la jubilación. Les quedan esta semana y poco más.
Hoy he recibido grandes noticias desde España. Posiblemente, las mejores noticias que vaya a recibir durante mi estancia en Herat. Iban acompañadas de una foto que pongo más abajo, en la que posan algunas de las raquetas más temibles y divertidas del litoral murciano. No puedo ocultar mi debilidad por jugar contra cualquiera de los cuatro que están en la foto, sencillamente porque me lo paso genial y son, por encima de buenos tenistas, gente excelente con la que da gusto compartir un buen rato. Son algunas de las personas a las que me refería en la entrada de ayer, y a las que echo de menos.
Siempre he intentado vivir la vida de una manera intensa. Sin embargo, me doy cuenta de que, en muchos momentos, no lo he sabido hacer con la suficiente presencia. Es algo que estoy aprendiendo a hacer aquí. Parecerá mentira, pero cuando uno piensa en el regreso a casa, no lo hace, al menos en mi caso, deseando grandes cosas. Echo de menos a mi familia y a mis amigos, pasear con los perros y caminar descalzo, sentarme a beber té en el porche y la brisa del mar, vestir una prenda que no sea de color árido y tener gente en casa.
Los días van pasando, ciertamente. Ahora, cuando salga del locutorio, habrá caido la noche y el aire será un poco menos cálido que hace unas horas. Resulta difícil no perderse el momento en el que estamos. En ocasiones no me doy cuenta de que llegará el día en que también esto acabe, en que también eche de menos el cielo afgano, el atardecer polvoriento y mil bellezas más que están ahí, delante de uno, esperando a ser descubiertas.
A ver si, de una vez por todas, aprendo a mirar todo el tiempo con el corazón.
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